El error y la penitencia
La estrategia de la crispación del PP ha beneficiado a una fuerza de ultraderecha
Los resultados electorales obtenidos por el Partido Popular el pasado domingo le obligan a una profunda reconsideración de su estrategia, que puede llegar, incluso, a comprometer el futuro de su reciente líder, Pablo Casado. El momento para introducir cambios en el discurso mantenido durante la campaña y la precampaña podría no parecer idóneo por la proximidad de las nuevas elecciones municipales, autonómicas y europeas, pero la masiva pérdida de apoyos en las generales los convierte en obligados. Así parece haberlo entendido la dirección popular, al reconocer, por fin, que Vox es una fuerza cuyo programa se sitúa al margen de la Constitución. De lo que no parece haber tomado conciencia es de la gravedad de los efectos provocados por su contribución a la normalización de ese programa, no solo replicando sus medidas a la búsqueda de votos, sino también acogiéndolas en la acción de Gobierno en Andalucía.
Andalucía es, precisamente, la evidencia con la que medir la credibilidad de la reconsideración del discurso llevada a cabo por Pablo Casado tras el revés electoral. De que no es solo un giro oportunista más. Si, como ahora sostiene, Vox es una fuerza de ultraderecha ajena a la centralidad a la que aspira el Partido Popular, entonces el pacto suscrito con ella para facilitar el Ejecutivo andaluz queda en el aire y se convierte en insostenible. Entre otras razones porque el Partido Popular y su líder no pueden mantener encadenados a los andaluces a un género de Gobierno que consideran inapropiado para el resto de España. Las declaraciones de Casado tienen además incidencia indirecta sobre la posición de Ciudadanos, socio en ese mismo Gobierno bajo el frágil subterfugio de que fueron los representantes del Partido Popular, no los suyos, los encargados de realizar el trabajo sucio del pacto con Vox y de hacerlo digerible mediante transparentes eufemismos.
El castigo que las urnas han infligido al Partido Popular en la cabeza de Pablo Casado alcanza también a quien ha sido mentor de la estrategia de la crispación, y que, ante la derrota, reparte las responsabilidades entre los líderes que han competido por el liderazgo de la derecha y se zafa de las suyas: José María Aznar. La reedición de la crispación con la que llegó al poder en 1996, sus ideas extremas, no ha beneficiado en esta ocasión a sus promotores, sino a una nueva fuerza más radical y escindida de su seno. Casado tuvo en las manos la oportunidad de reivindicar la parte del legado de Mariano Rajoy que lo alejaba de los sectores ultramontanos del Partido Popular, que son, además, los más señalados por la corrupción. En el error ha llevado la penitencia.
Un error y una penitencia que, sin embargo, no deberían impedir la acción de los sectores del Partido Popular que han reaccionado a la derrota electoral y que proponen hacer de él una alternativa conservadora. Abierta, sin duda, a los cambios sociales que ha experimentado la sociedad española en cuatro décadas. Pero también a colaborar lealmente con el resto de las fuerzas democráticas en la preservación de la convivencia dentro de la Constitución, que es de todos.
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