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Tribuna
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La política iraní de Trump

Existe un punto de ruptura entre la actual Administración y la de Obama sobre el enfoque a seguir en Oriente Próximo

Juan Tovar Ruiz
Caricatura de Trump en un acto deportivo en la capital iraní.
Caricatura de Trump en un acto deportivo en la capital iraní. STR (AFP)

La reciente denuncia por Arabia Saudí del ataque a dos barcos petroleros cerca de las costas de Emiratos Árabes Unidos y la decisión de Irán de suspender el cumplimiento de algunos de los puntos recogidos en el acuerdo nuclear suscrito con la Administración de Obama, ha llevado a un incremento de las tensiones en Oriente Próximo, suscitando el temor de una nueva guerra en la región.

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La importancia de la cuestión iraní para la política exterior de Trump hacia Oriente Próximo hace que debamos preguntarnos cuáles son los fundamentos y riesgos de una estrategia que parece contradecir algunos de los elementos básicos de política exterior defendidos por el presidente estadounidense.

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Si existe un punto de ruptura importante entre la Administración de Obama y la de Trump es el enfoque frente a cómo lidiar con la cuestión iraní. El presidente Obama optó por una visión pragmática para tratar un problema con tintes tanto de seguridad como ideológicos que puede remontarse hasta 1979, rompiendo con algunas de las líneas tradicionales de política exterior estadounidense hacia la región y apostando por un acuerdo nuclear para el que la política de sanciones y la utilización de instrumentos informáticos como el virus Stuxnet, ya planteados por la Administración de Bush, fueron clave a la hora de lograr que Irán se sentase a la mesa de negociaciones. En su entrevista de 2016 en The Atlantic, recogió la necesidad de que Irán y Arabia Saudí “compartiesen” la región.

Esta decisión tuvo consecuencias. Israel y Arabia Saudí, los aliados más importantes de Estados Unidos en la región, que consideran a Irán una amenaza existencial, responderían con fuertes críticas y una política exterior más independiente, como pudo constatarse en el caso de Yemen.

El candidato presidencial Donald Trump tuvo desde un primer momento una posición fuertemente crítica con el acuerdo nuclear iraní, definiéndolo como “el peor acuerdo de la historia”. Tras su llegada al poder, sin embargo, las resistencias internas por parte de los decisores más pragmáticos, como Herbert McMaster o Rex Tillerson, a su abandono, hizo que se siguiese certificando su cumplimiento. Esto no obstó para que el presidente retratase a Irán como un Estado que patrocina el terrorismo y amenaza a sus vecinos, tal y como se recogió en su discurso de Riad de 2017. De todos los asuntos de política exterior, este es el que más le acercaría a posiciones jacksonianas radicales o neoconservadoras.

El plan es sentar a Irán en la mesa de negociaciones para llegar a un acuerdo ambicioso, tal y como se intentó lograr con Corea del Norte

La retirada del acuerdo llegaría con la sustitución de sus asesores de línea realista por John Bolton y Mike Pompeo, con posiciones mucho más críticas hacia el acuerdo nuclear y, en el caso del primero, expreso defensor de una política de cambio de régimen. El abandono del acuerdo nuclear fue seguido por un discurso de Pompeo que establecía 12 puntos a cumplir por parte de Irán para evitar el restablecimiento de las sanciones. Esta decisión se tomaría a pesar del desacuerdo de la mayor parte de los actores internacionales implicados en las negociaciones.

Con todo, esta política no parece haber sido destinada a provocar un cambio de régimen o un nuevo conflicto en la región. Los objetivos desde el principio parecen haber sido dos y concuerdan con algunas declaraciones públicas del presidente estadounidense. El primero, sentar a Irán en la mesa de negociaciones para llegar a un acuerdo más ambicioso, tal y como se intentó lograr con Corea del Norte, incluyendo las intervenciones regionales de Irán y el programa de misiles balísticos y no solo el programa nuclear. El segundo, lograr un acercamiento a los aliados tradicionales de EE UU en la región, Arabia Saudí e Israel. Esta política, además, resultaría más acorde con los posicionamientos tradicionales del establishment de la política exterior estadounidense, donde una actuación contundente hacia Irán siempre ha tenido partidarios.

Más allá de los riesgos hacia la seguridad regional planteados por la reacción negativa de Irán ante la política seguida por Washington, cabe destacar aquellos que representa una Administración en la que el presidente estadounidense, reacio a un nuevo conflicto en Oriente Próximo que contradeciría sus posiciones electorales acerca de evitar nuevas guerras y compromisos internacionales indefinidos, se ha convertido en el principal dique de contención de los planteamientos enérgicos de algunos de los miembros de la Administración con posiciones más duras, como es el caso de Bolton, tal y como se ha visto en otros supuestos, como el de Venezuela.

La actitud de Bolton ha comprometido su posición interna en la Administración pero, aunque parece poco probable, no es descartable que ante el incremento de las tensiones un acontecimiento inesperado logre cambiar la posición del presidente, materializando las consecuencias negativas de una estrategia que no ha logrado incrementar la seguridad ni la estabilidad de la región.

Juan Tovar Ruiz es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Burgos.

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