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Columna
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¿Solo la cárcel?

El reconocimiento del delito de La Manada es digno de celebrar, pero la realidad nos revela que debemos actuar también en lo social, algo que exige perspicacia y paciencia

Elvira Lindo
Manifestación en Madrid el 5 de diciembre de 2018 contra la decisión judicial de mantener en libertad a los miembros de La Manada.
Manifestación en Madrid el 5 de diciembre de 2018 contra la decisión judicial de mantener en libertad a los miembros de La Manada.REUTERS

Llamar a las cosas por su nombre. Fue violación. No cabe exigir a una mujer aterrada un comportamiento heroico que podría costarle la vida. No pudo expresarlo mejor la fiscal del caso de La Manada. Aún resuenan en nuestros oídos cómo aquellos que con incontenible desparpajo suelen opinar de todo, de pronto se inhibieron y defendieron una prudencia colectiva porque, decían, no habían visto el célebre vídeo. Al parecer el vídeo debería haberse emitido por televisión para contener una reacción feminista que, a juicio de estos inesperados opinadores cautelosos, era claramente irreflexiva. Los quejosos de no haber visto el vídeo, seguramente tampoco habían leído el ensayo Microfísica sexista del poder, de la investigadora Nerea Barjola, referido al tratamiento que en los medios se dio al llamado caso Alcàsser.De alguna manera, el abusivo, macabro, detallado relato que ofreció la televisión, ese lujo de detalles al que asistían los espectadores de esa basura, provocaba que los crímenes se produjeran una y otra y otra vez. Y la intimidad no es solo patrimonio de los famosos, también se puede vulnerar la de las asesinadas o la de la superviviente de una violación. Si las niñas de Alcàsser acabaron provocando terror en las adolescentes, e incluso inspirando bromas vomitivas (esto también es digno de estudio), fue consecuencia de un insoportable y sórdido relato del crimen que se repetía a diario, como si la noche en que los asesinos secuestraron a las crías fuera eterna.

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El Tribunal Supremo ha condenado a los integrantes de La Manada por violación múltiple. Ese reconocimiento del delito es digno de celebrar; si en ello ha intervenido la presión feminista, que sospecho que sí, algunos se sentirán agredidos, tal vez los mismos que no podían opinar por no haber visto el vídeo, pero en mi opinión es saludable que la Justicia preste oídos a la sociedad civil en materia de derechos humanos, y el tratamiento de los delitos contra las mujeres está íntimamente ligado a los derechos indiscutibles en una sociedad que se quiere igualitaria. Dicho esto, me parece que no sólo se debe reclamar una respuesta punitiva. Si el machismo, la violencia, la misoginia, la crueldad o el abuso se solucionaran con el simple acto de sumar años de cárcel a las condenas estaríamos cerca de resolver tan complejo problema, pero deberíamos considerar que la victoria que podemos celebrar es un paso adelante en el marco legal, pero no suficiente.

Desde que La Manada de Pamplona actuó ha habido otras manadas. Las mujeres en la calle han demandado un progreso judicial, y la realidad nos revela que debemos actuar también en lo social, algo que exige perspicacia y paciencia. Es urgente intervenir en la manera en que los niños están accediendo a la educación sexual a través de la Red, algo que nos está dejando perplejos porque no podíamos imaginar que unas prácticas tan descarnadamente machistas llegaran a ojos de críos pequeños. Hay que implicar a las familias para que contrarresten una información que distorsiona el disfrute del sexo. Más ahora, cuando hay una derecha que difunde mentiras sobre lo que se enseña en los colegios públicos y llama adoctrinamiento a lo que los demás entendemos como educar. Y hoy, más que nunca, hay que pronunciar la denostada palabra, reinserción, porque no todos los violadores son psicópatas. Si así fuera, el problema estaría acotado. No solo necesitamos una sentencia justa y unos años entre rejas. También es preciso que la cárcel sirva para algo. Aunque eso, dicho precisamente hoy, pueda resultar inconveniente.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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