Candidato Justin Bieber
La campaña eterna de la izquierda impracticable: querer cosas que cumplirían en el caso de llegar a gobernar con quien no quieren
Leo la inesperada confesión de Justin Bieber en Instagram, donde dice que a los 19 años empezó a tomar drogas duras (soy tan fan de la adjetivación de las drogas como de la del periodismo) porque hay tal explosión de dopamina sobre un escenario que los subidones y bajones son difíciles de manejar (siempre ocurre algo, ya sean las malas compañías o la fama planetaria). Se da la circunstancia de que, mientras leo la publicación de Justin Bieber en el teléfono móvil, tengo puesto en directo en el iPad la intervención de Pedro Sánchez. La conexión entre ambos es rapidísima, al fin y al cabo también Sánchez, cuando se baja del escenario, necesita subirse otra vez a él mediante elecciones generales para no caer en sustitutivos tóxicos, o sea, guerras internas.
Es decir, si se repiten elecciones generales en noviembre, Pedro Sánchez habrá sido candidato seis veces en cinco años: no da tiempo a otra cosa que a guerrear. Dos como aspirante a la secretaría general del PSOE y cuatro como aspirante a la presidencia del Gobierno. De tal manera que, siendo protagonista de la política nacional desde 2014 y su primera figura desde 2018, no ha conocido más horizonte que el del enfrentamiento ni se ha desenvuelto en otro escenario que en el de sus campañas. Y cuando ha gobernado, poco, ha sido con los Presupuestos de su eterno rival, ya retirado, Mariano Rajoy. Sí, Sánchez siempre está ahí, pero no termina de estar donde quiere. Como si tras tantas peleas, tensiones y minorías haya desarrollado un instinto natural para el combate, perfeccionándolo hasta hacerse del todo con el partido y rozar el Gobierno, pero incapaz de manejarse en la estabilidad, siquiera para construirla. No es Iglesias, obviamente, la pareja con la que alguien querría ir a muchos sitios, pero la política no va de entenderse con quien irías a todas partes. Esa está en tu partido, y porque mandas.
Entre las frases que los periodistas utilizamos para cerrar artículos, muchas sentenciosas y frecuentemente estúpidas, una mía tiene el agravante de que me di cuenta de lo bien que sonaba y lo poco que valía en el momento de escribirla. Ocurrió a mediados de febrero de este año, cuando se convocaron nuevas elecciones generales. Fue un perfil de Sánchez, su origen y recorrido a través de diversas fuentes que hablaron con este periódico, y cerré todo ello con una ingenuidad abrumadora: “(…) dentro de dos meses, con España en estado de shock, ganará o perderá por última vez”. Qué va a ser la última vez.
Empiezo a pensar si será eso, ganar o perder, lo que mejor se le dé, como alguien acostumbrado a la euforia de la conquista sobre el escenario, y no a bajarse y vivir habiendo ganado o habiendo perdido: de lo segundo volvió para hacerse con el PSOE, lo primero no consigue cristalizarlo ahora, en 2019, ni hace tres años, de la mano de aquel Rivera, qué época, once upon a time. Y conocida esa trayectoria de candidato Sánchez, un político dirigiéndose a electores durante cinco años en lugar de a gobernados, como si el exceso de dopamina del directo no encontrase cauce al bajarse del escenario, quizá lo que le convenga ahora a Sánchez, perdido ya Rivera para cualquier causa que no sea la destrucción de sus principios, sea pactar con Iglesias el aburguesamiento de ambos, entendiendo aburguesamiento por la estabilidad de un programa sin sobresaltos que no les obligue a rozarse todo el rato con los fans en actos de autoafirmación y sí a dar cuentas por lo que hacen y no por lo que prometen, que al fin y al cabo en eso consiste la campaña eterna de la izquierda impracticable: en querer cosas que cumplirían en el caso de llegar a gobernar con no quien quieren.
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