Vigilancia sin sospecha
El peligro de que se pase de unas medidas de seguridad más activas a una estigmatización de los musulmanes es elevado
El atentado en la sede de la policía de París, donde un informático mató a cuatro compañeros de trabajo antes de ser abatido el pasado 3 de octubre, demuestra que el terrorismo yihadista sigue siendo una amenaza real y constante en Francia, pese a las enormes medidas de seguridad adoptadas desde los ataques contra la revista Charlie Hebdo en enero de 2015 y contra diferentes puntos de la capital, en noviembre de ese mismo año. En este caso, además, las circunstancias resultan especialmente inquietantes: el asesino había vivido un proceso de radicalización que sus compañeros señalaron y tenía acceso a información sensible, como datos personales de agentes o de personas sometidas a seguimiento policial.
Se produjo, sin duda, un fallo importante de seguridad porque el autor del crimen, Mickaël Harpon, un musulmán converso de 45 años, había celebrado en público el atentado contra Charlie Hebdo, frecuentaba una mezquita salafista y tenía problemas para relacionarse con sus compañeras de trabajo por motivos religiosos. Todos esos elementos hubiesen merecido por lo menos una investigación, máxime cuando se trataba de alguien que disfrutaba de la llamada “habilitación para el secreto de Defensa”. Tal vez hubiese podido impedir que entrase con un cuchillo en la prefectura y asesinase a sus compañeros, aunque la posibilidad de que hubiese logrado zafarse incluso si su caso llega a ser estudiado es muy amplia. No había cometido ningún delito y sus creencias religiosas entran dentro de la esfera privada y de sus derechos ciudadanos.
La línea que separa una sociedad vigilante de una sociedad paranoica es estrecha y el peligro de que se pase de unas medidas de seguridad más activas a una estigmatización de los musulmanes es elevado. Las declaraciones del presidente Emmanuel Macron en el funeral de las cuatro víctimas del atentado se mueven en esa delgada línea y pueden ser interpretadas como un llamamiento a la sospecha generalizada. Macron llamó a la “vigilancia, a la escucha atenta del otro, al despertar razonable de las conciencias”.
Una sociedad vigilante no puede convertirse en una sociedad de la sospecha contra el islam; pero tampoco se puede mirar hacia otro lado ante la evidencia de que Francia tiene un problema grave de radicalismo. Este país ha puesto en marcha un complejo y eficaz sistema para tratar de detectar a los posibles yihadistas desde que muestran los primeros signos de radicalización. Pero, como demuestra lo ocurrido en la prefectura, no es infalible. Si Francia cayese en la sospecha generalizada pagaría un doble precio: al peligro del terrorismo se añadiría un retroceso en sus valores republicanos de tolerancia y libertad.
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