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La paradoja y el estilo
Columna
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¿Qué es ser frugal?

“Hace mucho tiempo que no me dicen cosas tan agradables”, me confesó la Reina

La reina Letizia, vestida de Carolina Herrera, en el almuerzo posterior a la entrega del premio Cervantes, el pasado miércoles.
La reina Letizia, vestida de Carolina Herrera, en el almuerzo posterior a la entrega del premio Cervantes, el pasado miércoles. Getty Images
Boris Izaguirre

Sant Jordi siempre es buena excusa para volver a Barcelona. Los editores te convencen de verlo como una fiesta cuando en realidad se trata de una las jornadas laborales más intensas y agotadoras en la vida de un escritor. En la primera firma estaba sentado entre Javier Sardá, mi exjefe en Crónicas Marcianas y Màxim Huerta, mi excompañero en AR. Huerta tenía una cola esperando mientras que Javier y yo veíamos la lluvia caer y entre gota y gota un goteo de lectores.

El tiempo mejoró y nuestras firmas florecieron. Después, en el almuerzo que ofrece Planeta en el hotel Gallery, se ocupan dos terrazas contiguas, pero se ha vuelto costumbre que los escritores se apoderen de la terraza izquierda mientras que los políticos, asesores y la gerencia del grupo editorial se arremolinan en la derecha. Conocedores de la estrategia, no paraban de venir jefes y emisarios a buscar a los empleados para que “por favor” fueran a saludar a Inés Arrimadas y candidatos así. Pero salió el sol en la terraza de la izquierda y nadie se movió.

Envuelto en ese aroma llegué a Madrid para acudir al almuerzo que convocan los Reyes por el premio Cervantes. Es la segunda vez que voy. No hay nada como llegar al Palacio Real y ser recibido por la Guardia Real compuesta por esa calculadísima selección de varones españoles. Es un poco intimidante, pero conseguí subir la escalinata en ese estado de duda de si los saludaba o me hacía el interesante. Afortunadamente, allí te tratan como a un marqués, incluso alguno de los Guardias me llamó por mi nombre y me dijo “guapo”. El besamanos con los monarcas me dio la impresión de que este año fue más rápido, como una cinta de correr que de repente se acelera. Pero los Reyes son superprofesionales y te sostenían con sus manos y su mirada.

El rey Felipe VI saluda al escrito Álvaro Pombo antes del almuerzo posterior al premio Cervantes, en Madrid, el pasado miércoles.
El rey Felipe VI saluda al escrito Álvaro Pombo antes del almuerzo posterior al premio Cervantes, en Madrid, el pasado miércoles. Getty Images

El extenso comedor de Palacio, son en realidad tres salas con sus bóvedas archidecoradas, tiene dos flancos, el de la Reina y el del Rey. Esta vez me tocó el lado del Rey y creo que la vista es mejor allí. Pequeño detalle que lo solucionó la Reina siendo atentísima desde su silla. La vi reírse con el ministro de Cultura y en un momento dado interesarse por si estaba disfrutando el rodaballo. Mi vecino de mesa, el maravilloso Álvaro Pombo, no paraba de reír y jugar con la cubertería. “Creo que la Reina nos está viendo”, me dijo. “Sí, porque estoy seguro de que fue idea suya sentarnos juntos”, murmuré y Pombo se arqueó en su silla por la carcajada.

Álvaro se me extravió después del postre, que es cuando los Reyes se levantan y los comensales se vuelven corrillos donde esperan que los monarcas se aproximen. La lucha por encastillarse en esos corrillos resulta agotadora. Carles Crehueras, consiguió colarme en uno al que se acercaba el rey Felipe quien me preguntó sobre Venezuela. Respondí que en mi opinión la situación estaba estancada y él lo lamentó cortésmente.

Entonces fui hacia la Reina, rodeada de escritores guapos, como Manel Loureiro y Joaquín Camps, ganador del premio Azorín. Nada de eso me amilanó. Giré para no interrumpir bruscamente, pero ella lo resolvió extendiendo su mano para integrarme al grupo. Consciente de que no sirvieron aperitivo, le agradecí el almuerzo y ella me preguntó si no había oído que “a muchos les pareció frugal”. “¡No puedo creer que le hayan dicho eso, señora!”. “Sí, sí, ahora mismo acaban de comentármelo. Que los espárragos de entrada les parecieron pocos, aunque hospitalarios”. “Mi trozo de rodaballo estaba estupendo”, agregué, todo lo Masterchef Celebrity que pude: “Me encanta que sirvan pescado, señora”. “España es el segundo país consumidor de pescado del mundo”, sentenció y prefirió cambiar la conversación a si los escritores “famosos” llegamos a conocer a nuestros lectores. Me dieron ganas de decir “frugalmente”, pero me contuve y preferí contarle la anécdota de Sardá y yo en Sant Jordi. Ella sostuvo su mirada. “Yo era muy niña cuando Crónicas”, bromeó, y me permití recordarle que una vez estuvimos juntos en unos premios TP. “¿Y que te parecí?”. “Muy guapa”, respondí, cortesano pero sincero. “Hace mucho tiempo que no me dicen cosas tan agradables”. “Yo se las diría siempre, señora. Me gusta mucho como desempeña sus deberes”, solté sin complejos. Tenía ganas de decírselo pese a que algunos amigos van a dejar de hablarme. “Encantada de que hayas venido”, dijo alejándose. Joaquín Camps tampoco se contuvo. “Pues yo sí que tengo hambre”. “Vayamos al Burger King de calle Arenal”, propuse muy democrático.

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