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La historia de dos huérfanos británicos del tsunami en el Índico que ayudan a otros niños sin padres

La familia británica Forkan quedó rota hace 15 años, cuando una gigantesca ola se llevó la vida de los padres en Sri Lanka, donde pasaban las navidades. Dos de los hijos han convertido su experiencia en un motivo para ayudar a otros

Unos niños juegan en el centro de actividades para huérfanos en Horana, Sri Lanka, fundado por dos británicos que perdieron a sus padres en el tsunami de 2004 en el Índico.
Unos niños juegan en el centro de actividades para huérfanos en Horana, Sri Lanka, fundado por dos británicos que perdieron a sus padres en el tsunami de 2004 en el Índico.Lola García-Ajofrín
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De repente, la habitación del Neptune Resort, en Weligama, en el sur de Sri Lanka, una playa de pescadores y surfistas, se llenó de agua sucia. Era el 26 de diciembre de 2004. Los Forkan, una familia británica que había pasado cuatro años de periplos por India, ponía fin a la aventura, celebrando las navidades en esta isla paradisiaca del índico, antes de regresar a Reino Unido para la boda de la hija mayor. En el hotel se hospedaban los padres, Kevin, de 54 años y Sandra Forkan, de 40, y cuatro de sus hijos: Rob, de 17, Paul, de 15, Matty, de 12 y Rosie de ocho.

“Había sido Navidad el día anterior; por el día habíamos hecho surf, luego nos dimos unos regalos y, por la noche, nos quedamos jugando al ajedrez. Fue un día agradable en familia”, recuerda Paul, que hoy tiene 30 años, por teléfono desde Londres. Aquella noche sus padres se despidieron con un: "¡Feliz Navidad, chicos!"

Al día siguiente, Rob se levantó y se dio cuenta de que había agua en el suelo. No le dio importancia porque el hotel estaba en primera línea de playa, pero despertó a Paul para que pusiera sus cosas en alto porque se estaban manchando y él dijo que lo dejara en paz.

Entonces, ocurrió algo extraño. El agua empezó a retroceder y a salir de la habitación, como si alguien lo aspirara. Se levantó una fuerte brisa. Las hojas de las palmeras empezaron a agitarse. El suelo vibraba. Estaba a punto de ocurrir algo y Rob gritó a Paul que se moviera. En ese momento, el mar golpeó con fuerza su hotel y arrasó sus vidas.

El tsunami del Índico de 2004, fallecieron más de 226.000 personas en 14 países, entre ellas, 149 británicos

Entre las decenas de miles de afectados en el tsunami del índico de 2004, el más mortífero del que se tiene constancia, se encontraba esta familia de británicos. Los hermanos Rob, Paul, Mattie y Rosie Forkan sobrevivieron. Sus padres, Kevin y Sandra, murieron en la tragedia tras ayudar a sus hijos pequeños a subir al tejado. Fueron dos de los 149 británicos y más de 226.000 personas de 14 países fallecidas ese día.

Una década y media después, frente al hotel Neptuno, en la playa de Weligama, decenas de surfistas apuran las últimas horas de sol. Una joven con un bebé se balancea en un columpio de madera en la arena. Camareros de camisas de flores sirven cocos y cervezas frías en los chiringuitos. Al lado de donde se alojaba la familia Forkan el día de la tragedia, una cadena hotelera ha erigido un edificio de varias plantas. “Todo esto de aquí es nuevo”, asegura el conductor de un tuk tuk (motocarro) junto a la fábrica de hielo en la que se encontró el cuerpo sin vida del padre de estos chicos. “Aquí se encontraron ocho cadáveres”, asegura un trabajador de la fábrica, que abre una puerta metálica y muestra las instalaciones.

“Recuerdo mucho ruido, los tuk tuk conduciendo rápido y un hombre que dijo: viene agua”, rememora Yamuna Stein, la propietaria del hotel Neptuno, hoy de 50 años. Ella se salvó porque en esa época tenía alquilado el hotel a una familia italiana y estaba en su otro establecimiento. Recuerda que vio a su hermano por un camino, con sus dos hijos a cuestas, diciendo que el nivel del agua “llegaba por aquí”, explica, señalándose al hombro, y ella lo primero que pensó fue en su madre, que vivía al lado del mar, pero había ido al templo y estaba a salvo. Recuerda que la playa quedó bajo el agua y la gente, desesperada, intentaba llegar a zonas elevadas. “Ayudé a una mujer con tres niños a ponerlos en alto”. Pero lo más doloroso, dice, fue al día siguiente: “Todo estaba arrasado, había animales muertos por todas partes, gente buscando a sus familiares”. En su hotel, cuenta, “quedaron inservibles hasta las camas.”

La vida de película de los huérfanos británicos del tsunami de 2004

Aquel día, Rob, Paul, Matty y Rosie, el mayor de 17 años y la pequeña de ocho, regresaron solos a Colombo. A los mayores les dijeron que se había encontrado el cuerpo sin vida de su padre, pero no quisieron reconocerlo. Desde la embajada de Reino Unido contactaron a su hermana y les ayudaron a regresar a Inglaterra. De repente, eran huérfanos adolescentes que habían pasado los últimos años viajando con sus padres y no tenían educación formal.

“Cuando ocurrió no sabíamos lo que era un tsunami, habíamos vivido como hippies, así que no teníamos una educación académica como tal,” explica Paul. “Nuestros padres nos habían formado viajando, descubriendo sitios que mi padre encontraba en las guías Lonley Planet”, añade. Relata que en India estuvieron seis meses matriculados en un colegio, pero no funcionó. Especialmente para Paul, que es disléxico y nunca se había sentido cómodo sentado en una clase. Así que empezaron a hacer voluntariado con sus padres en suburbios de Goa y estudiaban en casa.

Fotos cortesía de los hermanos Forkan en la que aparecen Paul y Rob en la actualidad.
Fotos cortesía de los hermanos Forkan en la que aparecen Paul y Rob en la actualidad.

Paul está convencido de que la “escuela de la vida” que sus padres les dieron les salvó. No solo aquel día, sino después. Les ayudó a querer seguir hacia adelante. Cuando regresaron a Inglaterra, después del tsunami, su hermana de 21 años los adoptó a él y a los pequeños, y se mudaron a vivir con ella y su novio. “Al principio nos decíamos que no era verdad e intentábamos mantenernos ocupados, jugar al cricket, al fútbol... Diría que nos costó un año o así aceptarlo. Había sido una Navidad tan buena los seis juntos”. Nada de eso existía ya.

En 2005, el equipo de fútbol A.F.C. Bournemouth recaudó fondo para los huérfanos en un partido benéfico. Después, Rob empezó a trabajar en tele márquetin, luego en gestión de cuentas de una empresa de publicidad, mientras que Paul obtuvo el título de Secundaria y se formó como fontanero. Al principio, dice, casi nadie sabía que no tenían padres. Paul vivió dos años con su hermana hasta que cumplió los 18. Luego empezó a viajar, como había hecho antes en familia, y a trabajar fuera. Vivió en Australia.

Huérfanos para huérfanos

Han pasado 15 años y los huérfanos británicos se han hecho adultos. “En la actualidad, dos de mis hermanas tienen hijos y Matt vive en Los Ángeles, está casado con una chica norteamericana y trabaja”, explica Paul. Rob y él han continuado el legado emprendedor de sus progenitores: pusieron en marcha una empresa social de chanclas y después de ropa (Gandys), de la que donan el 10% de los beneficios; publicaron un libro con su biografía (Tsunami Kids) y en Inglaterra han recibido mucho apoyo. Han estado hasta en el palacio de Buckingham, asegura Paul.

En 2014, con motivo del décimo aniversario del tsunami, afirma que su sueño era hacer algo en honor a sus padres e inauguraron Kid Campus en Sri Lanka, una casa con actividades extraescolares gratuitas, clases de informática y juegos para niños en un barrio de Horana, a una hora y media de Colombo. La coordinadora es Mama Tina, una srilanquesa jubilada que pasó parte de su vida en Reino Unido y es madre de un amigo de los Forkan. En estos años, abrieron pequeños proyectos como este en Malawi, Brasil y Nepal. El proyecto se llama De huérfanos para huérfanos.

“Estamos muy ilusionados, nos gustaría seguir inspirando a la gente”, asegura Paul. Después de lo que han vivido, también le gusta decir que, cuando ocurre una catástrofe, “la gente dona dinero rápidamente y esto está muy bien, pero también es necesario un apoyo continuado, porque cuando todo pasa, los afectados siguen ahí”. Es el caso de Sri Lanka, “donde tantos pescadores perdieron sus barcas o las máquinas de las fábricas y gracias a donaciones pudieron renovarlas”. Con su experiencia, apunta, le gustaría animar a la gente a apreciar las cosas y vivir la vida: “En vez de quejarse, siempre se puede hacer algo”.

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