El ‘narcobajo’
Ojalá esos críos que chapotean en la balsa de goma y acribillan sus móviles de último grito puedan y quieran salir del círculo
En ese pisito bajo de ahí arriba adonde entra y sale al minuto de haber entrado un incesante goteo de gente del alba al ocaso he jugado yo de cría. Ahí vivían hace 50 años la señora Aurora, que cosía para la calle; su marido, el señor Eladio, que vendía fruta en el mercado, y su numerosa prole, de la que solo recuerdo a Gloria, su guapísima niña chica, con la que fui al cole de parvulita antes de que la vida nos separase. El pisito es —era, lo estoy viendo— eso: un pisito bajo con su comedor, sus tres alcobas, su cocina, su aseo y el desahogo de un patio donde resguardar a tanto crío y tanta caja de naranjas en invierno y melocotones en verano. Pues bien, en ese pisito donde antes vivían mi amiga Gloria y sus hermanos, vive hoy una cantidad indeterminada de adultos y críos de todas las edades, que se refrescan estos días del calorazo de julio en una piscina hinchable varada en la acera, donde antes se sentaban a tomar el fresco las vecinas del barrio y hoy se sientan solas, porque nadie se atreve a sentarse con ellas, las matriarcas del clan a vigilar el negocio que les da de comer a todos.
Todos en el humildísimo sitio donde se instalaron mis abuelos cuando emigraron del pueblo a la costa saben que el piso de la señora Aurora y el señor Eladio es un narcopiso. La policía, la primera. Pero nadie; la policía, la primera, puede o quiere hacer nada salvo maldecir su suerte y rezar porque no haya males mayores. Los abuelos fueron muriendo, los padres se hicieron viejos y los nietos nos mudamos a lares más finos y solo vamos, si vamos, de visita. No seré yo quien denuncie aquí nada ni a nadie. Solo digo que, a tiro de piedra de ese narcobajo, está el instituto y la universidad a los que Gloria y yo quisimos y pudimos ir en su día. Ojalá esos críos que chapotean en la balsa de goma y acribillan sus móviles de último grito mientras sus yayas cuidan el chiringo, puedan y quieran salir del círculo. Y yo que lo vea.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.