La soga en casa de los que ahorcan
En un mundo más limpio y ordenado moralmente, a Arnaldo Otegi le habría sentado mal que le preguntasen en una entrevista por Ernest Lluch
En un mundo más limpio y ordenado moralmente, a Arnaldo Otegi le habría sentado mal que le preguntasen en una entrevista por Ernest Lluch. No es una pregunta agradable; de hecho, periodísticamente, es la pregunta que hay que hacerle a Otegi. Incluso con esa exacta formulación, llena de retranca: “¿Faltan Ernests Lluchs?”. Suena a línea de guion de Billy Wilder: “¿Faltan Anna Franks, mein kommandant? ¿Ahora se da cuenta?”. Y en ese mundo tan limpio y ordenado Otegi se revolvería, incómodo: “Mire, esta no es una pregunta fácil. Ni me la esperaba. Faltan, claro que faltan. ETA ha matado a mucha gente en este país, gente muy valiosa, gente que pudo haber ayudado y gente que a lo mejor no, pero que nunca debió haber muerto asesinada. Son muertes que nuestro partido lamentó en su momento sin condenar expresamente, así que si usted me lo permite me gustaría hacerlo ahora. Y sí, faltan políticos como Lluch en la medida que defendía el diálogo como método para resolver los problemas políticos. Aportaría racionalidad al actual contexto. Es la posición constructiva, es la posición de decir ‘yo tengo un problema y lo tengo que resolver”.
Como no hay mundos perfectos, Otegi contestó a la pregunta con la segunda parte de la respuesta, desde “sí, en la medida en que defendía el diálogo como método para resolver los problemas políticos”. No se vio exigido, por así decirlo. Es bien sabido que el espectador del programa Quatre gats, de TV3, se merecía un poco de contexto, aunque no tanto como el propio Otegi. Más que nada porque su tono hacía sospechar una lástima irreparable por la desaparición voluntaria de Lluch, que un día decidió apartarse de la civilización para irse a vivir a una cabaña del bosque, como Unabomber. Pero había más matices riquísimos en la respuesta de Otegi, por ejemplo en relación a que faltan Lluchs “en la medida en que defendía el diálogo”: solo en esa medida, no vamos a ponernos histéricos. Normalización en la que abundó el portavoz parlamentario del PNV, Aitor Esteban, seguramente con la mejor intención del mundo, que suele ser la peor de las noticias: “ETA mató y asesinó a muchas personas que tendían puentes y querían el diálogo”. Y a muchas que no: que ni tendían puentes, ni querían el diálogo. Y a muchas que ni pinchaban ni cortaban.
Por qué Otegi no se tomó a mal que se le mentase la soga en su casa, la casa de los que ahorcaban, es un síntoma periodístico. Y por qué no se supo qué había pasado con Ernest Lluch y la relación de sus asesinos con el propio Otegi, es una señal política. Hace 12 años, en El Diario Vasco, Fermín Muguruza contó cómo en una de las proyecciones de La pelota vasca ocurrió esto: “Estaba la hija de Ernest Lluch, Mireia, que me pidió que le presentara a Arnaldo Otegi. Su encuentro fue un momento muy fuerte, tenso pero precioso, ella tiene una categoría política y emocional impresionante”. Esa paz exige una premisa, la de recordar quién y por qué murió. En el programa de TV3 solo había que hacer la pregunta de la pregunta (¿por qué se le preguntaba a Otegi por Lluch?) para que el círculo se cerrase dejando al político dentro y él pudiese abrirlo, si tuviese el gusto. Porque más interesante era saber por boca de Arnaldo Otegi no si faltan Ernests Lluchs, que ya sabemos que faltan, sino por qué faltan. Y sabido esto se responde sola la pregunta fundamental: qué sobró para que ahora falten.
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