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La mujer que salvó al leopardo de las nieves

Bayarjargal Agvaantseren, ganadora del Premio Medioambiental Goldman, ha logrado que el gobierno de Mongolia cree un parque natural y revoque 37 licencias mineras que amenazaban el hábitat de esta especie vulnerable

Bayarjargal Agvaantseren, ganadora del Premio Medioambiental Goldman.
Bayarjargal Agvaantseren, ganadora del Premio Medioambiental Goldman.Zigor Aldama
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Apenas quedan 7.000 leopardos de las nieves en libertad. Clasificada como especie vulnerable en la Lista Roja de la Unión para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), se calcula que la población de especímenes maduros no supera los 3.386. Y las perspectivas para este felino de dimensiones discretas, que se encuentra generalmente a más de 3.000 metros de altitud, no son nada halagüeñas: la IUCN constata que el número de ejemplares es cada vez menor, y los datos de WWF refrendan ese pesimismo. La fragmentación de su hábitat, la caza furtiva, los ataques por parte de campesinos que pierden cabezas de ganado, y la crisis climática que amenaza con reducir en un 30% el territorio del Himalaya en el que vive ponen en peligro la supervivencia del leopardo de las nieves.

Pero Bayarjargal Agvaantseren se ha propuesto darle esperanza en Mongolia, el país que concentra la mayor población de este felino después de China. Se estima que unos 1.000 ejemplares habitan el país de Gengis Kan, y, gracias a la perseverancia de esta ecologista, la posibilidad de que su número crezca a lo largo de la cordillera de Tost, en el desierto del Gobi, es ahora mucho más elevada. Porque en abril de 2016 Agvaantseren logró que el Gobierno estableciese allí la Reserva Natural Tost-Tosonbomba, un parque protegido de más de 7.200 kilómetros cuadrados. Fue la culminación de siete años de lucha contra la industria más poderosa de Mongolia: la minería, el motor económico del país y su principal fuente de exportaciones.

“No ha sido fácil”, reconoce Agvaantseren durante una entrevista en la capital del país, Ulán Bator. “En 2009 nos informaron de que toda la cordillera iba a ser cedida a las empresas mineras, que habían recibido ya 37 licencias para hacer prospecciones previas a la explotación, y supuso un mazazo porque es el territorio con la mayor concentración de leopardos de las nieves del mundo, y el hogar de una cuarta parte de todos los que habitan en Mongolia. Además, la zona es un corredor natural que enlaza otros dos parques naturales, el Great Gobi y el Gobi Gurvansaikhan. Pero la gente estaba preocupada por la economía (que había entrado en recesión) y a nadie le importaban unos gatos grandes”, recuerda la activista, que dirige la Snow Leopard Conservation Foundation (SLCF) y está encargada de los proyectos que la americana Snow Leopard Trust desarrolla en Mongolia.

Agvaantseren no se dio por vencida. “Al principio, creímos que una protección a nivel local sería suficiente. Pero estábamos equivocados. Las mineras no iban a aflojar su presión sobre los gobernantes, y la corrupción era tal que las licencias se concedían incluso sin obtener el beneplácito de la población local, un requisito indispensable recogido en la ley”, comenta. Esta mujer que acaba de estrenar la cincuentena habla en voz casi imperceptible mientras toma un té, pero su discurso es contundente. “Decidimos que la única solución era probar suerte a nivel nacional”, añade.

Sabía que el camino iba a ser largo y duro, pero Agvaantseren prefirió hacer las cosas bien que hacerlas deprisa. Comenzó por ganarse el favor de las doscientas familias nómadas que habitan en la cordillera de Tost

Sabía que el camino iba a ser largo y duro, porque el establecimiento de una reserva natural debe ser aprobada por el Parlamento, pero Agvaantseren prefirió hacer las cosas bien que hacerlas deprisa. Comenzó por ganarse el favor de las doscientas familias nómadas que habitan en la cordillera de Tost. “Muchos tenían la esperanza de que las empresas mineras los contrataran y que sus ingresos aumentasen. Pero les explicamos que ese no había sido el caso en las explotaciones más cercanas a la frontera con China, donde las compañías terminaron contratando a trabajadores chinos porque los locales no estaban lo suficientemente formados. Para los nómadas, la minería iba a suponer también una notable degradación de los pastos en los que se alimenta el ganado, y representaba una amenaza para su forma de vida. Al final lo entendieron así y nos brindaron su apoyo”, cuenta Agvaantseren.

Los políticos fueron un hueso más duro de roer. “En Mongolia sí hay conciencia medioambiental, y eso hace que las leyes de protección del entorno sean idóneas. Pero falla su implementación. Por ejemplo, en la normativa se recoge que el 30% del territorio nacional debe estar protegido, pero incluso después de haber creado el nuevo parque natural estamos solo en el 20%”, explica Agvaantseren, que lanzó una ambiciosa campaña de presión en todos los ámbitos, desde la prensa, hasta los pasillos del Parlamento.

Un leopardo de las nieves en cautividad en Estados Unidos.
Un leopardo de las nieves en cautividad en Estados Unidos.James Devaney/WireImage

Desafortunadamente, el ruido que hizo tuvo consecuencias trágicas. El 11 de noviembre de 2015, uno de los miembros de su equipo, Lkhagvasumberel Tumursukh —al que todos conocían como Sumbee—, apareció muerto en el lago Hovsgol, a casi 2.000 kilómetros de donde se suponía que debía estar. Unos días antes había salido de su casa en Ulán Bator para poner rumbo al Gobi y continuar con el estudio sobre los leopardos de las nieves, pero nadie lo volvió a ver hasta que apareció su cadáver. La autopsia determinó que se había ahogado y la Policía calificó la muerte de suicidio. “Nadie creyó esa versión y todos pensamos que las mineras estaban involucradas. Pero, después de una larga investigación, no se ha llegado a ninguna conclusión firme”, comenta Agvaantseren apesadumbrada.

Si creían que iban a callarla matando a su compañero, las mineras estaban muy equivocadas. Porque lograron todo lo contrario. “Decidimos que teníamos que trabajar todavía con más ahínco para honrar la muerte de Sumbee”, rememora Agvaantseren. Finalmente, logró que dos diputadas, Oyungerel Tsedevdamba y Erdenechimeg Luvsan, se comprometiesen a presentar la propuesta para proteger la cordillera. “El Parlamento aprobó la ley en 2016, pero hasta el año pasado no se revocaron todas las licencias”, explica la ecologista, que ha recibido el Premio Medioambiental Goldman de este año por su lucha. “Es una victoria para la mujer mongola, porque hemos sido nosotras las que más nos hemos involucrado en el proyecto”.

En cualquier caso, su triunfo se debe, en gran medida, al trabajo que Agvaantseren realizó incluso antes de que se decidiese explotar la cordillera de Tost. No en vano, comenzó a interesarse por el leopardo de las nieves en 1998, cuando era profesora de inglés en la localidad de Erdenet. “Durante el verano solía complementar mis ingresos con traducciones de todo tipo. Aquel año, me tocó el estudio que un biólogo mongol había hecho sobre el leopardo de las nieves, y así me enteré de la crítica situación en la que se encuentra esta especie”.

Agvaantseren se propuso hacer algo al respecto antes de que fuese demasiado tarde. Y, desde el principio, tuvo muy claro que nada cambiaría salvo que se trabajase con las comunidades locales para solucionar el conflicto entre ellas y los animales salvajes. “La protección de la fauna en peligro de extinción es un asunto económico. La gente mata animales protegidos para ganar dinero, porque la mayoría de los furtivos son pobres. Creé la Snow Leopard Enterprises para proporcionar ingresos alternativos a las familias establecidas en el hábitat de los leopardos”, relata.

El ruido que hizo tuvo consecuencias trágicas. Uno de los miembros de su equipo apareció muerto en el lago Hovsgol, a casi 2.000 kilómetros de donde se suponía que debía estar

Su ONG desarrolló un programa sencillo que continúa funcionando con éxito dos décadas después: “Las comunidades rurales firman con nosotros un contrato en el que se comprometen a no matar ningún leopardo. A cambio, producen artesanía que les compramos para comercializar luego a través de tiendas dirigidas a quienes visitan Mongolia. La Snow Leopard Trust también adquiere estos productos para venderlos en las tiendas de los zoológicos estadounidenses que tienen leopardos de las nieves y en otros comercios para mascotas. Si mantienen su promesa, al final de año las familias de la red reciben un bonus adicional”, explica Agvaantseren.

Pero la activista pronto descubrió que la cuantía que se paga por este trabajo no era suficiente para desincentivar por completo la caza. La situación mejoró, pero el problema no despareció. “Un día descubrimos que un ganadero había matado a uno de los leopardos que estábamos estudiando. Fuimos a verle y se justificó diciendo que el felino se había comido 26 de sus cabras y ovejas. Aseguro que tuvo que darle muerte para defender a su ganado. De lo contrario, su familia podría pasar hambre”, recuerda Agvaantseren.

Sin un programa de compensaciones, ese tipo de sucesos era demasiado habitual. Así que la ONG decidió implementar un seguro para el ganado similar al que había diseñado India para situaciones similares, y todo cambió. “La gente dejó de ver al leopardo de las nieves como un enemigo”, apostilla Agvaantseren con una sonrisa de satisfacción. Ahora, aunque la coyuntura y las expectativas de la especie han mejorado notablemente con la creación del parque natural, la activista asegura que no supone el final de su lucha sino un nuevo principio.

“Tenemos que mejorar mucho la gestión de la reserva, y mi sueño es crear una red de parques mucho más amplia y en la que se involucre a las comunidades locales”, incide. Además, la amenaza de la caza furtiva no ha desaparecido porque la demanda sigue siendo fuerte. “Sus huesos se utilizan en la elaboración de pócimas medicinales en China, donde sus pieles también son muy preciadas. ¡Incluso tenerlos como mascotas se ha popularizado entre los nuevos ricos!”, señala Agvaantseren. Curiosamente, ella todavía nunca ha visto uno en libertad. “Siempre llego un día antes o un día después de un avistamiento”, concluye encogiéndose de hombros.

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