Vieja súbita
FaceApp nos fascina porque nos pone frente al espejo
Me resistí cinco minutos porque tengo una edad y esas son cosas de críos, pero al final me hice un faceapp de esos. Sí, mujer, esa aplicación que te hace viejo súbito y que está arrasando en redes. Coges una foto de ahora mismo, la pasas por el filtro y la pantalla te devuelve el hipotético rostro que tendrías de anciana, si llegas. El resultado, a sabiendas de que es un juego, perturba lo suyo. De (más) mayor voy a ser una versión flaca y fea de mi tía Rosa, la hermana pequeña de mi madre. Los carrillos flojos, el entrecejo partido a hachazos por las arrugas, los párpados cual cortinas venecianas echadas sobre los iris, las patas de gallo arándome las sienes, la boca hundida entre tres pares de paréntesis. Ni más ni menos que la cara de una mujer de sus años que no ha catado el bótox ni el ácido ni más cremas que las del súper en su vida. Después del susto, me quedé con dos certezas. Que nunca seré ni pareceré más joven que ahora. Y que los viejos con quienes nos comparamos no son los nuestros, sino los del cine, la tele y las revistas con todos sus trucos a cuestas.
Más allá de ser un juguete más para los adolescentes perpetuos en que estamos mutando, y del previsible lucro que los amos del invento vayan a sacar de nuestras jetas, perdón, datos antropométricos, FaceApp nos fascina porque nos pone frente al espejo. A los jóvenes les divierte porque creen que no les llegará nunca, y a los mayores nos deprime porque le vemos demasiado cerca las orejas al lobo. No sé cómo seré de vieja, si llego. Lo que sí sé es cómo envejecieron mi madre y mi tía. En su último día, en vísperas de su 71º cumpleaños, mi vieja —pelo blanco, ojos negros, rostro en los huesos— estaba más guapa que nunca. A su vera brillaba su hermana Rosa, que aparcó su vida y su familia para cuidarla. Eso es belleza. El resto, cosmética barata. Dicho esto, no subo mi faceapp a Twitter ni loca. Ya habrá tiempo.
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