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“Con los signos, se pueden descubrir las necesidades del bebé sin que tenga que recurrir al llanto”

El ‘Baby Signing’, o lengua de signos para bebés, enseña a los pequeños a comunicarse con las manos antes de que puedan expresarse verbalmente y refuerza el vínculo afectivo familiar

GETTY
Nacho Meneses

¿Qué padre o madre no habrá deseado un millón de veces que su bebé pudiera hablar? ¿Cuánto tiempo, esfuerzo y frustración ahorraría el ser capaz de comprender lo que necesita en cada momento, o el motivo de ese llanto tan desconsolado? Desarrollar las habilidades verbales puede llevar entre uno y dos años, y durante ese tiempo la comunicación con el bebé suele basarse en la intuición de los padres, que intentan averiguar cada día si su pequeño tiene sueño, hambre, calor o frío; si el pañal está húmedo o si le duelen los dientes o los oídos... Sin embargo, mucho antes de comenzar a hablar, los niños aprenden a controlar sus manos, y son capaces de utilizarlas para comunicarse gracias al Baby Signing, o lengua de signos para bebés; una tendencia aún novedosa en España pero que se viene estudiando en los Estados Unidos desde los años 80 y 90. De eso hablamos con Miriam Escacena, ingeniera de profesión, guía Montessori y autora del libro Comunicación con bebés. Mis manitas hablan(editorial Cuatro Hojas).

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Pregunta: ¿En qué consiste exactamente el Baby Signing?

Respuesta: Es una técnica para comunicarnos con nuestros bebés antes del desarrollo del habla. Consiste en enseñarles gestos muy sencillos que pueden hacer con sus manitas y que están adaptados de las lenguas de signos de la comunidad no oyente. Para que un bebé utilice el lenguaje oral al completo pueden pasar entre uno y dos años, pero a partir de los seis meses (cuando empiezan a desarrollar las habilidades motoras finas) ya pueden empezar a signar. No olvidemos que ellos ya hacen gestos de manera instintiva: si tienen sueño se frotan los ojos; aplauden cuando algo les gusta; levantan sus brazos cuando quieren que les cojamos... Y sus beneficios van mucho más allá de la comunicación: los niños signantes suelen aprender a hablar antes y adquieren un vocabulario más amplio, porque los exponemos más al lenguaje; al enseñarles los signos estamos repitiendo las palabras más frecuentemente.

P: ¿Qué ventajas aporta enseñar a signar a un bebé?

R: Muchísimas. Para empezar, refuerza los lazos afectivos en la familia, ya que así es posible descubrir sus necesidades sin que tengan que recurrir al llanto, y eso hace que la unión sea más fuerte. También se reduce la frustración que aparece cuando les sucede algo y no tienen forma de comunicarlo. Además, es especialmente bueno para que los papás conecten más con ellos porque, quieras que no, las madres ya empiezan a conectar con el bebé durante el embarazo y luego la lactancia hace que la unión sea ya muy fuerte.

Después de la aparición del habla, les aporta una forma más de decir las palabras, que es con las manos. En mis cursos he tenido muchas familias multiculturales donde cada padre es de un sitio diferente, y el signo es como un nexo de unión entre un idioma y otro. Además, favorece el bilingüismo: a los niños pequeños, todo lo que sea con las manos, les cuesta menos aprenderlo; es un aprendizaje kinestésico. Se lo enseñas a través de una canción o un cuento signado, y así es más divertido para ellos y más fácil de retener.

P: ¿El lengua de signos puede serles útil en otras situaciones?

R: En muchas. Cuando mi hija era pequeña, por ejemplo, la llevaba a la piscina, y cuando venía mi marido a buscarnos, a través del cristal le podía decir que la quería y que lo estaba haciendo muy bien. Aporta mucha complicidad familiar... Un padre alumno mío estaba viendo un partido de fútbol de su hijo y de repente vio como otro padre se comunicaba con el suyo en el campo, a través de signos... Y la psicóloga infantil Rosa Jové, que prologó este libro, aún signa con su hijo de 19 años.

El lengua de signos puede, además, ser especialmente útil para niños con necesidades educativas especiales, con síndrome de Down, Trastorno del Espectro Autista (TEA) o cualquier otra situación que afecte al desarrollo del lenguaje.

P: ¿Cuándo están listos para aprender a signar?

R: Depende del desarrollo de cada bebé. A partir de los seis u ocho meses, con el desarrollo de las habilidades motoras finas, descubren sus manitas y quieren hacer cosas con ellas. Hay toda una serie de comportamientos que observaremos en el niño: es importante que puedan mantenerse sentados en equilibrio, ya que necesitarán tener las manos libres para signar; si señala con el dedo los objetos que quiere; puede coger cosas con sus propias manos; y muestra interés en imitar los gestos del adulto, como cuando sacamos la lengua o aplaudimos, es un buen momento para empezar.

P: ¿Cuál es la mejor manera de enseñarles, y a qué ritmo conviene hacerlo?

R: Lo mejor es introducir los signos de manera natural en nuestro día a día; empezar poco a poco, escogiendo entre cinco y diez relacionados con las rutinas y las necesidades del bebé, y hacer el signo cuando usamos la palabra, acompañándolo de la acción. Y como estas rutinas suelen darse a diario, te aseguras de que siempre tienes oportunidad de practicarlas.

La primera palabra que se suele signar, por ejemplo, es “leche” (que se hace como si ordeñáramos una vaca); como a partir de los seis meses se va introduciendo la alimentación complementaria, el de “comer” (llevándote un puñado a la boca) es otro de los signos que primero aprenden. En este caso, le preguntaríamos: “¿Quieres comer?” a la vez que hacemos el gesto y justo antes de darle la comida, para que sea capaz de asociarlo. Otros signos relacionados con rutinas son los de “dormir” (llevándote la palma de la mano a un lado de la cara) o “bañarse” (como si te frotaras el pecho con dos esponjitas). Y a partir de ahí, según va aprendiendo, incorporas nuevos signos. El pequeño Pablo, por ejemplo, ya era capaz de hacer más de 100 signos con solo 15 meses.

P: ¿Qué es lo más importante a la hora de enseñar los signos?

R: La constancia, porque si no lo haces siempre, es fácil pensar que no funciona o que a tu bebé no le interesa. Si eres constante, puede que tarde dos, tres o cuatro meses, pero al final el niño seguro que lo aprende. Eso sí, tampoco hay que obsesionarse con los plazos, porque no es lo mismo empezar con un pequeño de seis meses que con uno de 12. Además, los padres a veces estamos muy obsesionados [con los objetivos], comparando nuestros hijos con los de los demás.

P: ¿Importa que todos en casa practiquen los signos?

R: Es importante, pero no imprescindible, que se involucren otras personas como los abuelos, un hermano mayor, la cuidadora o la profesora de la escuela. En mi caso, yo enseñé a mi hija sola, porque mi marido viajaba mucho.

P: ¿Se enseña la lengua de signos en las escuelas infantiles?

R: Aún son pocas, pero cada vez hay más. En las escuelas infantiles donde hay integración de algún niño sordo, se enseña la lengua de signos española (como la escuela infantil Piruetas, en Madrid). Pero también se utiliza en muchos centros donde se enseña el inglés desde pequeñitos (siendo común, en este caso, la lengua de signos americana).

En la web del Centro de Normalización Lingüística de la Lengua de Signos Española se da a su vez difusión a proyectos de escuelas infantiles que integran la lengua de signos en sus aulas.

P: ¿Aprender a signar puede retrasar el desarrollo del habla?

R: Es lo que más preocupa a los padres, y es perfectamente entendible, pero no, de ninguna manera. Igual que el niño que gatea no pierde interés en andar, el bebé que signa no solo no pierde el interés en hablar, sino que incluso aprende a hacerlo antes y desarrolla un vocabulario más rico, se frustran menos y se convierten en niños más sociables y seguros de sí mismos. Al exponerlos más al lenguaje, entienden antes lo que es la comunicación y antes se pregunta por el mundo que le rodea.

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Sobre la firma

Nacho Meneses
Coordinador y redactor del canal de Formación de EL PAÍS, está especializado en educación y tendencias profesionales, además de colaborar en Mamas & Papas, donde escribe de educación, salud y crianza. Es licenciado en Filología Inglesa por la Universidad de Valladolid y Máster de Periodismo UAM / EL PAÍS

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