Basura
En Buenos Aires han instalado una especie de cajas fuertes para los residuos. El objetivo es impedir que los cartoneros los revuelvan y ensucien
Mi país, la Argentina, es una exitosa fábrica de pobres: el 32% de la población —14,3 millones, tres millones más que en la medición anterior, casi cinco veces la población de Uruguay— es pobre. Tan solo en Buenos Aires produjimos 98.000 indigentes más que en 2015. Semanas atrás, el Gobierno de la ciudad instaló 18 contenedores inteligentes en el centro, sobre la avenida de Corrientes. Tienen puertas automáticas y se abren con tarjetas magnéticas que solo poseen comerciantes y vecinos de la zona: cajas fuertes para la basura. El objetivo es impedir que los cartoneros los revuelvan y ensucien. Los cartoneros son personas pobres que viven de los desperdicios. Buscan cartones, que venden, y comida, que comen, y cuando se instalaron los contenedores protestaron, diciendo que el Gobierno no solo les quita su fuente de ingresos sino que intenta esconder su existencia vergonzante. El ministro de Ambiente y Espacio Público, Eduardo Macchiavelli, respondió de manera extraña: en sus declaraciones no hizo ninguna alusión a los cartoneros, dijo que “en toda Europa se usa esto. Es un dispositivo exitoso que mejora la limpieza”, y escribió una columna de opinión donde habló del “problema de la basura”, diciendo que en Oslo “ya lo tienen resuelto” y que a partir de los desperdicios reciclados generan energía. Propuso, entonces, “rever la definición de basura”. Según una encuesta, 9 de cada 10 porteños aprueba estos contenedores y están “hartos de la suciedad que generan los cartoneros”. De esos datos se desprende que: a) muchos no necesitan “rever la definición de basura” porque ya la tienen clara; b) en nuestra fábrica de pobres, la limpieza es un valor supremo. “Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos. Ciegos que ven. Ciegos que, viendo, no ven”, decía la mujer del médico en Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago.
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