La fantasía piensa, la imaginación ve
El pabellón que Junya Ishigami ha levantado en para la Serpentine Gallery de Londres habla de una naturaleza artificial, como la de los jardines ingleses. Y consigue que un edificio, al que ya se le presupone la sorpresa, desconcierte.
Podrían ser los restos de una obra: un montón de tablas de pizarra rotas. Está demasiado desordenado para ser un apilamiento de material que espera formar parte de un edificio y esa cualidad le da un aire orgánico, más cercano a un ser vivo -un pabellón-armadillo- que a una construcción topográfica. Es un edificio sin fachada. Ante él uno ve, sobre todo, una cubierta dura, como de crustáceo, o una cueva ventilada, con acceso doble y enfrentado. Tras el montón -que es la cubierta-fachada- aparece el pabellón, un interior frágil, como una caverna sujeta con palillos. Es la estructura lo que desconcierta: el apilamiento de la cubierta –recogido por una malla metálica- parece incomprensiblemente sostenido con finísimas columnas blancas metálicas. Así, la primera impresión es que alguien ha metido el pabellón bajo la alfombra del suelo: una tienda de campaña bajo la capa de tierra existente. La segunda es de alta costura, cómo pueden unos pocos puntos sujetar el pesado y complicado vestido. Esa pregunta estructural indaga sobre qué permite la convivencia entre lo leve y lo pesado. Y esa doble condición paradójica de diálogo de opuestos: frágil y robusto, aéreo y terrenal, aleatorio y calculado, natural y artificial, es lo que finalmente intriga. Y desconcierta.
Aunque en ningún campo de la vida es bueno esperar algo, la arquitectura genera estilos, recursos y sellos que nos ayudan a identificar y descodificar. Y del japonés Junya Ishigami (1974) esperamos ligereza y desconcierto. Es decir, debe desconcertar el doble para conseguir sorprender. Ha hecho edificios en forma de nube (puerto de Copenhague), esculturas públicas transparentes (Sidney) y viviendas con más plantas que elementos arquitectónicos. Al buscar ese desconcierto esta vez con un edificio temporal lo ha construido con un material sólido, la piedra y además le ha dado una apariencia ciertamente leve. Ahí radica el doble desconcierto: ¿Es arquitectura o es arte? ¿Es una ocurrencia o un manifiesto?
El diseñador, y magnífico ensayista italiano, Bruno Munari diferenciaba entre la fantasía, la invención y la creatividad, capaces de pensar, para distinguirlas de la imaginación –que en lugar de pensar, ve-. Algo así sucede ante el pabellón de Ishigami: no sabemos si inventa, si crea o si imagina. Y eso quiere decir que no sabemos si acierta o tantea. Personalmente, creo que tantea, arriesga, experimenta. Lo pienso porque conocemos su ambición y la única manera que tiene alguien con una trayectoria inclasificable de sorprender es redirigiendo continuamente ese esfuerzo. Para eso sirven los pabellones temporales, para probar. Así, Ishigami aprovecha su oportunidad. Cabe preguntarse si fracasa o acierta al cuajar un edificio indefinido, al hacer una pregunta en lugar de ofrecer una respuesta. El edificio resultante no está en la naturaleza, pero habla de ella como lo hace el propio parque de Green Park -vecino a Hyde Park donde está la Serpentine- y como lo hacen todos los hijos del limpio y artificial paisajismo inglés.
Así, a medio camino entre una montaña, una cueva, una paradoja, un descuido, un invento o uno de los iglús de Mario Merz, Ishigami deja la huella de la ambigüedad en el historial de la Serpentine donde la sorpresa es marca de la casa y donde ya ha habido pabellones-bosque (Zumthor), globo (Koolhaas o Selgascano), grada (Sujimoto) o piedra ( Smiljan Radic). ¿Qué es el de Ishigami? Tal vez en la amplitud de la respuesta radica su aportación.
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