“Era una niña. La enterraron viva al nacer”
El autor asegura haber visto en un par de ocasiones el pequeño cuerpo carbonizado de una recién nacida en una hoguera cercana a una chabola, en un país, India, donde es muy común acabar con la vida de un bebé cuando se sabe el sexo
Hace unos 15 años, recién aterrizado en Bombay y paseando con el trabajador de campo de una organización local fui testigo de algo que mantengo muy vivo en la memoria a día de hoy. Nos encontrábamos en un descampado al norte de la ciudad y me mostraba dónde se estaba creando un asentamiento no planificado de viviendas hechas de plástico y uralita. Solíamos frecuentar la zona, ya que varios niños del orfanato con el que Sonrisas de Bombay empezó provenían de ese mismo entorno.
Me acostumbré a saludar a un matrimonio muy joven que vivía, como es habitual en la India, con los padres de él. La chica, que apenas tendría unos quince años, estaba embarazada y yo siempre me preguntaba cómo sería el parto de aquella casi niña de expresión triste y mirada opaca. Pasaron los meses, las chozas iban creciendo y avanzaba el estado de gestación de aquella muchacha.
Un buen día, al ver que aparentemente ya había dado a luz, quise preguntar. “Era una niña y dicen que nació muerta”, me explicó mi interlocutor tras conversar con la familia durante un rato. Minutos después, ya alejados de la zona, me miró y me dijo: “La han enterrado viva al nacer”, explicándome que tener una niña en la India es una verdadera carga. Tiempo después iría descubriendo los motivos.
“¿Cómo puede ser que precisamente una mujer sea partícipe de quitar la vida a su propia hija por el hecho de ser mujer?”, le pregunté. “Le evita mucho sufrimiento”, se limitó a responder sin mostrar descontento. Aquella respuesta me encendió. Con aquella aceptación ya intuí lo arraigada que esta creencia está en el funcionamiento del país en el que vivo.
Lamentablemente, pasados los años, debo reconocer que muy probablemente aquel señor acertó cuando afirmó con total parsimonia que habían matado a la recién nacida y que toda la familia había sido cómplice de tan injusto infanticidio. Por desgracia, en un par de ocasiones he sido testigo del descubrimiento del pequeño cuerpo carbonizado de una recién nacida en una hoguera cercana a la chabola, como si de basura se tratara. Es duro, pero la realidad —que intento edulcorar en este escrito— es mucho más atroz. Incluso me cuesta y me duele escribirlo aquí.
Es muy común, en India, acabar con la vida de un bebé cuando se descubre que es una niña. Eso, si llegan a nacer, ya que muchas veces se interrumpe el embarazo al conocer el sexo.
Desde 1994, el país prohíbe las pruebas para saber el sexo del bebé durante el embarazo, pero eso no impide que a día de hoy el 41% de las muertes neonatales femeninas sea deliberada. Además, en el caso de que se produzca el nacimiento, es frecuente que las familias intenten acabar con la vida de esas niñas durante su infancia, con la ausencia de cuidados médicos o una mala alimentación. En otros casos, la opción es venderlas a mafias que las explotan sexualmente.
Otro aspecto es la educación: mientras que más del 80% de los hombres están alfabetizados, una de cada tres mujeres no sabe leer. El hecho de que no puedan completar una educación básica establece un círculo de dependencia en que se ven obligadas a vivir. Cuesta imaginar esta situación en un país que ha tenido presidentas y primeras ministras. Pero esa bipolaridad, tan frecuente en muchos otros aspectos, está también presente en la situación de la mujer.
Según una reciente encuesta de la Fundación Thomson Reuters, India es el país más peligroso del mundo para las mujeres, situándose en el primer puesto en lo que se refiere al riesgo de violencia sexual y acoso contra las mujeres, peligro a raíz de las prácticas culturales y tribales y trata de personas. Sin ir más lejos, según datos del último estudio económico anual del Gobierno de la India, el país tiene 63 millones de mujeres menos de las que debería tener. Nacer mujer es visto como una carga familiar, ya que la mayoría abandonarán su casa en cuanto se casen —previo pago de una elevada dote matrimonial— para irse a vivir con su marido, convirtiéndose en la criada de sus padres políticos.
Desde 1994, India prohíbe las pruebas para saber el sexo del bebé durante el embarazo, pero eso no impide que a día de hoy el 41% de las muertes neonatales femeninas sea deliberada
Hasta hace pocos años, los primeros contratos de alquiler de parvularios y centros de la organización los debíamos firmar en el registro del juzgado de familias de Bombay. La primera vez que estuve allí, y al ver todas las ventanas llenas de rejas, pregunté el motivo. “Es para evitar que las mujeres se lancen al vacío una vez firmados los divorcios. Porque a una mujer divorciada le da la espalda todo su entorno, empezando por su propia familia. Una mujer sin marido no sirve para nada”, me respondió alguien.
La aberrante situación de inferioridad femenina es algo frecuente en todos los estamentos de la sociedad india. Estos días, precisamente, ocupa las primeras páginas de los periódicos el caso de Aishwarya Rai, esposa del hijo del jefe del partido político Rashtriya Janata Dal (RJD). Al empezar a mover los papeles del divorcio, su suegra, expresidenta del Estado de Bihar, la estuvo supuestamente torturando hasta el punto de negarle la comida. Finalmente, ella pudo escapar de la casa y denunciar públicamente la situación. Ahora es el foco de los periódicos de todo el país y el tema recurrente de conocidos columnistas.
Tal vez porque en el equipo de Sonrisas de Bombay hay muchas mujeres, soy testigo cada día de su invisibilidad en una sociedad que, cada vez que voy con ellas, solo me mira y me habla a mí. Por suerte, nos quejamos siempre al unísono, exigiendo para ellas el mismo trato. La clave es precisamente esa: que entre todos, hombres y mujeres, exijamos un trato justo en pequeños o grandes entornos. Si la mentalidad de los ciudadanos no cambia, difícilmente podrá cambiar el país.
Desde Sonrisas de Bombay, en el Día Internacional de la Niña (que se celebra este 11 de octubre), estamos convencidos de que esta es la llave para el cambio, sumada a la educación (más allá de la académica) para que el conjunto de la ciudadanía tome verdadera conciencia. Debemos hacerlo por sentido de humanidad, por compromiso con el desarrollo del país y, sobre todo, por aquellas niñas que no lograron nacer.
Jaume Sanllorente es fundador de la ONG Sonrisas de Bombay.
La sección En Primera Línea es un espacio en Planeta Futuro en el que miembros de ONG o instituciones que trabajan en terreno narran sus experiencias personales y profesionales en relación al impacto de su actividad. Siempre están escritos en primera persona y la responsabilidad del contenido es de los autores.
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