‘La llegada’ | Manual exprés para no cagarla al comunicarse con niños
Pues salvando las distancias, imaginad lo que supone para nuestros hijos que un desconocido les exija cariño instantáneo y efusivo
Como a muchos de vosotros, de entrada no me gustan los desconocidos, sobre todo los que aparecen de repente, con una amabilidad exagerada y al momento ya te están pidiendo algo. Las mujeres por desgracia ya tenéis experiencia en este campo, porque pesados, sobones y acosadores de falsa sonrisa los habéis sufrido desde pequeñas.
Pues salvando las distancias, imaginad lo que supone para nuestros hijos que un desconocido (para ellos, aunque sea un amigo de la familia al que nos encontramos por sorpresa) les exija cariño instantáneo y efusivo.
La vida es aprender a comunicarse con los demás, pero eso requiere tiempo, paciencia y empatía. Los niños no son los extraterrestres de La llegada, pero necesitan tiempo para adaptarse a los adultos que entran de golpe en su vida (en especial, si entran en “su” casa o en “su” sombrilla de la playa o en “su” parcela de campín) sin previo aviso, y su primera reacción no suele ser dar un apasionado discurso de bienvenida.
“Ui, este niño no habla”, “¡Qué serio está!”, “¿Por qué no dices nada? ¿Se te ha comido la lengua el gato?” no son precisamente las contraseñas para abrir el WiFi de simpatía infantil. Y si encima les hacen bromas pesadas o les acarician sin pedir permiso, ya es para sacarles tarjeta roja.
Los padres por educación disimulamos con excusas como “es que tiene sueño”, cuando lo suyo sería decir: “es que no tiene ningún interés en saludar a un pesado que no conoce”.
Las conversaciones con los amigos las queremos reconducir para que haya armonía ambiental, y con la gente saludada o aleatoria con la que nos cruzamos e insisten en hablarles tampoco queremos montar un plató de Sálvame.
(También es cierto que algunos niños son maleducados perpetuos y que llegan y se van de los sitios sin tan siquiera decir hola, pero cualquiera de los nuestros puede estar de ese humor un día suelto, precisamente cuando coincidiremos con más gente).
Empezar con mal pie con un crío puede anular cualquier posibilidad de entendimiento y cordialidad, así que hay que dar espacio y tiempo, sin agobiar, y pensar también en la vida y los intereses de la criatura.
Frases tan fuera de lugar como “¿Ya tienes novio?” con niños de 3-4 años revelan un desconocimiento total de lo que hacen los niños pequeños, provocan desconcierto en el niño y además después nos quejamos porque los críos están demasiado sexualizados demasiado pronto.
Y comodines como “¿qué tal el cole?”, sobre todo en verano, que no hay cole, crean en los niños la misma pereza que nos creaba a nosotros cuando las sufríamos de pequeños.
El truco, como con los adultos, es hablar de cosas que apasionen, a vosotros y a ellos: algo que has visto, tu dinosaurio favorito, o algo fabuloso que te haya pasado. Y entonces veréis cómo se produce la magia. Porque cuando se sienten escuchados y valorados sin imposturas, los niños no callan.
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