La victoria de Boadicea
Boris Johnson se ha beneficiado del discurso populista, sí, pero el de los laboristas
Tal vez a Julio César no le gustaba mucho Inglaterra. Cruzó con sus tropas el Canal un par de veces y en el campo de batalla no le fue excesivamente bien. Además, el tiempo era horrible y aquello era un lío de tribus. Dejó a algunas de ellas pagando tributo a Roma y volvió al continente, entre otras cosas, para conquistar la Galia, cruzar el Rubicón y conformar el mundo que conocemos.
Noventa y ocho años más tarde los romanos volvieron a Britania bajo un emperador, Claudio, que, hasta que lo fue, tenía fama de tonto. Se quedaron casi 370 años. Pero casi nunca fue una dominación tranquila. Hubo numerosas rebeliones y una de las más famosas la protagonizó Boadicea, reina de los icenos. Luchando junto a sus dos hijas, conquistó la capital romana —la actual Londres—, la incendió y la masacró. Los romanos lo pasaron francamente mal pero vencieron. Hoy Boadicea y sus hijas montan, desafiantes, un carro de guerra en un monumento situado a pocos metros del Parlamento de Westminster y a escasos minutos caminando del 10 de Downing Street.
Y en ambos lugares se ha instalado en su carro vencedor Boris Johnson. Al primer ministro británico tampoco le gustan mucho los romanos. Él es un apasionado defensor de la civilización griega capaz de batirse dialécticamente en público sobre quien es mejor, Grecia o Roma, con la catedrática de Cambridge Mary Beard, la más romana de las británicas. Porque Johnson puede ser impulsivo y parecer arrogante pero además es extraordinariamente culto... y extraordinariamente determinado. En el imaginario continental hay quien se empeña en compararlo con Trump, pero, aparte de llevar el pelo rubio y haber nacido en Nueva York como el presidente de EEUU, se trata de una interpretación errada.
En una sociedad tan estratificada históricamente como la británica, Johnson ha sabido aglutinar en torno a su persona y a su proyecto a un gran número de compatriotas de muy diferente sustrato e ideología. Y parte de su victoria se debe al populismo, sí, pero al practicado por su rival laborista, que ha conseguido echar en brazos conservadores a miles de votantes leales al laborismo hasta el jueves pasado espantados ante las propuestas radicales de Jeremy Corbyn. Johnson se propone recompensarlos con un multimillonario plan de inversiones públicas en sanidad y gasto social.
Y luego —luego es ahora mismo— viene el Brexit. Hasta el jueves, Bruselas ha observado lo que ocurría al otro lado del Canal un poco como Julio César a los britanos. Un lío. Pero el lío ha terminado. ¿Cabe la esperanza, aunque sea remota, de que el Reino Unido vuelva al proyecto europeo? Tal vez habrá que esperar a otro emperador tonto.
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