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“Cuando eres mestizo deseas ser un puente entre culturas”

Las raíces franco-senegalesas de Marie Caroline Camara, empresaria del sector turístico en Saint Louis (Senegal), y su perspectiva analítica de las dos sociedades han fraguado en ella una doble visión del mundo que pelea por encajar

Marie Caroline Camara sentada en la casa de huéspedes que regenta.
Marie Caroline Camara sentada en la casa de huéspedes que regenta. ALFREDO CÁLIZ

Sentada ante una mesa hecha por su vecino el artesano Meissa Fall a partir de bicicletas recicladas, Marie Caroline Camara (Francia, 1953) fuma un cigarrillo y repasa las novedades de la prensa senegalesa, que hablan sobre Los Talleres del Pensamiento, una cita consolidada de la intelectualidad del África francófona y su diáspora sobre el devenir del continente que han celebrado su 3ª edición recientemente en Dakar.

Apenas un saludo rápido para entrar a debate: “Hay muchas cosas que me generan interrogantes de la cultura senegalesa”. Nacida y crecida en Normandía (Francia) afirma tener una mirada “terrenal y real” influencia de su familia campesina por parte de madre y que choca con la cultura del “secreto y los tabúes” que se encontró al llegar a Saint Louis, ciudad natal de su padre, en donde se instaló en 2007.

Propietaria y regente de una encantadora casa de huéspedes, Au Fil du Fleuve (“Al Hilo del Río”) que ella mismo rehabilitó en el sur de la isla de Saint Louis, Camara es conocida en la ciudad como una gran conversadora y como una agente cultural importante, fundadora de varias iniciativas para la defensa del patrimonio como las jornadas de puertas abiertas Entre’vues o el desarrollo de la aplicación turística Tukki Saint Louis.

Salpica su discurso de un “nosotros” que confunde al interlocutor pues a veces hace referencia a su parte senegalesa, y otras a la francesa. Es ese nosotros común, un puente entre el Norte y el Sur, el que ella intenta conciliar.

Pregunta. Enfermera de profesión, instalada en su Francia natal durante más de medio siglo, estable. ¿Qué motiva a Marie Caroline Camara a venirse a Senegal?

Respuesta. En un momento dado, ya pasados los cincuenta, me rondaba la pregunta de qué era capaz de transmitirle yo a mis hijos, que tienen triple raíces: senegalesas, francesas y camerunesas. Como madre entre diferentes culturas, necesité venir aquí a entender cómo se vive en Senegal más allá de las visitas puntuales que hacía a mi padre en las vacaciones.

P. ¿Y qué se ha encontrado?

R. Aquí he descubierto muchas cosas que me eran “secretas”, incluso habiendo crecido en una familia mixta. Mi padre era musulmán muy creyente, pero nunca me habló de la importancia del animismo aquí: de los rituales, ofrendas, males de ojo, y para mí son muy importantes para entender la sociedad senegalesa. Fue un descubrimiento. Es muy interesante desde el punto de vista patrimonial: los secretos, los peligros, los celos… Una de las cosas más positivas que he encontrado aquí es que se siente que estamos en un cruce de caminos, entre el desierto y el bosque, entre el océano y la tierra interior, en un espacio donde se han cruzado muchas y diversas gentes, venidas de fuera pero también de dentro del continente y eso ha forjado una cultura muy particular en la gente de Saint Louis.

P. Desde que ha llegado ha estado muy implicada en la salvaguarda del patrimonio de la ciudad, ¿qué le atrae particularmente?

R. Cuanto más vivo aquí más me doy cuenta de la importancia de conocer la historia colonial y de apropiársela. Creo que no se puede hacer una cruz sobre esa época de -agraciado o desgraciado- cruce de pueblos, porque eso ha forjado lo que es la sociedad saintlouisienne de hoy en día. Me maravilla ver a jóvenes poetas o slameurs mezclando la tradición oral senegalesa y el verbo y la palabra francófona hecha suya y que da por resultado una juventud de una cultura múltiple, en la que yo creo.

Es por ello, y no por nostalgia del pasado colonial, que restauré una antigua casa colonial mestiza del siglo XIX. Lo hice por su belleza, por sus cualidades climáticas, por las interesantes técnicas de construcción utilizadas. En las casas mestizas las mujeres senegalesas casadas con comerciantes franceses aportaron su manera de entender la vivienda, con la creación de un patio interior, propio de su cultura, que es la cultura local, y por lo tanto, es parte del patrimonio local. No veo el interés en demoler el patrimonio edificado: son nuestras trazas, nuestro pasado. Aunque fuese dolorosa la historia colonial que hay detrás hoy puede convertirse en una riqueza. Creo que hay que andar sobre nuestros trazos pasados y, eventualmente, avanzar hacia otra cosa.

P. ¿Entiende que sea duro en la memoria colectiva aceptar esa herencia colonial y avanzar sobre ella?

R. Lo entiendo pero creo que los ciclos de vida y de poder se han dado en todo el mundo. Los galos fueron aplastados por los romanos y no destruyeron las Arenas de Nîmes. Hay que conseguir quedarse con el amor y no con el odio al pasado colonial, porque el odio no construye. Guardar el centro histórico de Saint Louis, dando a conocer su historia dolorosa, no significa para mi coartar la modernidad y el progreso del resto de la ciudad. Conservar y avanzar no son antagonistas.

P. ¿Qué es para usted el mestizaje?

R. Es el tener acceso a varias culturas diferentes. Hay personas mestizas aunque no lo sean racialmente, es una cuestión cultural más que racial.

Pese a los diferentes mestizajes -de razas, religiones, orígenes étnicos o culturales- lo que veo común es que a los mestizos nos gusta ser puentes. Tenemos ganas de que la gente se quiera, se conozca, se escuche. Cuando tienes un abuelo que se llama Babacar y otro Marcel, una abuela Adrianne y otra Nafy, deseas que los intercambios sean reales, que la gente se respete y se aprecie y te posicionas siempre en la defensa del otro.

Desmiento clichés sobre Senegal cuando estoy en Francia y prejuicios sobre franceses cuando estoy aquí. Intento dar explicaciones, claves para el entendimiento, transmitir empatía. A través de mi testimonio personal intento dar a entender la complejidad de ambas sociedades. Tengo el recuerdo de mi tía senegalesa haciendo un ceebujën en casa de mis padres en Normandía: esa imagen representa para mí el deseo de compartir.

P. En Europa hay una parte de la afrodescendencia que confiesa vivir situaciones complicadas de falta de referentes, dificultades ligadas al sentimiento de pertenencia o de identidad, ¿cómo ha vivido el hecho de ser mestiza en Francia?

R. Yo no he vivido en un entorno hostil. Nací en la Francia de antes de las independencias, y la situación era otra. Mi abuelo senegalés nació a finales del siglo XIX y como era de Saint Louis pudo estudiar y motivó a sus hijos a que prosiguiesen sus estudios superiores. Mi familia francesa era una familia campesina, con menos dinero, y que no tuvo acceso a la universidad. Me interesan esas “miradas cruzadas” para desmentir los clichés que nos invaden hoy en día. “Blanco rico versus africano explotado”: eso en mi familia no se dio. Un campesino normando vivía en esa época bastante peor que un africano de Saint Louis y por ello mi familia francesa estaba orgullosa de tener un universitario en su familia.

Mis padres fueron muy abiertos, y yo personalmente nunca me he sentido expuesta al rechazo: creo que ha sido más difícil para las familias mestizas posteriores. Cuando Europa comenzó a ir mal, y empezaron las emigraciones económicas, con gente que venía sin necesariamente una preparación y sobre todo sin un acompañamiento, que llegan a las periferias de las grandes ciudades europeas, sin hablar la lengua… llegaron los problemas.

P. ¿Piensas que hay racismo en Europa?

R. Creo que se dan problemas socioeconómicos y no raciales. La diáspora africana educada con un oficio no supone ninguna complicación social. Los jóvenes sin acceso a educación y sin acompañamiento tienen dificultades de reconocimiento, y echan fácilmente la culpa al hecho de ser negro para negar otros problemas. Creo que hay tendencias racistas en todo el mundo, y que aquí tampoco estamos a salvo: mi pareja era camerunesa y mi familia senegalesa no estaba muy abierta a aceptarlo.

El auge de los populismos —palabra que usamos para decir “fascistas” en realidad— está más ligado a la conmoción actual del mundo, al desorden económico global, a las bolsas de pobreza, a las angustias de un mundo que se mueve,.. lo más fácil es pensar que el otro es el responsable. En Europa, en Estados Unidos, también en países con un Islam tolerante como Senegal pueden nacer discursos extremistas que señalan a los occidentales infieles de responsables de todos los males sociales.

Cuando estamos en estas dinámicas de transformación del mundo y la gente no tiene herramientas de comprensión es fácil manipularla y dirigirla hacia la violencia y los discursos violentos. Tanto el norte como el sur se está muy expuesto a los discursos de propaganda, tanto entre la población como entre las élites políticas y religiosas.

P. ¿Cuáles serían para usted vías de solución para reducir estas tensiones?

R. Creo que es esencial la comunicación: la libertad y la calidad de la prensa y un uso racional de las redes sociales, que fluctúan entre la inmediatez y la reacción emotiva y militante. Hay que intentar comunicar de otras maneras, teniendo en cuenta cómo se consume ahora la información pero para evitar caer en los peligros de la propaganda. Y hay que hacer un esfuerzo para conocer al otro, todo el tiempo, y creo que los estudiantes entre jóvenes, universitarios o no, son esenciales para acercarnos.

P. ¿Cómo se trabaja la convivencia y el encuentro desde un establecimiento hotelero de tres habitaciones?

R. Au Fil du Fleuve es un proyecto personal para crear un lugar de intercambio entre los ocho clientes máximo que acogemos. Es un sitio pequeño e íntimo en el que se da a conocer la historia de la casa y la ciudad, se ofrece la prensa senegalesa, se convive en un decorado artístico amueblado exclusivamente con el trabajo de artesanos locales y se fomenta el conocimiento del vecindario. Quiero que los clientes se vayan con más curiosidad sobre Senegal de la que trajeron al llegar.

Mi apuesta son los desayunos locales. En la mesa común no pongo ningún producto extranjero, salvo la baguette que ahora es también un producto senegalés. Hay mermelada casera hecha con frutas locales, papilla de mijo, dátiles, zumos de bissap, bouye o tamarindo, yogures naturales hechos aquí mismo y semillas locales del Sahel. A través de la gastronomía hablamos de la agricultura del Valle del río Senegal, del cultivo interestacional, de la importancia del agua, de las mujeres transformadoras, de la simbología del baobab, etcétera. Con la artesanía y la gastronomía aporto mi piedra al encuentro.

P. ¿Qué ha aprendido en estos 12 años en Saint Louis?

R. Mi estancia aquí me ha permitido ver lo que es común a la humanidad, las necesidades básicas, que son las mismas en todo el mundo: comer, estar sano, educar a tus hijos. Pero también de las diferencias que tenemos, y que se explican en gran parte por motivos geográficos, climatológicos, culturales, morales, etcétera y que se ve por ejemplo en cómo la fe anima la vida cotidiana de la gente en Senegal, algo muy diferente de la sociedad francesa, que es muy poco religiosa. Aquí he entendido lo poco que importa lo material y cuánto lo inmaterial: la elegancia, la necesidad de ser reconocido y dignificado a partir de la apariencia. Y cuando no se puede tener más que la apariencia, ¡pues se tiene la apariencia! Y en eso es completamente diferente de una sociedad judeocristiana. En los países fríos la casa tiene una importancia enorme, vital. Aquí, donde se puede vivir todo el año prácticamente al exterior, la vivienda y su mantenimiento tienen menos importancia…. Son diferencias, explicables.

P. ¿El ser mestiza le permite analizar y criticar ambas sociedades más abiertamente?

R. Lo que intento es comprender. No quiero poner escalas de valor sino constatar la diferencia de maneras de ver, y relativizar los cuentos de hadas que se crean alrededor de un pueblo o de otro.

Los occidentales piensan África como un lugar de no estrés, pero yo creo que hay otro tipo de estrés que no es el trabajo o los ritmos de vida sino en la presión que supone gestionar la supervivencia, el cotidiano y todo lo inmaterial que puede hacer mal a tus seres queridos.

No creo que haya un pueblo “elegido”, un pueblo generoso por naturaleza. Aquí hay la teranga, las casas están abiertas para los que vienen de fuera, se comparte la comida y se vive en comunidad, pero yo ya no me creo cuando me dicen que los franceses no son generosos, que no comparten.. ahora sé que eso no es verdad. Son otras formas de compartir, otras formas de expresión… En Europa se ha luchado para crear una sociedad con un mínimo de redistribución social, protección social, acceso a la escuela incluso para los más vulnerables… y para mi eso también es símbolo de generosidad. De otra forma.

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