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Tribuna
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Lo mismo no queda claro

Busquen las ideas de Vox, oigan sus discursos y contemplen sus actitudes vitales y ya verán lo que encuentran. Igualmente peligrosos son quienes les bailan el agua, los besan y los soban

José María Izquierdo
ENRIQUE FLORES

Antes de echar los tres cerrojos a su parvo zaquizamí, labor tan cotidiana como estúpida, porque nada tiene que proteger de nadie, decide José K. echarse un último vistazo en el espejo del cuarto de baño, un día amenazado por el paso del tiempo pero hoy ya, desgraciadamente, invadido por el azogue. Primero se gusta con el sombrero tirolés de caza, con pluma incluida, acompañado de la funda del rifle con la bandera de España, que alterna con el sombrero cordobés —un punto ladeado— y el chaleco corto de paseo para la capea, y culmina su pase de modelos con los zahones de becerro para el caballista. Galas y afeites de rabiosa actualidad, si nuestro amigo sabe leer con tino por dónde soplan los vientos de esta derecha que nos amenaza, no ya castiza, como ellos pretenden, sino casposa y hasta grumosa.

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Sorprende en primera instancia que estos barbianes gasten de la mentira como si fuera moneda de alto valor, tal que bitcoin especulador. Mienten, mienten y mienten, y no se les cae la cara de vergüenza porque no la tienen. Atentos a sus mayores, ven cómo Donald Trump ha emitido 8.158 afirmaciones falsas durante los dos años que lleva de mandato, según The Washington Post, que no es un panfletillo trotskista, si le permiten la expresión a José K. Así que por qué los nuestros, gran señor de las Américas en vos depositamos nuestro espíritu, no van a mentir, mentir, mentir.

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Cuesta admitirlo porque ellos son mucho de curas y santos, rezadores y tragaavemarías. Deberían conocer, pues, que ya en el Apocalipsis, 22.15, se lee aquello de que “fuera están los perros, los hechiceros, los inmorales, los asesinos, los idólatras y todo el que ama y practica la mentira”. Les da igual, que todo vale para alcanzar el fin supremo de su existencia, el poder, todo el poder, un poder omnímodo.

De atrás adelante, necesitan un punto de apoyo que justifique sus barbaridades y han optado por pertrecharse con un pasado mítico que nada tiene que ver con la historia real, una mezcla idílica que refuerza su raza, un mundo glorioso lleno de felicidad, que un malhadado día vinieron a robarnos los otros. Pasado ridículo, que nadie sabe fecha de comienzo ni de final. ¿Abarca nuestro paraíso Altamira, don Pelayo, los Reyes Católicos, las guerras carlistas, los últimos de Filipinas, los fusilamientos en las plazas de toros, los corruptos de la Gürtel? ¿De qué pasado hablarán estos gañanes, una historia de sangre y dolor que apenas si somos capaces de soportar con decencia sobre nuestras espaldas, tan parecida a la de todos los pueblos que han habitado el planeta Tierra? ¿O quizá somos mejores —o peores— que los asirios, los tártaros, los polacos o los aztecas? Farsa, pantomima, paparrucha.

Todo vale para alcanzar el fin supremo de su existencia, el poder, todo el poder, un poder omnímodo

Dibujado tienen, pues, el campo de batalla: amigos y enemigos. Y si la primera palabra, amigo, a veces carece de sentido, la segunda, enemigos, siempre está cargada de significado, como decía Victor Hugo. A por ellos, pues, que a inmigrantes, feminazis, gais o lesbianas, rápidamente añadimos los verdaderos cómplices en los delitos contra la patria: socialistas, comunistas y separatistas. Démonos prisa en armar el muñeco, se dicen. Pero nosotros, la razón y la decencia están de nuestra parte, debemos hacerlo aún más rápido porque ahí cerquita tenemos el 28-A, con los tres partidos de la derecha uno y trino, que si las elecciones de Andalucía señalaron lo obvio, el acto de Colón selló lo evidente: aquí estamos para gobernar, mandar y expulsar. Los tres. Juntos. Como un cursi ramillete de violetas. O como el haz de lictores que sujeta el hacha.

El peligro que nos acecha es mortal y lo explica bien Jason Stanley, profesor de Filosofía en la Universidad de Yale, en Facha (Blackie Books). “La política fascista se sirve de tácticas fascistas para obtener el poder”. Pero de manera muy inteligente, juzga José K., añade lo siguiente: “La política fascista no tiene por qué desembocar en un Estado abiertamente fascista, pero no por eso es menos peligrosa”. Ahí le han dado, clama nuestro hombre, feliz como un crío cuando encuentra la pepita entre la batea y el cedazo. Cierto que las alambradas seguirán para fuera, que habrá cines y teatros, que seguirán abiertos los McDonald’s. Pero cierto, también, que habrá más injusticia. Y más pobreza. Y más precariedad. Y más discriminación. Y más ley mordaza. ¿Estado fascista? No. Seguro, que no. ¿Situación peligrosa? Tremendamente peligrosa. Un horror.

Con los tres, juntos, habrá más injusticia, más pobreza, precariedad, discriminación. Y más ‘ley mordaza’

Así que José K. se queda con la palabra. Facha. Porque le gusta su sonido, porque es de su época, él la entiende y ustedes la reconocen, tiene buen sabor, buen olor y además alimenta el espíritu, que activa una reacción sensible de juntos contra la plaga. Perdidos en la boba discusión de galgos o podencos, preferimos encelarnos en cómo definir académicamente a Vox, exquisitez intelectual, que en retratarlos, la fuerza de la observación.

Pues rompamos la baraja y sometamos nuestro peritaje —son fachas, fachas y fachas— al juicio de un muy sesudo Tribunal de catedráticos de Ciencia Política. Resultado seguro: qué poca finura, qué trazo tan grueso, que escasa delicadeza en el análisis denominar facha a Vox. Es mucho más complejo, más sutil, menos primitivo, nos dirán puntillosos. Mejor populismo conservador. O quizá neopopulismo transversal. Bueno, asumirá José K. la tosquedad de su diagnóstico, pero nada le hará cambiar el grito de guerra. Y lo repetirá gozoso, dispuesto a cantarlo en plazas y plazuelas. Fachas, son fachas, fachas de libro, fachas indudables, fachas sin disimulo. Por supuesto, los de Vox, que ahí están, busquen sus ideas, oigan sus discursos y contemplen sus actitudes vitales —qué risa—, y ya verán lo que encuentran. Pero tan facha es, ya se ha desatado nuestro hombre, quien lo lleva escrito en la frente, estandarte de su vida, como quienes les bailan el agua, los besan y los soban. ¿Necesitan el número de carné de identidad de Pablo Casado o Albert Rivera?

Y la vieja o nueva izquierda de siempre ¿puede hacer algo, se pregunta José K., altamente preocupado pero nunca vencido, ante este tsunami de dolorosos ecos del pasado, de ponzoñosas campañas de iniquidades cuajadas en los oscuros gabinetes de fundaciones y thinks tanks para infectar, entre otros conductos, las llamadas redes sociales? Y se contesta: muchísimo. Todo. Ganarlos. Porque cree en la justicia, la dignidad y la libertad. Y trae un puñetazo de un popular escritor francés: “La esperanza es una droga. La esperanza es un psicotrópico. La esperanza es un excitante más potente que la cafeína, el khat, el mate, la cocaína, la efedrina, el EPO, el speedball o las anfetaminas”. El círculo, Bernard Minier.

Esperanza. Y lucha.

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