Putin entreabre la puerta de su intimidad
El presidente ruso es muy celoso de su vida privada, pero en los últimos meses ha revelado algunos detalles familiares y ha anunciado que piensa volver a casarse
Puede que los días de soltería de Vladímir Putin tengan los días contados. “Como una persona respetable, tendré que hacerlo [casarme] en algún punto”, dijo el presidente ruso hace unas semanas ante una poco habitual pregunta personal. La revelación, hecha con media sonrisa durante su conferencia de prensa anual, radiada en toda Rusia y a medio mundo, ha dado un potente combustible a los medios. Y ha abierto un poco la puerta de la vida privada que el líder ruso mantiene muy lejos de las miradas públicas.
A Vladímir Vladimirovich Putin no le ha gustado nunca dar detalles de su intimidad ni de su familia. De hecho, el presidente ruso anunció su divorcio de Liudmila Putina (de soltera Shkrebneva), a la que estuvo unido tres décadas, en el intermedio del ballet Esmeralda; como pasando por encima de un tema que había generado ríos de tinta en la prensa. El líder ruso tiene dos hijas adultas, Ekaterina y María, a las que ha mantenido alejadas de los focos. Y ya es abuelo. Hace años que se rumorea que mantiene un romance con la gimnasta Alina Kabaeba, ahora diputada de la Duma (el Parlamento ruso) y conocida, como dicen los rusos, por su “increíble flexibilidad”. Ella, comentan los medios sensacionalistas rusos, sería la elegida para compartir su vida.
Ese secretismo que ha forjado contribuye a darle un halo de cierta invulnerabilidad y ha ayudado a erigir esa imagen de padre de la patria, de líder todopoderoso centrado solo en gobernar el país, en cuerpo y alma. En un rosario de ocasiones sin camisa, pescando. O cabalgando con el torso desnudo por la estepa siberiana. Porque puede. Y así lo muestran decenas de fotografías, que documentan el día a día del hombre más poderoso de Rusia.
“Incluso para el ojo inexperto, si miras el horario de Putin, entenderás que su vida no está vinculada de ninguna manera con los asuntos familiares”, ha tratado de zanjar en alguna ocasión el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, cuando han surgido rumores sobre su vida privada. Estas semanas, un puñado de libros como We Need to Talk About Putin (Necesitamos hablar de Putin), de Mark Galeotti; o The man without a face (El hombre sin rostro), de Masha Gessen, hablan del presidente ruso, a quien muchos denominan el “nuevo zar”. Tras revalidar su mandato hace un año, es el hombre que más tiempo ha liderado Rusia tras Stalin. Alguien a quien muchos rusos ven como el antídoto de la tumultuosa y violenta Rusia de los años noventa. Otros, como la mano autócrata, adicta al poder y aliado de oscuros oligarcas que maneja a los rusos con mano de hierro.
Lo cierto es que la historia de Putin podría nutrir el guion de una película. Nació en Leningrado, la actual San Petersburgo, y creció en un apartamento comunal compartido por otras tres familias en el que las ratas campaban por las escaleras. En la ciudad del río Neva, en los escalones de la taquilla del Teatro Lensovet conoció a la que sería su esposa, como contó ella misma en su biografía. Putin se había graduado en la Universidad de Leningrado, en Derecho, y se había especializado en Economía. Y ya pertenecía a los servicios de inteligencia de la Unión Soviética (el KGB). Sin embargo, a ella le dijo que trabajaba en la policía. "Incluso antes de acabar el instituto, ya quería trabajar en inteligencia", dice su biografía oficial.
A Putin le han fascinado los espías. La idea de que un hombre solo pueda lograr lo que ejércitos enteros no pudieron, como ha comentado alguna vez. Y también las películas y novelas de agentes secretos. De ahí que durante años, la matrícula del Audi negro que le llevaba a de su residencia al Kremlin fuese 007, como han escrito varios autores.
Su primer trabajo fue en la secretaría del KGB. Después pasó a labores más importantes que le llevarían fuera de Rusia, a Dresden, en Alemania. Allí pasó cinco buenos años. Llegó con su esposa y una hija, se fue con dos. Sus compañeros le llamaban Platov. Tenía 33 años. En diciembre se conoció que Putin, además de ser oficial de la KGB fue empleado del Servicio de Seguridad del Estado de la RDA, la Stasi. Allí recibió el ascenso a teniente coronel.
En Rusia seguiría escalando. Y llegó a convertirse en el jefe del FSB, el sucesor de la KGB. En 2000 se convirtió en el presidente de Rusia. Y desde entonces, incluyendo una época como primer ministro, ha estado en el sillón de mando.
En enero reveló otro detalle que ha ayudado a cubrir los huecos de su misteriosa biografía. Después de lanzar un disparo de cañón desde la fortaleza de San Petersburgo, el líder ruso contó que durante la época soviética había comandado un batallón de artillería. Justo después el responsable de la fortaleza le felicitó por su “maravilloso” cañonazo.
Y así, a retazos, los rusos y el mundo van descubriendo datos que el líder ruso quiere liberar. Hace unos meses fue una de sus hijas la que apareció en televisión en una entrevista sobre su trabajo como científica. Y aunque en ningún momento se la presentó como familia del presidente, su aparición rompió un inmenso tabú que, según los analistas, está pensado para que poco a poco se vaya introduciendo un papel público para la familia presidencial. Una maniobra para dotar al presidente ruso de un halo familiar ahora, coincidiendo con su último mandato, que según la constitución no puede volver a ostentar.
Con ese carácter más personal pero dotado de algo de heroísmo se le suele mostrar practicando deporte. Es octavo dan de kárate, maestro sambo –un arte marcial ruso—y de judo. Y combatiendo con Beslán Mudránov, medalla de oro olímpica en ese deporte se lesionó el dedo hace unos días, en una demostración en Sochi. Todos los medios dieron las imágenes, que mostraban que Putin es duro pero también un poco vulnerable. Además, el presidente ruso esquía y juega al hockey sobre hielo. De hecho, sus partidos anuales con miembros del Gobierno se han convertido en todo un acontecimiento. Y también una manera de visibilizar a sus aliados políticos.
Durante años, excepto contadas ocasiones, ha imperado una ley no escrita en Rusia: ni siquiera sus opositores se han atrevido a bucear en sus finanzas. En 2016, declaró unos ingresos de unos 152.000 dólares (unos 133.000 euros), según los registros públicos. Aunque se ha llegado a decir que su patrimonio neto supera los 40.000 millones de dólares (más de 35.000 millones de euros), como cuenta en el libro La cleptocracia de Putin: ¿Quienes son los dueños de Rusia?, de Karen Dawisha.
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