La victoria de Estambul
El resultado es una poderosa llamada de atención que fortalece a la democracia turca frente a los anhelos otomanos del presidente Erdogan
Aquel que gane Estambul, ganará Turquía”. Estas palabras, convertidas en un mantra personal del presidente turco Recep Tayyip Erdogan durante la campaña de las elecciones municipales, se han transformado en una amenazadora profecía maléfica que le ha llevado a impugnar los resultados en Estambul alegando irregularidades en la votación. Si bien los islamistas del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) han ganado a nivel nacional, la oposición del socialdemócrata Partido Republicano del Pueblo (CHP) obtuvo mayoría en las grandes áreas metropolitanas, como las emblemáticas Ankara y Estambul. El escrutinio muestra la divisoria entre dos grandes clases. De un lado las élites urbanas, liberales, secularizadas y defensoras de los derechos democráticos y la tolerancia: han votado en contra de Erdogan. En frente una clase media rural, conservadora, más religiosa y que se ha enriquecido con el desarrollo económico impulsado por el Gobierno.
Tras llegar al poder en 2002 Erdogan cosechó una serie de éxitos ampliamente reconocidos. La economía atravesó una “década prodigiosa” y el crecimiento estuvo acompañado de reformas políticas. El Gobierno buscó favorecer a grupos hasta entonces marginados, como los kurdos, y sometió al Ejército al poder civil. La maquinaria del Estado democrático benefició los intereses del AKP y permitió afianzar la influencia del establishment religioso conservador en un marco secular hasta entonces salvaguardado por el Ejército.
En una segunda etapa marcada por la crisis económica, el presidente turco, en sintonía con los tiempos que corren, derivó hacia un autoritarismo regresivo. El intento de golpe de Estado de 2016 se convirtió en un pretexto para eliminar a la disidencia y dio paso una purga de funcionarios, jueces, militares, profesores y periodistas. Asimismo propulsó una cuestionable reforma constitucional que le reforzaba en el poder. En educación asestó un golpe a los valores laicos al eliminar del currículum escolar las referencias a Darwin e introducir el concepto de yihad en las clases de religión. En política internacional apostó por una retórica conspiratoria y agresiva. El pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, llamó “invasoras” a las manifestantes de Estambul y aseguró que el Estado turco podía “derribarlas con nuestras Fuerzas Armadas y policiales”.
La evolución de las políticas de Erdogan y su respuesta en las urnas refleja la interacción del islam político con las prácticas democráticas en una potencia regional influyente, modelo para muchos países árabes. El mandatario ha estado demasiado atento a afianzarse en el poder a costa de minar las instituciones. La pérdida de Estambul supone un punto de inflexión que podría anticipar el declive del AKP. El resultado es una poderosa llamada de atención que fortalece a la democracia turca frente a los anhelos otomanos de su presidente.
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