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Columna
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La primavera negra de Crimea

La anexión de la península es el cambio de fronteras más importante en Europa desde la Segunda Guerra Mundial y un peligroso antecedente

Lluís Bassets
Desfile de motorizado con banderas para conmemorar el quinto aniversario de la anexión de la península de Crimea por parte de Rusia, en Sevastopol el 16 de marzo.
Desfile de motorizado con banderas para conmemorar el quinto aniversario de la anexión de la península de Crimea por parte de Rusia, en Sevastopol el 16 de marzo. AFP

Han pasado cinco años y la crisis abierta por la anexión de Crimea no ha hecho más que profundizarse. Putin ha viajado este lunes a Simferopol, la capital, donde ha reivindicado la incorporación de la península a la Federación Rusa como una "reunificación", una palabra que inevitablemente evoca la protagonizada por Alemania tras la caída del Muro de Berlín en 1989. También la OTAN ha emitido un comunicado, en el que reclama de Rusia el cumplimiento de la legalidad internacional si quiere regresar a la normalidad después de aquel desafío a la seguridad europea. Estados Unidos, por su parte, acaba de renovar un año más el régimen de sanciones impuesto a Moscú en represalias por la anexión.

El zarpazo sobre Crimea fue la respuesta al Maidán, la revolución que echó del poder al presidente de Ucrania, Viktor Yanukóvich el 22 de febrero de 2014. Fue una operación fulminante y sigilosa, protagonizada por los hombrecillos de verde, tropas rusas sin insignias, que tomaron en pocas horas todas las instalaciones estratégicas de Crimea, sin resistencia por parte del ejército y la policía ucranios.

Las autoridades locales convocaron a toda prisa un referéndum el 16 de marzo sin atender a la vigente Constitución ucrania ni a la legalidad internacional. Las cifras oficiales, cuestionadas internacionalmente, arrojaron un 93% de votos a favor de la anexión. El 18 de marzo se firmó el tratado de unión y el 21, primer día de primavera, el parlamento ruso rubricó el cambio unilateral de fronteras.

La soberanía ucrania sobre Crimea, cedida por Moscú en 1956, no admite discusión desde el punto de vista del derecho internacional. Fue reconocida en el tratado de amistad entre Rusia y Ucrania de 1997 y anteriormente en el Memorándum de Budapest de 1994 sobre el desarme nuclear de Ucrania, que accedió a entregar todo su arsenal atómico a cambio de consolidar sus fronteras y su soberanía.

Esta anexión es el cambio de fronteras más importante en Europa desde la Segunda Guerra Mundial y un peligroso antecedente. Atestigua la torpeza europea, tanto de la OTAN como de la UE, a la hora de establecer unas relaciones estables con Moscú, pero también su escasa capacidad de disuasión ante una anexión por la fuerza en su región fronteriza. Ahora ha merecido una amplia condena internacional la reciente inauguración de un puente sobre el estrecho de Kerch que establece la continuidad territorial con Rusia y permite el control del mar de Azov, por cuanto consolida la posición rusa en Crimea y estrecha el cerco sobre Ucrania.

La conquista de Crimea no le ha salido gratis a Putin. Fue expulsado del G7 y sometido al actual régimen de sanciones económicas, además de perder buena parte de su credibilidad internacional. Su compensación ha sido la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, rodeado por colaboradores que pugnaron por aligerar las sanciones a Rusia y defensor sin rebozo alguno del regreso de Moscú al G7, con el argumento de que Crimea es Rusia puesto que allí se habla ruso.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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