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Columna
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Quiero ser presidente

Según las encuestas, la incapacidad de las fuerzas antigubernamentales de Venezuela para presentar un candidato unitario hizo que perdieran las elecciones

Juan Jesús Aznárez
Juan Guaidó durante una visita este sábado a la localidad de Charallave (Venezuela).
Juan Guaidó durante una visita este sábado a la localidad de Charallave (Venezuela).MIGUEL GUTIÉRREZ (EFE)

La división de la oposición venezolana es alarmante desde hace casi dos decenios, pero que lo reconozca Estados Unidos como el principal problema para expulsar a Nicolás Maduro es reciente y clarificador. Hace pocos días, en una reunión con dirigentes de la comunidad judía de Nueva York, el jefe de la diplomacia estadounidense, Mike Pompeo, anticipó que cuando caiga Maduro una multitud alzará la mano reclamando el mando. “Yo, yo seré el siguiente presidente de Venezuela. Habrá unas 40 personas que se crean herederas legítimas de Maduro”, según la grabación obtenida por The Washington Post.

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El mal mil veces diagnosticado: la fragmentación de las fuerzas antigubernamentales que EE UU y la CIA han tratado de subsanar durante años para proteger sus intereses. Misión imposible. Al igual que varios embaucadores iraquíes convencieron a la central de inteligencia y a Bush de que Sadam Husein almacenaba armas de destrucción masiva, el extremismo persuadió a Trump de que si amenazaba con una intervención militar, los cuarteles se rebelarían contra el dictador. Coser y cantar. La Casa Blanca y sus servicios de inteligencia procesando voluntarismo y viveza criolla.

La división de las fuerzas, aprovechada y fomentada por el Gobierno, explica, en parte, el fracaso del golpe del pasado 30 de abril y el fiasco de las conversaciones de Oslo. Aun entendiendo las dificultades de la oposición para serlo con un régimen que manipula la legalidad para retener el poder, la confesión de Pompeo invita al rebobinado: ¿Qué pasó en las presidenciales de mayo de 2018 para que se denuncie que fueron ilegítimas y que Maduro es un usurpador? Las encuestas daban ganadora a la oposición siempre que cumpliese un requisito: la presentación de un candidato unitario. Advirtieron de que las perdería si se presentaban varios aspirantes. La oposición tuvo varios meses para elegir un representante, pero no lo hizo porque ninguno de sus líderes dio el brazo a torcer. Negociaban entre ellos con cartas marcadas, dados lastrados, ases en la manga, zancadillas y puñaladas traperas. Llegó el final del plazo de presentación, y no logró un candidato único. La dispersión de fuerzas anticipaba otra derrota en las urnas.

EE UU impuso una solución: no presentarse a los comicios y calificarlos de ilegítimos. Pompeo ha venido a reconocer que la lealtad de los diferentes grupos opositores a Guaidó es un fingimiento de cara a los medios de comunicación y a la opinión pública. El falseamiento de la democracia por el chavismo es tan grave como las responsabilidades de la oposición en la perduración de un régimen que hubiera sido derrotado a la pata coja por un candidato de consenso. Ni las muchas trampas, ni el ventajismo oficial hubieran podido evitarlo. Era imposible perder frente a un mandatario lastrado por el desgobierno y las calamidades, muchas made in USA, pero las fundamentales, mérito suyo.

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