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Columna
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La apuesta de Sánchez

Su éxito dependerá de en qué medida ese esfuerzo por priorizar la agenda social logre movilizar a sus votantes.

José Fernández-Albertos
Rueda de prensa de Pedro Sánchez para anunciar el adelanto electoral.
Rueda de prensa de Pedro Sánchez para anunciar el adelanto electoral. Samuel Sánchez

Dentro de unos años, los historiadores explicarán el fin del bipartidismo en España como el resultado de un súbito proceso de desconexión entre los representantes políticos y los votantes. Bajo el bipartidismo, dos grandes partidos relativamente transversales en términos sociales lograban articular mal que bien las demandas políticas de los ciudadanos.

Pero la experiencia de una larga y profunda crisis, sus efectos asimétricos entre generaciones y la consolidación de una sociedad cada vez más compleja y plural hicieron que el desencanto de la ciudadanía se tradujera en oportunidades para nuevos partidos y líderes.

Es demasiado pronto para hacer juicios sobre cómo el multipartidismo ha afectado a España. Contra lo que se dice, la fragmentación política no está asociada al desgobierno y la parálisis: ojalá nos parezcamos más a Holanda o Alemania, que cada vez tienen más partidos y más pequeños, y menos al Reino Unido e Italia, cuya concentración del voto en grandes bloques no parece que les esté sirviendo para mucho.

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Si la sociedad española es compleja, mejor que seamos capaces de convivir políticamente con esa pluralidad. Pero para que el multipartidismo no sea disfuncional, los partidos han de aprender a compartir el poder.

Todos nos llenamos la boca sobre la necesidad de grandes pactos de Estado y de nuevos contratos sociales, pero no podemos aspirar a llevarlos a cabo solo con la parte del país que es como yo.

Y podemos escribir miles de columnas criticando el cortoplacismo y la estrechez de miras de nuestros políticos, pero la realidad es que nuestros políticos solo dejarán de polarizar y de demonizar a sus adversarios cuando les salga electoralmente a cuenta.

En el contexto actual, lo abierta de la competición en el campo de la derecha (los flujos de votantes entre Ciudadanos, Patido Popular y Vox son considerables) hace que sea extremadamente complicado para sus líderes separarse de cualquier estrategia que no implique la permanente deslegitimación de sus adversarios.

Implícita o explícitamente, esta competición acaba arrastrando a estos partidos a hablar permanentemente de la cuestión nacional.

En el corto plazo, es una estrategia rentable porque, como hemos visto en Cataluña, las dinámicas de polarización nacional arrinconan a los moderados, que son sus competidores políticos. En el largo plazo, el tigre es difícil de descabalgar, pero nadie tiene horizontes temporales muy largos.

Pedro Sánchez ha creído que ahora es el mejor momento para enfrentar el riesgo ante el que se enfrenta su partido en este escenario: el que la cuestión catalana permita a los partidos de derecha hacerse con una mayoría parlamentaria sin necesidad de moderar sus programas. Primero, porque el juicio mantiene la cuestión nacional en la agenda. Hay demasiados actores a un lado y otro del conflicto interesados en que así sea. Y segundo, porque su capacidad para usar la acción de gobierno para priorizar la agenda social ha dado de sí todo lo que podía.

El éxito de su apuesta dependerá de en qué medida ese esfuerzo por priorizar la agenda social logre movilizar a sus votantes.

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