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La homosexualidad no tiene cura, pero lo del obispo Reig Plà sí

La noticia de las terapias de reconversión que se practican en el obispado de Alcalá de Henares ha devuelto a la actualidad una práctica insidiosa que destroza vidas

Montaje con una imagen del obispo de Alcalá de Henares (Madrid), Juan Antonio Reig Plà, y una bandera LGTBI al fondo. El religioso es defensor de la terapias de reconversión para homosexuales.
Montaje con una imagen del obispo de Alcalá de Henares (Madrid), Juan Antonio Reig Plà, y una bandera LGTBI al fondo. El religioso es defensor de la terapias de reconversión para homosexuales.Montaje: Blanca López-Solorzano. Foto: Cordon Press
Guillermo Alonso

Hace unos doce o trece años andaba yo metido en el foro de una famosa asociación española ultraconservadora. Uno se metía allí por la pura atracción del abismo, a dejarse los cuernos discutiendo con el enemigo y a llevarse unos cuantos palos hasta ser expulsado. Luego entraba con otro nombre, repetía la operación y mataba así los ratos muertos. Cosas de juventud y el tiempo libre. Pero entre unas y otras conocí a un chico al que vamos a llamar, ficticiamente, Ignacio.

Ignacio estaba del otro lado, del ultraconservador, pero de vez en cuando me mandaba un mensaje privado diciéndome “pues oye, se han pasado contigo, puedes tener algo de razón”. Semejante aliado en territorio enemigo despertó mi curiosidad e investigué un poco sobre él. Descubrí que, aparte de en aquel foro de esta asociación –a la que recientemente se le retiraron los privilegios que le había dado el Partido Popular–, andaba en otra plataforma llamada (ojo a esto) EsPosibleElCambio.org, con la que esta asociación estaba hermanada y a la que era fácil llegar porque el foro estaba lleno de enlaces a ella.

Ignacio lo tenía todo para ser feliz, pero su familia y algunos consejeros espirituales decidieron evitarlo. Algunos días afirmaba estar contentísimo, pues había visto chicas que le habían 'gustado'. Otros, me contaba que estaba destrozado: había vuelto a ver “fotos de esas”

Mi conclusión fue que Ignacio, que bordeaba los 20 años, era gay, pero no quería serlo. Nos añadimos al Messenger, el sistema de chat que en un Internet pre-redes sociales era la forma en la que hablábamos con amigos y extraños. Allí se lo pregunté directamente, pero él me dijo que no: no era gay, sencillamente sufría AMS y estaba curándose. AMS es “atracción por el mismo sexo”. En la retórica de estos estafadores y arruinavidas hay un blanqueo de términos: ser gay o lesbiana no es ni siquiera una posibilidad porque eso no existe. No, eso que llamamos gais y lesbianas son en realidad enfermos, esa enfermedad se llama AMS y, como la mayoría de enfermedades, tiene cura.

Al pobre Ignacio se la colaron.

Hablaba a menudo con él, que me cayó simpático pese a estar en mis antípodas ideológicas y vitales. Yo intentaba de vez en cuando hacerle entrar en razón, pero sabía que era una batalla perdida frente a un cerebro lavado durante lustros por una familia despreciable y una retahíla de especialistas que le habían dejado claro que ellos le iban a arreglar lo suyo. Ignacio era un chico listo, con sentido del humor, buen estudiante.

Lo tenía todo para ser feliz, pero su familia y algunos consejeros espirituales decidieron evitarlo. El proceso de Ignacio era doloroso de presenciar: algunos días afirmaba estar contentísimo, pues había visto chicas que le habían gustado. Otros, me contaba que estaba absolutamente destrozado: había vuelto a ver “fotos de esas”. Fotos de chicos. “He recaído en mi AMS”, decía con aquel lenguaje robótico con el que abordaba esta cuestión y que me daba ganas de tirar objetos hacia la pantalla del ordenador. Ignacio era más infeliz y atormentado cuando más cerca estaba de ser él mismo, de su propia naturaleza. Ignacio era una buena persona a la que sus propios padres, en connivencia con el cura de su parroquia, habían partido en pedazos. Ignacio ya no era un hombre, era una tragedia.

Por unas razones o por otras, perdimos el contacto. Hoy ya no uso aquel sistema de mensajes ni recuerdo mis claves. A veces todavía me sorprendo pensando en él, especialmente en días como ayer, cuando eldiario.es publicó la noticia de que el obispado de Alcalá celebra terapias clandestinas para curar la homosexualidad. De que también lo hace con menores. Ignacio, ¿dónde estarás ahora? ¿Qué habrá sido de ti? ¿Te habrás casado con una mujer y habrás tenido hijos, convencido de que habías curado eso que te obligaron a llamar AMS? ¿O has huido de esos que se hacían llamar tu familia y has conseguido ser feliz?

El obispado de Alcalá está capitaneado por alguien llamado Juan Antonio Reig Plà. En lo personal, estoy en contra de ni tan siquiera escribir este nombre en un medio público. Estoy en contra de que lo que dice esta persona en sus homilías, cargado de odio e ignorancia, tenga un altavoz que traslade sus palabras más allá de las paredes de su iglesia y de los oídos de su parroquia. Pero en lo profesional trabajo en un medio que considera que su posición como una de las figuras más influyentes y controvertidas de la iglesia en España convierte sus palabras en noticia. Y debo decir que hay unas palabras suyas que, en su momento, me parecieron una figura literaria interesantísima. Las palabras son: “clubs de hombres nocturnos”.

“La homofobia es, más bien, odio. Y se puede trabajar si hay conciencia por parte de quien la padece de que es un sentimiento que conlleva en otros rechazo y exclusión”

Violeta Alcocer, neurospicóloga clínica

Las pronunció hablando de los gais (le obsesiona el tema) en una homilía en Semana Santa de 2012. Dijo lo siguiente: “Piensan ya desde niños que tienen atracción hacia las personas de su mismo sexo y, a veces, para comprobarlo, se corrompen y se prostituyen o van a clubs de hombres nocturnos. Os aseguro que encuentran el infierno”. No dijo “clubes nocturnos para hombres”, no. Dijo “clubs de hombres nocturnos”. ¡Hombres nocturnos! Una imagen preciosa y poderosa, que nos remite al vampiro, al superhéroe, a los bandidos, a los gatos sin dueño.

Hay algunos hombres que siempre serán nocturnos porque están demasiado acomplejados por palabras como las de esta persona a mostrarse tal y como son durante el día. Y hay otros hombres que, como Ignacio, se romperán por dentro y estropearán su vida para poder disfrazarse de otra cosa y caminar tranquilos bajo la luz del sol sintiendo la aprobación del señor Reig Plà. O del papa Francisco, que el pasado domingo en Salvados habló de "recurrir a un especialista" si los padres veían "cosas raras" en sus hijos y habló luego de la "actitud homosexual". (Actitud, según la RAE: "Disposición de ánimo").

Para ello, lo que tienen que escuchar los que se someten a esas mal llamadas terapias de reconversión es gravísimo y profundamente ofensivo e ignorante. En las grabaciones de eldiario.es se escucha a una mujer –que dice ser terapeuta pero, según la información de este medio, carece de formación y es por lo tanto una estafadora–, decir cosas como que hay que “hacer más ejercicio”.

Porque en los gimnasios apenas hay homosexuales dejándose el pulmón, parece ser, ni en los equipos olímpicos una aplastante representación de miembros LGTB. También recomienda “dejar la pornografía”. Para esa estafadora tengo datos: no hay porno gay entre los 25 términos más buscados en 2018 en Pornhub, no hay ningún actor gay entre las 20 estrellas porno más vistas. Vaya, claro que ven porno los gais, pero en la misma medida que lo hacen los heterosexuales. Si que intenten curar la homosexualidad ya es de partida insidioso y alarmante, que lo hagan con unos conceptos tan chuscos es doblemente ofensivo. No evidencia desconocimiento de la homosexualidad, sino del alma humana. 

Ignacio, ¿dónde estarás ahora? ¿Qué habrá sido de ti? ¿Te habrás casado con una mujer y habrás tenido hijos, convencido de que habías curado eso que te obligaron a llamar AMS?

Démosle la vuelta a esta situación: ¿podemos curar a Juan Antonio Reig Plà (y a su pléyade de estafadores) de su homofobia? Esta posibilidad la escuché de buena mañana en la SER (Toni Garrido lo comentaba con Luis Rojas Marcos) y me pareció intrigante y urgente. Se lo he preguntado a Violeta Alcocer, licenciada en Psicología Clínica y de la Salud, Certificada como Educadora de padres por la American Positive Discipline Association y máster en Neuropsicología Clínica por el ITEAP. “Eso que llamamos homofobia es un poco laxo desde el punto de vista clínico", me dice. "Una fobia cursa con ansiedad y miedo. La homofobia es, más bien, odio. Y se puede trabajar siempre y cuando haya cierta conciencia por parte de quien lo padece de que es un sentimiento desadaptativo. O sea, un sentimiento que conlleva en otros rechazo, exclusión, dificultades para empatizar, violencia psicológica, verbal e institucional”.

“Habría que explorar en profundidad –continúa– si ese odio tiene que ver con miedo, con ira, con tristeza… bucear en la historia personal y en los modelos relacionales para comprender qué está pasando. Igual que haríamos con cualquier otra persona con problemas para vincularse, como por ejemplo los hombres violentos”.

Los que nos quieren curar sí que pueden curarse. Hay esperanza para ellos. Les devuelvo la frase que escuchó el pobre Ignacio antes de que su vida se viniera abajo: es posible el cambio. 

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Sobre la firma

Guillermo Alonso
Editor web de ICON. Ha trabajado en Vanity Fair y Telecinco. Ha publicado las novelas ‘Vivan los hombres cabales’ y ‘Muestras privadas de afecto’, el libro de relatos ‘La lengua entre los dientes’ y el ensayo ‘Michael Jackson. Música de luz, vida de sombras’. Su podcast ‘Arsénico Caviar’ ganó el Ondas Global del Podcast 2023 a mejor conversacional.

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