Otegi, periodismo y democracia
Lo nuestro es administrar la realidad. Y el líder de EH Bildu es, para mal o para mal, una parte de la realidad
La polémica por la entrevista a Otegi debería activar algunas alarmas. Se puede entender, claro, que la Asociación de Víctimas del Terrorismo se niegue a dar voz al líder de EH Bildu. Ellos administran el dolor. Pero que haya periodistas persuadidos de que lo mejor para el periodismo es negar una entrevista con Otegi es para hacérselo mirar seriamente. Lo nuestro es administrar la realidad. Y Otegi es, para mal o para mal, una parte de la realidad.
Interpelar a Otegi, en un momento en que EH Bildu entra en las ecuaciones de la gobernabilidad, resulta una entrevista pertinente a un personaje relevante. Eso no blanquea su trayectoria, ni normaliza sus miserias morales. Sencillamente tiene interés. Pero la fiel infantería, tras algunos golpes de pecho, acabó por encontrar un argumento: finalmente es inaceptable porque se hace al servicio de Moncloa para blanquear un pacto. Se trata de un argumento no ya bobo, sino ridículamente peligroso. En efecto, es un riesgo, pero es algo que solo puede juzgarse después, no preventivamente como en un Minority Report del periodismo. El veto a una entrevista por si acaso es el acabose.
Si en 2019 hay que repetir que cabe detestar a un personaje y a la vez entrevistarlo por convicción en su interés periodístico, se entiende que algunas cosas vayan mal. El periodismo soporta mal el infantilismo y las éticas indoloras (Lipovetski). En el mundo adulto se entrevista a monstruos, y si corresponde, se denuncian los servilismos mediáticos. Por cierto, no es el caso. Otegi quedó retratado en sus respuestas. Para eso está el periodismo, no el puritanismo de ursulinas. Para ver a Otegi diciendo una monstruosidad hay que ponerlo ante un micrófono. Lo que a él le conviene es el silencio, no las preguntas. Después de la entrevista es más incómodo pactar con él que antes.
Todo esto debería ser obvio no solo para periodistas, también para políticos, incluso esos supuestos liberales como Rivera o Arrimadas que clamaban al cielo. Ellos deberían saber que el deterioro del periodismo es paralelo al deterioro de una democracia. Y la factura se pasa a todos. Dicho sea esto desde la convicción de que ambas se han deteriorado mucho, y que el periodismo, más allá de la crisis económica, sufre una crisis de credibilidad: entre 1981 y 2011, la pérdida de confianza pasó del 70% al 35%, y en 2018 apenas llega al 30% (WWA); en países europeos y EE UU, entre 18-48 años ya apenas un 25% (Gallup); en España, según el Eurobarómetro, quince puntos menos que en UE…. Esto no sucedió por Internet, sino, como advertía Philip Meyer en The vanishing newspaper, por no hacer periodismo. Y algunos periodistas reclamando vetos previos, jugando a aprendices de brujo de la política.
El periodismo es necesario; pero solo podrá ser necesario si es útil. Y no útil a la política, para pillar jirones del presupuesto, sino a la ciudadanía, ese viejo concepto de la cultura democrática que es algo más que métricas de usuarios y clics.
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