América Latina: un grito contra la desigualdad urbana
Con más del 80% de la población residiendo en ciudades, las claves de las protestas en el continente está en sus urbes
La actualidad política en América Latina está marcada por el descontento popular y la movilización ciudadana. Existe un común denominador para interpretar estas protestas. En primer lugar, la forma en que han sucedido guarda similitudes en el uso de la tecnología, en la inmediatez y la protesta sostenida en el tiempo o en el entorno urbano en el que mayoritariamente tienen lugar. Además, el fondo, la causa última de estas manifestaciones reside en un descontento transversal que se puede achacar a dos aspectos relacionados: la desafección con la labor gubernamental y la desigualdad económica de los países de la región.
La década progresista de América Latina, que marcó el inicio del milenio, dio paso a un giro conservador vigente hasta nuestros días. Los gobiernos progresistas (de esa época) de Bolivia, Ecuador y Venezuela impulsaron nuevos textos constitucionales con enormes cartas de derechos sociales. Brasil, Uruguay o Argentina también tuvieron gobiernos de marcado carácter social, pero la defensa del Estado de Bienestar no consiguió convertirse en una cuestión irrenunciable. La izquierda latinoamericana ha sido incapaz de institucionalizar esta demanda popular más allá de sus etapas en el gobierno.
Cabe constatar, además, cierta insatisfacción con el paso de las izquierdas por los gobiernos en América Latina. El caso de Venezuela es paradigmático, pero también lo es el debilitamiento de liderazgos como el de Morales en Bolivia o lo ocurrido en Alianza País en Ecuador. Los hiperliderazgos y la falta de relevo se muestran como un síntoma de debilitamiento de estos proyectos transformadores.
Brasil tiene un 86,5% de población urbana, Argentina un 91,8%, Chile un 87,5% y Colombia un 80,7%
La polarización política imposibilita, además, el surgimiento de espacios políticos que aúnen políticas sociales ambiciosas con una economía de mercado. Todo parece reducido a una dicotomía: socialismo del siglo XXI o neoliberalismo exacerbado. Aun así, la década progresista redujo la desigualdad en Latinoamérica. Un claro ejemplo es Bolivia. Según datos del Banco Mundial, su índice de Gini descendió de 0,60 a 0,47 en el período 2004-2014. Constatamos una tendencia positiva pero insuficiente, lejos aún de los datos de países europeos.
¿Qué motiva las protestas?
En cada país existen dinámicas políticas propias, que no podrían encuadrarse bajo un relato de ámbito latinoamericano. Cualquier protesta implica un descontento con el poder y una cierta desconfianza hacia el desempeño de las instituciones. En este contexto, se observan algunas tendencias regionales.
Las movilizaciones en Colombia reclaman negociaciones bilaterales con el gobierno para conseguir la retirada de diversos proyectos legislativos de flexibilización laboral y de reforma del sistema de pensiones, instan al gobierno al cumplimiento de los Acuerdos de Paz, y pretenden frenar el incremento del precio de la energía eléctrica. Más allá de los acuerdos de paz con las FARC, el resto de cuestiones son muy similares a las demandadas durante las protestas en Ecuador y Chile. En Chile, el diálogo bilateral ha desembocado en un proceso constituyente que alumbrará una nueva constitución. En Ecuador el gobierno de Lenín Moreno fue obligado a retirar la subida de los precios del combustible, en el marco de un amplio pacto con las comunidades indígenas y los sindicatos.
El viejo mito que equipara bienestar con urbanización está en cuestión; especialmente en países en desarrollo
Al fin y al cabo, tal y como rezaban las protestas en Chile: "no son 30 pesos, son 30 años". El eslogan hace referencia a la ausencia de respuestas políticas ante la precariedad laboral o la cuestión de las pensiones. 30 años de políticas neoliberales, que dicen los manifestantes. La ausencia de un Estado del bienestar vigoroso ha generado esta situación de crisis actual.
Nuevos factores: la ilusión de la urbanización
América Latina es la región más urbanizada del mundo en desarrollo, con unos altos niveles de desigualdad urbana. En este sentido, la rápida urbanización, pero sobre todo la concentración de población en megaciudades, no está beneficiando ni al crecimiento económico ni tampoco a la distribución de la riqueza. El viejo mito que equipara bienestar con urbanización está en cuestión; especialmente en países en desarrollo.
Las ciudades son el foco principal de lo que está ocurriendo en América Latina. Según datos del Banco Mundial, Brasil tiene un 86,5% de población urbana, Argentina un 91,8%, Chile un 87,5% y Colombia un 80,7%. Para hacernos una idea de lo relevantes que son estos datos, Estados Unidos tiene un 82,2% de población urbana.
Además, el fenómeno urbano va más allá. En 1970 no había ninguna megaciudad en América Latina. En la actualidad, en las áreas metropolitanas de Ciudad de México y Sao Paulo residen más de 20 millones de personas, mientras que en el gran Buenos Aires o en Río de Janeiro viven más de 10 millones de habitantes.
El crecimiento urbano de posguerra en los países occidentales se basó en una relación más estrecha con las zonas rurales y la industria.
Aunque dos tercios de la riqueza de la región procede de las ciudades, este motor de crecimiento económico no va ligado a una gestión equitativa de lo común. Diversos estudios confirman que las megaciudades son agentes de desigualdad porque son menos eficaces y eficientes en términos sociales, ecológicos y económicos. Esta realidad constituye un gran reto para América Latina.
Durante el último siglo el tamaño de las ciudades se ha disparado. En el mundo desarrollado el crecimiento medio de las ciudades fue relativamente modesto, mientras que en el mundo en desarrollo se ha cuadriplicado entre 1960 y 2010. En 1960, la mayor parte de las megaurbes estaban en países desarrollados; en 2010, el top 14 de ciudades según tamaño se encuentran en el mundo en desarrollo.
Las grandes aglomeraciones urbanas tienen un impacto negativo en el mundo en desarrollo por diferentes razones. El crecimiento urbano de posguerra en los países occidentales se basó en una relación más estrecha con las zonas rurales y la industria. Actualmente, la globalización y la interacción global han reformulado y perjudicado esa conexión con el territorio peri-urbano y regional; ya que ahora las ciudades pueden importar alimentos y talento de lugares lejanos a su periferia. La conexión entre la ciudad y su alrededor ha perdido fuerza, mientras que la lógica de "cuanto mayor, mejor", también.
El gran reto para Latinoamérica consiste en ofrecer una respuesta al fenómeno urbano, mientras se realizan políticas públicas dirigidas a la reducción de las desigualdades
La falta de planificación urbana, la deficiencia de infraestructuras o el enorme grado de dispersión dificultan una lucha efectiva contra la desigualdad. Nuevas cuestiones ponen de relieve la necesidad de nuevas estrategias: gentrificación, retos de movilidad o problemas de salubridad. Una posible solución sería promover el desarrollo de las ciudades intermedias. No solo por lo que respecta a su tamaño y las facilidades que ello supone, sino también por su función en la estructura económica de los países, así como en la relación centro-periferia.
Un reto para Latinoamérica
En conclusión, el gran reto para Latinoamérica consiste en ofrecer una respuesta al fenómeno urbano, mientras se realizan políticas públicas dirigidas a la reducción de las desigualdades, también en el seno de las megaciudades. La dificultad reside en aprovechar los beneficios indudables de la urbanización y de las economías de aglomeración para convertirlas en un motor redistributivo. Este reto discurre en paralelo a dos cuestiones globales: las dinámicas migratorias y el cambio climático.
Una región joven (26% de la población) y con crecimiento económico sostenido como América Latina debe apostar por la reducción de la desigualdad. El índice de desarrollo humano avanza más lentamente que en el resto del mundo según el último informe de Naciones Unidas. América Latina tiene muchos retos —y muchas razones para protestar—. Pero, sin duda, cuenta con una potencialidad innegable: un continente joven, recursos y un futuro por delante.
Silvio Falcón es politólogo y profesor asociado de Ciencia Política en la Universitat de Barcelona.
Carlos Mascarell es politólogo y asesor en gobierno y ciudadanía del Consejo Europeo de Municipios y Regiones en Bruselas.
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