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Columna
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Temblad todos: vuelve la bandera única

El principal signo simbólico de la democracia española es el goce de al menos tres enseñas: la europea, la rojigualda, la autonómica

Xavier Vidal-Folch
Vista general de la concentración convocada por PP, Ciudadanos y VOX este domingo en la plaza de Colón de Madrid.
Vista general de la concentración convocada por PP, Ciudadanos y VOX este domingo en la plaza de Colón de Madrid. Luca Piergiovanni (EFE)

Temblad todos. Especialmente los que tengáis memoria de la ominosa. Vuelve la bandera única.

La prueba de que la manifa de Colón fue un acto ultranacionalista fue una ausencia. El nombre de Europa, caldero de fusión de las pequeñas identidades egoístas, máquina de voluntad supranacional y garante de la democracia (y la prosperidad) de España, no asomó ni por casualidad al manifiesto. Y sin Europa solo queda retronacionalismo.

Por eso se comprende que —descontada la buena fe de muchísimos manifestantes, la misma que exhiben tantos asistentes a la Diada— se trataba de un cortejo marcado por la ideología ultraderechista de uno de los partidos convocantes. De cuyo nombre, ustedes perdonen, no quiero acordarme.

Es de lamentar, sobre todo por quienes pugnaron por hacer de Ciudadanos un meritorio partido centrista: ya se alió con el diablo en Andalucía; ya forma parte de un plan conjunto para echar a los rojos desde el alboroto de la calle; ya ha votado como senador del Reino a uno de los más ultraderechistas, José Alcaraz, victimizador político de las víctimas del terrorismo.

“Una única bandera, la de España”, arengaron. Cuando el principal signo simbólico de la democracia española es el goce de al menos tres banderas: la europea, la rojigualda, la autonómica. Quieren un único símbolo. Para “un único texto”, que contiene una “única idea” y expresa “un único mensaje”.

Solo faltó añadir la urgencia de una “única lengua”, de un “líder único”, de un “partido único”. Para algunos (ojo, no para todos, ni muchos menos) sería solo volver a su tradición parda.

Lean los patriotas Las identidades asesinas, de Amin Maalouf, vean que las identidades decentes son múltiples, se solapan, se multiplican, se comparten y superponen, se acogen entre sí. Solo las unívocas desembocan en guerra y muerte.

Contrasta tanta simpleza de unicidades con la abundancia de variantes campanudas en el lenguaje trágico y en el insulto sin freno del manifiesto oficial: traición, chantaje, deriva suicida, puñalada por la espalda, humillación intolerable, destrucción, patria, hartazgo...

Y con la difusión de al menos dos falsedades: la de que el presidente cedió “al recibir con lazos amarillos” al de la Generalitat en La Moncloa. Falso. Y la de que cedió al ofrecer negociar los Presupuestos “a cambio de la soberanía nacional”. ¿Dónde?

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