¿Tiene sentido ‘atrezar’ una opera de Verdi con muebles de Ikea?
"Las expectativas lo matan todo. Incluso las relaciones amorosas", dice Francisco Negrín, con quien hablamos sobre su producción de la obra de Verdi que acaba de estrenar en Madrid. Una fábula gótica llena, por qué no, de guiños a la arquitectura del siglo XXI
"Una ópera no es un documental·, explica el escenógrafo Francisco Negrín (México DF, 1963) a propósito su producción de la ópera Il trovatore, de Giuseppe Verdi, en el Teatro Real de Madrid, que puede verse hasta el 25 de julio. "Intentar ser históricamente correcto es un error, porque ni siquiera los libretos lo son. Los compositores no pretenden reconstruir una época, porque es imposible ser teatral o emocional de ese modo. Ni siquiera la película de Queen es correcta, aunque lo parezca".
Si Il trovatore, estrenada originalmente en 1853, fuera un documental, su acción, ambientada en Vizcaya y Aragón durante el siglo XV, debería transcurrir en espacios mal iluminados, en frías salas de piedra y en castillos asediados por la sangre y el fuego, porque en esta obra están todos los ingredientes de una fantasía gótica: hay espectros del pasado, duelos de espadachines, amantes condenados a la fatalidad y hogueras inquisitoriales.
Sin embargo, aunque algo recuerda al pasado medieval, todo en la versión de Negrín está filtrado a través de una estética contemporánea: los caballeros en duelo llevan largas gabardinas de cuero que recuerdan tanto a Matrix como al diseñador Helmut Lang, la acción se desarrolla entre esbeltos volúmenes brutalistas que podría haber firmado Peter Zumthor y la mujer condenada a la hoguera por brujería alza las manos al cielo como las Mujeres en la pira de la artista alemana Kiki Smith.
Hasta cierto punto, estas licencias son algo muy habitual en la ópera contemporánea, pero solo asumido en parte. De vez en cuando, el debate sobre los anacronismos resurge de manera áspera. ¿Ha asimilado ya el público que no hay nada incorrecto en 'atrezar' Verdi, Puccini o Haendel con muebles de Ikea? "El público de ópera suele ir con una idea previa acerca de lo que va a ver", responde Negrín. "Compara producciones, tiene ideas acerca de cómo le gustaría que fuese la ópera y por eso acude al teatro dispuesto a juzgar, más que a disfrutar de la ópera sin más".
Afirma el escenógrafo que precisamente por eso suele disfrutar más trabajando en piezas menos conocidas. Su historial da muestra de ello: en las últimas tres décadas se ha enfrentado a títulos de Haendel, Martín y Soler o Rameau, que son autores mucho menos representados que otros. "En este tipo de obras no existen esas expectativas previas, así que el público disfruta de una manera más abierta". Por eso, asegura, su reto al afrontar esta producción de Il trovatore ha sido enfocarla como si fuera una obra desconocida.
"Todo el mundo tiene ideas preconcebidas acerca de cómo debería ser, y la obra no es realmente así, porque esos prejuicios preceden en una especie de falsa tradición basada en las representaciones de principios del siglo XX", explica. "Si la gente logra pasar esa barrera disfrutarán de ella no solo a nivel vocal, sino también a nivel emocional y narrativo".
¿Y si no es así? La ópera es uno de los pocos lugares donde el público, de vez en cuando, abandona airado la sala cuando algo no le gusta. "Bueno, eso también pasa en el cine", afirma Negrín. "La gente se levanta del asiento porque ha ido a ver algo que no es lo que esperaba. Pero el problema, en cierto modo, es suyo. Cuando uno va a un museo o se pone a leer un libro, debería hacerlo con la intención de ver lo que le va a presentar el artista. Lo contrario lleva necesariamente a la decepción y la desilusión. Las expectativas lo matan todo. Incluso las relaciones amorosas".
Negrín es un hombre flexible, y no lo decimos solo por las imágenes que acompañan este reportaje, sino por su facilidad para llevar al día su agenda. El mundo de la ópera funciona con unos márgenes temporales tan variables y faraónicos como la arquitectura. Los calendarios se cierran con años de antelación, las nuevas producciones se solapan con las reposiciones y, en el caso del mexicano, a este laberinto hay que añadirle un grado más de complejidad, porque Negrín no solo se dedica a la ópera, sino a la dirección de espectáculos tan ambiciosos como la ceremonia de inauguración de los Juegos Asiáticos de Artes Marciales, en 2017, el tercer espectáculo más multitudinario de la historia.
Cuando le entrevistamos está ultimando los preparativos de la apertura de los Juegos Panamericanos, que se inaugurarán en Lima el próximo 26 de julio. "Es distinto a hacer una ópera, pero consiste en jugar con juguetes distintos", apunta. "Al final, el objetivo siempre es comunicarse con el público. En las óperas es más psicológico y emotivo, y en las ceremonias es algo catártico y de alto impacto sensorial".
Esta experiencia multiforme también da cabida a las estrellas del pop. Diseñar espectáculos en los que ha participado Mika o Ellie Goulding le ha permitido, asegura, "entender la parte sensual del espectáculo, el ritmo, el efecto, el arco dramático y rítmico. Con una estrella del pop no cuentas una historia, pero sí hay un inicio, una parte central, giros, subidas, bajadas y final emocional. Y eso se logra con las canciones, las luces, los drones y todo lo demás".
Negrín nació en México, pero su relación con España viene de lejos. Su bisabuelo fue Juan Negrín, el presidente del Gobierno de la II República española en el exilio entre 1937 y 1945. Por eso la historia de su familia es, en cierto modo, la de un exilio forzoso e itinerante. "Yo nací en México, donde vivían mis padres. Luego decidieron ir a Francia y es allí donde me crie", afirma. "Pero después de haber vivido en muchos países volví a España porque quería vivir en el Mediterráneo. Quería una ciudad fácil, manejable, habitable y con mar, pero que fuera una capital cultural. Fue así como llegué a Barcelona".
A caballo entre varios husos horarios, proyectos e idiomas, Negrín ha conquistado un prestigio innegable en el sector de la producción teatral y operística al que, asegura, aún no se acostumbra. Su apartamento durante las semanas que han durado los ensayos de Il trovatore se encontraba enfrente del Teatro Real, así que cada mañana, al mirar por la ventana, "lo primero que veía era mi nombre en los carteles anunciando el estreno", bromea. El éxito del estreno, y también de su retransmisión en directo, posiblemente acallará los nervios. Al menos, hasta el próximo estreno.
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