No sabemos
El choque de la vida real con los discursos delirantes de la campaña produce cuadros psicóticos
Un país en el que un líder político se manifestara en contra de la eutanasia desde una plaza de toros en la que el respetable pidiera las orejas del enfermo terminal que acabara de poner fin a su agonía. Imagínenlo. Suena a argumento de película gore, pero podría suceder en España de un momento a otro (en el caso improbable de que no haya sucedido ya). Ahí estamos, en el cine, rodeado de niños poseídos por el diablo que celebran a carcajadas las ocurrencias de Abascal con un tambor gigante de palomitas entre los muslos. La otra cara del terror es la risa, tal es al menos lo que la prensa se empeña en demostrar. Los partidarios de la pena de muerte vociferan en contra del aborto y los cristianos de raza (si eso existe) claman por la desaparición de la educación gratuita y la Seguridad Social. En cuanto a los obispos, pregonan desde el púlpito las excelencias del matrimonio y de los hijos mientras ellos permanecen célibes, aunque no necesariamente castos, en el interior de sus mansiones evangélicas, rodeados de una servidumbre compuesta por monjitas. Se lo dijo el Papa a Évole: la Iglesia es femenina.
El choque de la vida real con los discursos delirantes de la campaña produce cuadros psicóticos. Algunos candidatos intentan que las piezas encajen, pero la disociación mental provoca en los contribuyentes alaridos de pánico y risotadas de histeria. A veces, los alaridos parecen risotadas y las risotadas alaridos. Invitas al bueno de Stephen King a pasar una semana entre nosotros y huye a los dos días. Hay que ser muy español y mucho español para tragarse todos los capítulos del biopic de Villarejo sin brotarse. Los árboles están en flor, pero no sabríamos decir si es por la primavera o por un ataque de locura.
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