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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La hora del tripartito alfa

Entre faroles y bravuconadas, PP, Ciudadanos y Vox ultiman sus acuerdos autonómicos y municipales

Albert Rivera, el pasado 29 de abril, en la sede de Ciudadanos.
Albert Rivera, el pasado 29 de abril, en la sede de Ciudadanos.Susana Vera (REUTERS)

Era la escritora Emily Dickinson una mujer huraña, una sociópata que recelaba de exponerse a las visitas. Y que había decidido relacionarse con el prójimo desde el otro lado de la puerta o de la ventana. Hablar, hablaba con “los otros”, pero les separaba una distancia de seguridad.

Le sucede lo mismo a Ciudadanos con Vox. No los aleja el prosaico cordón sanitario. Lo hace un endeble muro de pladur, un visillo sin espesuras. Más que imponerse una barrera, predomina el fingimiento de una grieta a la que ponen argamasa los cascos azules del Partido Popular.

Suya es la misión de aligerar la beligerancia, de asumir la interlocución. Y de relativizar la discordia entre naranjas y ultras con todos los eufemismos necesarios, más o menos como si la imagen de Colón hubiera sido un fotomontaje o la expresión embarazosa de un calentón patriótico.

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Ciudadanos exagera su aversión a Vox tanto como el movimiento ultraderechista exagera el juego de los faroles. Es verdad que ha puesto en entredicho los Presupuestos andaluces. Y es cierto que exige dignidad y poltronas en los nuevos Gobiernos del cambio, pero cuesta trabajo creer que vayan a prosperar las amenazas, entre otras razones porque el sabotaje a Ciudadanos beneficiaría a la izquierda. O devolvería a Manuela Carmena la soberanía de Madrid Central.

Pablo Casado tiene razones para sentirse rehabilitado. Quizá fue precipitado celebrar en Génova los resultados del 26-M, pero la euforia preventiva aspiraba a recuperar el poder territorial consciente de que el fin del bipartidismo ha transformado las reglas de la política. El que gana pierde. El que pierde gana. No se trata de quedar primero, se trata de sumar.

Y las tres derechas, con sus diferencias y sus bravuconadas, van camino de formalizar un gran acuerdo global a expensas del sanchismo, pero también peligroso en el amanecer de la resaca. Y no solo porque Ciudadanos terminará resignado a fotografiarse con los oficiales de Vox, sino porque arriesga a convertirse en una fuerza gregaria, subsidiaria, de los populares.

Desnutrido el sorpasso, la contrariedad de Rivera necesita contraprestaciones en función de poder e influencia. Es la razón por la que aparecen a tiro los tronos de Castilla y León, Aragón y la alcaldía de Madrid. Y el motivo por el que Cs no va a exponerse a acuerdos con el PSOE.

Podría resultarle beneficiosa al alma centrista del partido un guiño al socialismo si no fuera porque Albert Rivera quiere convertir el Parlamento en la tribuna del liderazgo de la oposición. Ya se hubiera ocupado Pablo Casado de restregarle sus pactos con el PSOE cada vez que osara zarandear a Sánchez, aunque el acuerdo a tres bandas de PP, Cs y Vox augura la convivencia feroz de una jaula de machos alfa.

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