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Tribuna
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Relevancia empresarial

La verdadera pregunta es si la UE va a fortalecer el mercado único, elevar la I+D y recobrar el liderazgo en las universidades

Una bandera de la Unión Europea en el edificio de la Comisión en Bruselas.
Una bandera de la Unión Europea en el edificio de la Comisión en Bruselas. Yves Herman (/REUTERS)

Lo grande es bello; así dicen muchos dirigentes empresariales europeos y Peter Altmaier, ministro alemán de Economía, cuando hablan de la posición de las empresas europeas en el mundo. Es cierto que las empresas de la UE siguen siendo muy competitivas mundialmente y grandes exportadoras. Sin embargo, existe el temor a que les sea cada vez más difícil estar en la cima de las cadenas de valor mundiales. Hay solamente 10 compañías de la Unión entre las 50 primeras de las 500 empresas globales de Fortune, frente a 21 de Estados Unidos y 11 de China, y ninguna entre las 20 principales empresas tecnológicas del mundo; se espera que el 70% de la repercusión económica mundial de la IA se concentre en Norteamérica y China. Se afirma que las empresas europeas carecen de dimensión para competir.

Como solución, muchos aconsejan cambios al control de fusiones: debería ser menos estricto, más “dinámico”, considerando los efectos futuros. Esto fue objeto reciente de debate en el caso de la fusión entre Siemens y Alstom. Es posible que las leyes europeas de control de fusiones necesiten reformas. Pero pedir a la Comisión que abandone de pronto su estrategia para contradecir la normativa de control de fusiones es un error. Tampoco podemos sobreestimar los beneficios que compañías mayores obtendrían en un mercado como el chino, de acceso muy limitado y regulado. Además, es necesario evitar que casos concretos sean objeto de intervención política. Hay vías más prometedoras para las empresas y consumidores.

La prioridad estratégica europea debería ser convertirse en líder de la innovación y la adopción de las nuevas tecnologías

En primer lugar, es necesario un control más eficaz de las ayudas públicas que las empresas extranjeras reciben, tanto en nuestros mercados como fuera. Para ello, el marco legal de la UE tendrá que evolucionar considerablemente. La UE no puede aplicar sus reglas a los gobiernos extranjeros, y no hay cómo aplicar las normas de la UE a las empresas en los mercados europeos que reciben ayudas públicas en otras jurisdicciones. Es posible imaginar un instrumento que se aplique a empresas extranjeras que logren ventajas competitivas injustas creadas por ayudas públicas.

El acuerdo de la OMC sobre subsidios y medidas compensatorias podría servir como instrumento si no fuera por tres problemas: Primero, la notificación de los subsidios no es completamente transparente y su eficacia es limitada. Segundo, las medidas correctoras son lentas y complejas. Tercero, las normas de la OMC no se aplican a los servicios. Las regulaciones pueden restringir la entrada de empresas extranjeras receptoras de ayudas públicas que provocan distorsiones. Pero para que no se conviertan en una simple herramienta del proteccionismo tienen que ser limitadas, lo que impide su uso como control general de las ayudas públicas.

En segundo lugar, Europa debe perseguir activamente una estrategia que cree las condiciones, europeas y nacionales, para las inversiones y la innovación, para que las empresas crezcan en el mercado único, que aún hay que reforzar, particularmente en el sector de los servicios. Asimismo hay que garantizar una financiación de mercado suficiente a través de unos mercados de capitales integrados y profundos.

El gasto de I+D en la UE se encuentra aún en el 2%, mientras que en EE UU está en el 2,8%. Además, Norteamérica y Asia encabezan las inversiones privadas en IA. Este triste panorama es consecuencia directa de la falta de una verdadera estrategia europea de inversiones y política industrial, que contrasta con los planes de sus rivales. Londres es la ciudad que más empresas de IA tiene en Europa, así que la urgencia de una estrategia común es todavía mayor por el Brexit.

Por último, no puede extrañar a nadie que Europa esté perdiendo la carrera de la tecnología, dada la situación de sus universidades. Por ejemplo, en ingeniería mecánica, la mejor universidad alemana, la de Aquisgrán, está en la franja de los puestos 51 a 75, muy por detrás de 12 universidades chinas, según la clasificación de Shanghái. Dentro de la UE y fuera de Reino Unido, solo Milán y Lovaina están por delante de Aquisgrán. ¿Tienen Alemania, Francia o la UE alguna estrategia para este problema?

La competencia mundial es cada vez más dura, en particular desde que China encabeza los sectores tecnológicos fundamentales. Los instrumentos defensivos sobre los subsidios públicos son parte de la solución; relajar el control de las fusiones no es la respuesta. Pero la verdadera pregunta es si la UE va a fortalecer el mercado único, aumentar el gasto en I+D, recuperar el liderazgo en las universidades y diseñar una estrategia real sobre IA. Puede que lo grande sea bello, pero la prioridad estratégica europea debería ser convertirse en líder de la innovación y la adopción de las nuevas tecnologías. Y para ello se necesitan inversiones, investigación y educación.

Georgios Petropoulos es investigador en Bruegel y en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y Guntram Wolff es director de Bruegel.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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