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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La libertad del asno de Buridán

La avalancha de opciones que abruman al consumidor hacen que pierda de vista el acto más importante: la elección en sí misma

Jorge Marirrodriga
Escena del estreno de 'Barrio Sésamo' en China
Escena del estreno de 'Barrio Sésamo' en ChinaREUTERS

En una sociedad de mercado —una manera como otra cualquiera de decir que el dinero manda— en la que el concepto de libertad del consumidor ha sido fagocitado por el de apariencia de libertad de elección entre varios productos, la expresión “a la carta” se ha convertido en la campanilla del perro de Pávlov con el que los paganos —de pagar— somos atraídos como moscas a la miel.

Las situaciones son múltiples. Por ejemplo, cuando vamos a comer fuera, pedir la carta en lugar de tirar de menú del día es sinónimo de estatus en la mesa. Llegados a los postres, si uno ha optado por la carta, normalmente recibirá otro elenco para poder elegir despacio. En cambio, si ha optado por menú del día deberá entender y memorizar en veinte segundos una lista recitada en plan rosco del Pasapalabra. Y normalmente lo hará mirando a los otros comensales mientras trata de transmitirles telepáticamente: “¿Habéis entendido algo?”. El resultado suele ser: “Yo tomaré café”. Los perjuicios de quedarse fuera de la carta.

“A la carta” se ha convertido en un símbolo. Y se puede hacer de todo. Desde elegir los complementos de un coche, hasta utilizar una plataforma de música online —donde curiosamente se atrae a la clientela con el reclamo de que puede saltarse las canciones, es decir, pagar por no escuchar— o ver televisión. Una avalancha de opciones que abruman al consumidor que pierde de vista el acto más importante: la elección en sí misma.

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Publicaba este fin de semana The New York Times una combinación de estudios realizados en 1971 y hace dos años sobre los efectos de Barrio Sésamo en la gente joven. Es decir, de cuando la televisión eran lentejas y se veía lo que ponían y ahora, cuando las opciones de elección son abrumadoras y el programa se ve mucho menos. El resultado es un retroceso en habilidades con los números y las palabras. Lo peor no es que se vea otra cosa, es que no se sabe qué ver. El tiempo de búsqueda sustituye al del propio acto. Terminamos teniendo televisión de pago y tres plataformas diferentes para responder al: “¿Qué estás viendo?”, con un: “Nada”.

La libertad de elegir consiste precisamente en elegir. Pero nos está sucediendo como al asno de Buridán, que murió de hambre entre dos montones de heno.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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