La voz del futuro
Greta Thunberg ha sido capaz de contagiar a millones de jóvenes que se están convirtiendo en nuestra propia conciencia
Hans Jonas —uno de los pensadores más estimulantes del siglo XX— habló de la necesidad de una ética orientada al futuro. El “efecto Greta” lo ha sabido encarnar con extremado realismo: ha sido capaz de contagiar a millones de jóvenes en el mundo que, con más o menos compromiso, se están constituyendo en la voz de nuestra propia conciencia que nos grita desde ese futuro.
Dejando de lado lo inusual que pueda resultar el impacto que la iniciativa y las acciones de Greta Thunberg han generado en todo el mundo y, desde luego, haciendo caso omiso —por su carácter ad hominem— de las críticas que, junto con su familia, está recibiendo, ella no es excepcional. He perdido ya la cuenta de los padres que acuden a mi consulta, convencidos de que a puertas de la adolescencia sus hijos sacarán el monstruo que llevan dentro y les engullirá con sus rebeldías, desobediencias y largas lenguas. Sin embargo, esto no responde fielmente a la realidad de este periodo de la biografía del ser humano. Se trata de la primavera de la vida en la que el joven pasa por una fase convulsa por cuanto la naturaleza le apela a abandonar las actitudes, pensamientos y hábitos de su infancia. Es esa misma naturaleza la que le dota de un vigor, una fortaleza, un entusiasmo y un coraje que difícilmente vivirá con la misma magnitud en posteriores etapas de su vida.
Son muchos los estudios que desde hace décadas señalan que algunas de las mayores conquistas que caracterizan a este momento vital son el sentido de la justicia y la capacidad de contribución social. Y también sabemos que cuando el afán de servicio se inicia en la flor de la juventud se convierte en el principio directriz que regirá durante el resto de la vida.
La esencia de los jóvenes les apela a convertirse en la vanguardia de cualquier iniciativa y ser la fuerza motriz de cualquier proyecto
La ciencia ha comprobado, desde hace mucho tiempo, que es en esta edad de transición cuando se desarrolla una nueva conciencia moral que aparece gradualmente y que se manifiesta en la formulación incipiente de conceptos fundamentales sobre la vida; cuando se comienzan a cuestionar todos los aprendizajes previos para dotarlos de sentido, crece la intolerancia a las contradicciones y disminuye la predisposición a seguir acríticamente las normas establecidas; surge una constante búsqueda de respuestas a las preguntas profundas; y aumenta la capacidad de ideación.
Su indomabilidad se debe, en gran medida, a cuestiones en las que, a esas cortas edades, poca responsabilidad tienen. Se vuelven insurrectos por recibir de los adultos, en un sinfín de sermones moralizantes, normas que ellos mismos no cumplen; se vuelven frívolos porque la sociedad les prima lo superficial; se rebelan contra la disciplina sobrevenida cuando en su infancia tuvieron libertad casi sin restricciones ni contrapartidas; se vuelven impulsivos cuando no se satisface su necesidad de ser acompañados en el cálculo de las consecuencias de sus decisiones; se vuelven arrogantes cuando se les enseña que son el centro y no se les conciencia acerca del servicio desinteresado al bien común; se vuelven indulgentes consigo mismos cuando la propaganda les impulsa a satisfacer sus deseos pasajeros y materiales.
Sin embargo, todo esto no forma parte de su naturaleza. Su esencia les apela a convertirse en la vanguardia de cualquier iniciativa y ser la fuerza motriz de cualquier proyecto, inspirados por motivos espléndidos y propósitos sublimes. Y a hacerlo con coraje, determinación, entusiasmo, emoción, a la luz de su conocimiento del mundo y su comprensión. Ese es el potencial de la juventud que puede mover el mundo. Y es posible; pero no gratis. Será la participación de la sociedad al completo, desde todos y cada uno de sus ámbitos, en un esfuerzo sostenido por desarrollar una educación caracterial que potencie, como lo más importante, las cualidades y virtudes propias de esta etapa en la vida de las personas.
Una flor no hace primavera. Y por eso no debemos pensar en Greta Thunberg como una excepción. Como tampoco lo son Emma González, Sophie Cruz, Malala Yousafzai, René Silva, Olivia Bouler, Yalitza Aparicio, Kritika Singh, Mary Grace Henry, Christopher Yao, Ximena Arrieta, Katie Stagliano, Dariele Santos o Mona Mahmoudnejad. Los tenemos a montones. Los tenemos en nuestras casas, en nuestras aulas y sobre todo en nuestros bares, en nuestras tiendas y ante nuestras pantallas. Ahora sólo está por ver si seremos capaces de educarles para que se conviertan en esa “generación Greta” que cambiará el mundo.
Rosa Rabbani es doctora en Psicología Social y premio Equidad de Género de la Generalitat de Cataluña.
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