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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Si algo sale mal, la culpa es siempre del becario

Para presumir tanto de hablar clarito, los de Vox acaban de hacer una impagable aportación a la neolengua

Jorge Marirrodriga
Escena de la película 'el becario'.
Escena de la película 'el becario'.

Aviso previo, pero necesario en estos tiempos de susceptibilidades: el texto que sigue es de una sola interpretación, la textual, y hace referencia a situaciones generales.

Ha vuelto a suceder. La culpa es del becario. Informaba la sección España que la cuenta oficial de Vox en Twitter se había despachado contra el líder de Ciudadanos con adjetivos como “acojonado”, “sinvergüenza” y “lameculos”. Tras justificar en un primer momento la andanada, la formación de Abascal terminó señalando a su “community manager de verano” —vamos, el becario—, al que recomendó en público que cuide “su lenguaje”. Para presumir tanto de hablar clarito, los de Vox acaban de hacer una impagable aportación a la neolengua. No se había visto nada igual desde que a los porteros de toda la vida se les denominó “empleados de fincas urbanas”.

La mayoría hemos sido becarios o aprendices. En uno o varios sitios. Los que presumen de no haber sido nunca becarios son como los adultos que nunca han sido niños: unos intensos. Se les reconoce porque su ego camina tres metros por delante de ellos y su empatía, otros tres por detrás. Claro que antes el becariato era el primer peldaño de una escalera, mientras ahora es como la casilla del pozo en el juego de la oca. Becario ha pasado de ser un estado temporal a una categoría laboral.

Suelen tener los becarios un puntillo de insubordinación y arrogante osadía. Esto se pasa con el tiempo, pero puede regresar cuando llega la tercera edad laboral —sobre los 50, que es lo que parece que enseñan en las escuelas de negocios— y uno se da cuenta de que no hay más cera que la que arde y hasta aquí hemos llegado. Por eso se establece una corriente —subterránea o no— de simpatía y reconocimiento entre jóvenes y veteranos, Ambos comparten futuro incierto y a veces ninguna fe en el presente. El becario con Robert de Niro y El sargento de hierro con Clint Eastwood muestran esto cada una a su manera.

Y los becarios meten la pata. Cuando esto sucede, al becario se le flagela, se le somete al waterboarding y se le fusila al amanecer si es necesario. Pero jamás —jamás— se le señala en público, porque él no es responsable. A eso se le llama ser leal con los subordinados —que no inferiores, y ojo que esta es una confusión habitual—. Dejar al becario solo ante la tormenta sí que es acojonarse.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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