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Columna
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Carné de identidad

El desafío y el orden ya solo hablan de nación, de raíz, de tierra

David Trueba
31/03/2019 El presidente del PP, Pablo Casado, en una imagen de archivo
 POLITICA 
 Secundino Pérez - Europa Press
31/03/2019 El presidente del PP, Pablo Casado, en una imagen de archivo POLITICA Secundino Pérez - Europa Press Secundino Pérez - Europa Press (Europa Press)

Los destinos de Pablo Casado y Albert Rivera han quedado unidos por esos caprichos de la asociación mental. Para muchos electores resultaba difícil distinguirlos, pero con el tiempo en lugar de alimentar las diferencias se han ido desarrollando las similitudes. La primera vez que resultó armónica la sintonía entre ambos fue con el movimiento de la oposición venezolana al régimen de Maduro y el ascenso de Juan Guaidó a la figura de presidente paralelo. Desde el primer instante se percibió la dificultad del asunto, pero la estridencia en el modo de recibirlo dejó ver lo unitarias que eran las agendas personales de Casado y Rivera. Despreciada urbi et orbi la tercera vía que proponía el expresidente Zapatero como mediador sin causa, pasadas las semanas se impone la certeza de que salvo por las armas, toda transición de salida de un autoritarismo necesita más prudencia en el exterior que en el interior de un país. Visto con distancia, España tuvo suerte de que en aquel instante, la presidencia y la cancillería externa no estuvieran en manos de Casado y Rivera. Semanas después, la carta del presidente mexicano expresando los deseos de acoger un acto de disculpa española por los excesos en tiempos de conquista venía a evidenciar que, lejos de nuestro radar, se sigue percibiendo una particular actitud de españolidad como un recuerdo colonialista que no deberíamos acrecentar con nuestras formas de comportarnos.

La prudencia es la más secreta virtud de los buenos conductores. Pero en el caso de Casado y Rivera las urgencias electorales obligan a una conducción agresiva. Su retórica funcionó con éxito para alcanzar el Gobierno andaluz y muy posiblemente habrán de liderar la nación tras las próximas elecciones. Más allá de los vaticinios, la causa catalana los hace brincar en las encuestas. Tampoco en ese asunto se percibe la mínima diferencia entre ambos. Así también el antiautonomismo de Ciudadanos quedó en sarampión juvenil en cuanto tocó hacer números con los votos en Navarra. El concierto vasco no va a desafinar cuando ellos dirijan la orquesta. Quedaría la inmensa laguna de la lucha contra la corrupción política, pero, hoy por hoy, en un ejercicio de ilusionismo que merece premio, han logrado que ese asunto no tenga ninguna importancia en la toma de decisión electoral. El elefante en el salón lleva sobre el lomo la estelada. Los domadores son aplaudidos a rabiar desde las gradas circulares de este circo nuestro. A ellos les sienta bien el frac, nacieron para jefes de pista.

En la última y preciosa novela de Patricio Pron, el personaje masculino concluye que para él la identidad no es un punto de llegada, sino tan solo un punto de partida. Los que pensamos así somos minoría absoluta. En estas temporadas se lleva la identidad al frente. Es el fin de todas las cosas. La patria en los balcones. El desafío y el orden ya solo hablan de nación, de raíz, de tierra. Amazon, Facebook y Google no eran la nueva frontera, tan solo son negocios monopolísticos y la gente necesita un hogar, un nido. Es imposible resistirse, no es solo un desorden nuestro, viene galopando desde Italia, Centroeuropa, Estados Unidos, India, Rusia. Para Casado y Rivera la identidad lo explica todo. Quizá por eso se han convertido en idénticos entre ellos. El pegamento no duele al posarse sobre la piel, cuando duele es cuando lo tratas de despegar.

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