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Columna
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Amenazas existenciales

No hay nada tan peligroso como un gobernante que confunde su destino personal con el colectivo, y es capaz de convertir las amenazas existenciales que pesan sobre su cabeza en amenazas a la nación

Lluís Bassets
El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, este miércoles en Tel Aviv.
El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, este miércoles en Tel Aviv. Ammar Awad (REUTERS)

En un mundo crecientemente peligroso, no basta cualquier amenaza para suscitar el miedo y la reacción defensiva. La amenaza debe ser existencial, es decir, dirigirse a la existencia del amenazado hasta constituir un peligro cierto de destrucción.

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Para Benjamin Netanyahu, el político más longevo como primer ministro en la historia de Israel, la mayor amenaza para la existencia de su país es la República Islámica de Irán y, especialmente su proyecto nuclear, con el que podría llegar a desafiar la actual ventaja del Estado sionista en el equilibrio regional del terror. No es la única, tal como ha intentado demostrar en la campaña para las elecciones repetidas de este pasado martes, al añadir a la exterior otra amenaza interior, cifrada en el peso electoral del 20% de la población árabe israelí y en su capacidad para condicionar la futura mayoría de Gobierno.

A diferencia de anteriores elecciones, los partidos árabes israelíes han ido unidos a las urnas y bajo una sola candidatura. Ajenos al razonamiento habitual de los dirigentes palestinos, que suelen igualar y despreciar a todos los líderes sionistas, sean de derechas o de izquierda, partidarios de la anexión de los territorios o todavía favorables al Estado palestino, los ciudadanos árabes israelíes han acudido a votar fuertemente motivados por el objetivo de echar a Netanyahu.

En buena correspondencia, Netanyahu ha inflamado su fervor antiárabe en la campaña electoral, tirando de las alarmas sobre su alta participación, y lo que es más significativo, siguiendo a partir de ahora con su alarmismo antiárabe para boicotear la formación del Gobierno de unidad nacional que pudiera descabalgarle, dado que ya hay propuestas de incluir a su partido pero excluirle a él. Su hilo argumental, muy similar al de su amigo Trump, deslegitima el voto de sus adversarios después de intentar desmovilizarlo en la campaña y pone en duda los resultados electorales que le son desfavorables, sobre los que deja caer la sospecha de una manipulación.

Si los votantes de Netanyahu se movilizan ante la amenaza existencial sobre Israel, la amenaza que ha movilizado a Netanyahu es su existencia como político en ejercicio e incluso como ciudadano libre. Sabe que cuando deje de encabezar el gobierno, a falta de la imprescindible mayoría de 61 diputados, caerá sobre su cabeza el fiscal general con tres causas por corrupción que le amenazan existencialmente con el juicio y la cárcel.

Netanyahu ha perdido muchas bazas para seguir como primer ministro. Su partido se ha visto mermado en tres diputados y se ha recortado todavía más su antigua mayoría parlamentaria. Le queda ahora el recurso de sembrar el caos entre sus rivales para evitar una mayoría alternativa de gobierno, fiándolo todo al lanzamiento otra vez de la moneda al aire de unas terceras elecciones. No hay nada tan peligroso como un gobernante que confunde su destino personal con el colectivo, y es capaz de convertir las amenazas existenciales que pesan sobre su cabeza en amenazas a la nación.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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