No llega
Pese al frágil acuerdo alcanzado entre Sánchez e Iglesias, tiene uno la impresión de que España se atomiza, se licúa
Pese al frágil acuerdo alcanzado entre Sánchez e Iglesias, tiene uno la impresión de que España se atomiza, se licúa. Envasada en un frasco de diseño, triunfaría como perfume en las tiendas libres de impuestos de los aeropuertos. Eau d’Espagne. Los viajeros se pondrían un poco en la muñeca y se la llevarían a la nariz, para aspirar esa fragancia latina resultante del último prensado electoral. Encargaríamos a Iván Redondo que resumiera sus tonalidades. Reminiscencias de uva y de salitre, por ejemplo, y de aceite de oliva. Y efluvios de pólvora con ecos de nacionalismos excluyentes. Y esencias de socialismos aturdidos, de derechas bárbaras, de osamentas rancias, de repollo, de regaliz y de ajo y de laurel, además de un fondo de rabo de toro y un toque de sotana vieja, qué sé yo.
El problema de esta atomización es que los españoles, aunque maltrechos, continuamos enteros. Hemos sucumbido de forma colectiva a la molturación, pero individualmente tenemos las mismas necesidades que un alemán o un sueco. Tres comidas al día, y vestido y calzado e higiene diaria o semanal y, a poder ser, cultura. Necesitamos convenios colectivos, sindicatos de clase, pensiones actualizadas, salarios dignos, vivienda, y un horizonte sosegado que dejar en herencia a nuestros hijos. No puede irse todo a la trituradora puesta en marcha por la torpeza o la maldad de políticos que confunden la llave nuclear con el botón electoral o viceversa, ahora no caigo.
Estamos las clases medias y las pobres y los ancianos y los jóvenes y los dependientes esperando la llegada de España como el que aguarda la llegada del autobús bajo la marquesina. Pero España no llega, se diluye, se deslíe, se dispersa, nos abandona a la intemperie. Y llueve.
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