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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Falta callo y sobra piel fina

La política patria está ofreciendo un espectáculo en el proceso de formación de gobiernos locales, autonómicos y el nacional

Jorge Marirrodriga
Sesión del Congreso de los Diputados.
Sesión del Congreso de los Diputados.Victor J Blanco (GTRES)

Hay cosas que sabemos de toda la vida, pero que parece que no son nada hasta que alguien viene a decirnos lo buenas que son. Se hacía eco la sección Ciencia de un estudio publicado por la revista Nature que ha descubierto... las ventajas de tener callos en la planta de los pies. “Ofrecen una protección similar a la de la mayoría de los zapatos que se utilizan actualmente”, explica el texto. Resulta que andar descalzo es bueno y que la callosidad pinrelera es de lo más útil. Bueno, habría que matizar. En este asunto —como en tantos— conviene recordar a Ortega y admitir que las circunstancias también son importantes. Solo los hobbitsvan descalzos a todas partes.

El meollo del asunto es redescubrir que lo que en principio es una reacción a una agresión —en su primera acepción del DRAE un callo es una “dureza que por presión, roce y a veces lesión se forma en tejidos animales o vegetales”— se transforma en algo de gran utilidad. Es más, en la cultura popular el callo está bien visto. Unas manos llenas de callos revelan a una persona laboriosa, tener callo en algo significa poseer pericia y dar el callo es sinónimo de trabajar. Los callos son cicatrices que llevan directamente a sus portadores a los momentos en los que surgieron. Y son momentos dolorosos por muy placentera que sea la experiencia. Lo saben —apenas uno entre múltiples ejemplos— quienes han tirado con arco y llevan para siempre una callosidad en el lateral exterior del índice.

Lo contrario de tener callos es poseer una piel fina. En el terreno figurado lo segundo es no soportar la frustración, ni los contratiempos, asustarse ante las dificultades, pensar que se pueden lograr las cosas sin ceder —el dolor insoportable de las ampollas— y centrarse más en uno mismo y en el propio bienestar que en la finalidad de lo que se está haciendo. Es, por ejemplo, el espectáculo que está ofreciendo la política patria en el juego de acuerdos y desacuerdos para lograr gobernar en Ayuntamientos, comunidades y, en última instancia, en todo el país. Vetos, líneas rojas, rupturas, afrentas, descalificaciones..., todo lleva a una parálisis similar a la que nos producen las ampollas. Falta callo. Y se nota.

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Eso sí, otra cosa es el estilo. Por muy útiles que sean los callos en las plantas de los pies, no pueden compararse a la suela roja de unos Christian Louboutin. Aquí no pedimos tanto. Nos valen unas alpargatas.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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