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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Notre Dame, herida

Como en sus épocas de mayor poder, y por desgracia atendiendo a un guion trágico, París fue de nuevo el 15 de abril el mundo entero

Incendio de la catedral de Notre Dame de París.
Incendio de la catedral de Notre Dame de París. Jérémy Melloul / Bestimage (GTRES)

El incendio de la catedral de Notre Dame, en la tarde del pasado día 15, no solo conmocionó a París y a Francia, sino al mundo entero. No hubo que lamentar víctimas humanas, pero que aquellas piedras pudieran quedar definitivamente destruidas por el fuego tuvo en vilo a cuantos sentían que lo que estaba ocurriendo en ese momento en la capital francesa tenía también que ver con algo muy personal. Estaba ardiendo una catedral, pero para muchos algo se quemaba en su propio interior: en su manera de ver las cosas y de entender el mundo. Sobran los títulos y las cifras, formar parte del patrimonio mundial de la Unesco y contabilizar unos 13 millones de visitas anuales. Nadie de los que observaban lo que ocurría pudo mantenerse indiferente a la caída de la aguja que se construyó en el siglo XIX de la mano de Viollet-le-Duc, y todos padecieron la misma sensación de rabiosa impotencia cuando las mangueras de agua no conseguían detener la pesadilla. Los bomberos, que actuaron con celeridad, consiguieron el único objetivo posible frente a las llamas devastadoras: conservar las dos torres y la estructura, y salvar del interior cuanto pudo salvarse. Tiempo habrá de hacer balance.

Notre Dame surgió de un proyecto del obispo De Sully, que en 1160 entendió que debía levantarse en París una catedral que diera calor a los creyentes en la fe católica. Luis VII puso la primera piedra en 1163 y se construyó entre los siglos XII y XIV, aunque volvió a retocarse en el XIX. Desde sus inicios el monumento ha estado vinculado a los grandes episodios de la historia francesa y, de una u otra manera, en su interior se han reflejado las grandes convulsiones que han marcado a Europa: el fuerte componente católico de la Edad Media, la Revolución que acabó con el Antiguo Régimen, el imperio napoleónico que pretendió unir al continente, los sucesivos desgarros decimonónicos y su incorporación a la literatura universal a través de Victor Hugo, el fin de la ocupación nazi, su conversión en símbolo del esplendor de la cultura occidental en la actual sociedad de masas. Los cánticos con que centenares de personas acompañaron la larga batalla de los bomberos contra el fuego tuvieron algo de plegaria que trascendía credos y religiones. Era la expresión de la fragilidad humana que contempla cuán delicada es la consistencia de sus proyectos más elevados.

La movilización ciudadana, sobre todo francesa pero también de otros muchos lugares, para reunir fondos y enfrentarse a la reconstrucción de la catedral se puso inmediatamente en marcha. Y el presidente, Emmanuel Macron, ha prometido involucrarse al máximo para recuperar un monumento que, tal como se reveló, forma parte de todos. Como en sus épocas de mayor poder, y por desgracia atendiendo a un guion trágico, París fue de nuevo el 15 de abril el mundo entero.

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