Errores de etiquetaje
¿De verdad es de centro izquierda un partido que, como los curas en el bautismo, exige a sus posibles interlocutores que renuncien a sus pompas y a sus obras?


A veces se tiene la impresión de que la política española está mal etiquetada. Si en las estanterías del supermercado el cliente descubriese que las latas de caviar contienen en realidad rábanos o en la farmacia el comprador observara que una caja rotulada como antibiótico esconde una cataplasma de mostaza, ambos se indignarían al punto y pedirían explicaciones por conato de fraude. En los estantes del mercado político el PP aparece etiquetado (imputado, diría un malévolo) como un partido de centro derecha. Pero una vez abierto el envase se observan los colores, olores y sabores de un partido de derecha-derecha. Y más allá.
Anomalías similares aparecen en Ciudadanos (¿de verdad es de centro izquierda un partido que exige a sus interlocutores potenciales que renuncien al sanchismo, como pide el cura que el neófito renuncie a Satanás, a sus pompas y a sus obras?) o Podemos, colocado entre los productos frescos de la verdulería cuando su espacio natural hoy es el de los congelados. El equívoco más llamativo surge de la avidez por el sello liberal. Como PP y Cs huyen como de la peste del término conservador, rabian a cambio de liberalismo, hoy un placebo mientras no se le añadan precisiones a posteriori. Pero si en el caso de Cs la atribución liberal es dudosa, en el caso del PP es literalmente falsa. Su autodefinición liberal es contraria a su trayectoria intervencionista siempre que ha gobernado.
Los errores de etiquetaje producen episodios pintorescos. El estrepitoso fracaso del PP en las generales se atribuyó a la derechización del partido como tributo a la presión de Vox; a tal punto que cuando un día después el señor Casado calificó a Vox como extrema derecha, el retén de analistas saludó la efeméride como un giro al centro. Lo más chusco estaba por llegar. La mezquina mejora de votos en las autonómicas y las municipales se interpretó como el efecto benéfico de ese fantasmagórico giro al centro. De forma que, según la tecnología analítica vigente, un partido de derechas puede girar al centro solo con pronunciar unas palabras mágicas “en horas veinticuatro”. Después, la misma necedad mágica se habría atribuido a los votantes, quienes, con solo escuchar la letanía rotatoria, se habrían precipitado a votar por el candidato giratorio. Necesitamos un nuevo Juan de Mairena que nos guíe por las anfractuosidades de tanto pensamiento inerte.
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