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La única cárcel en la que querrás pagar para quedarte a dormir

Hace solo 16 años el lujoso hotel Katajanokka seguía siendo una de las prisiones más importantes de Finlandia

El hotel Katajanokka ha cambiado la frialdad de los barrotes por unas instalaciones con todas las comodidades que merece el hombre libre.
El hotel Katajanokka ha cambiado la frialdad de los barrotes por unas instalaciones con todas las comodidades que merece el hombre libre.
Aitor Marín

Siempre se ha dicho que si hay un lugar que no merece la pena conocer es la cárcel. Bueno, pues hasta en esto hay excepciones, como se ha empeñado en demostrar la cadena hotelera Tribute. El Hotel Katajanokka no es que se levante sobre lo que entre 1888 y 2002 fue la prisión de Helsinki, sino que sigue siendo el mismo edificio, aunque ha cambiado la frialdad de los barrotes por unas instalaciones con todas las comodidades que merece el hombre libre, algo que se aprecia mucho más después de visitar la celda de incomunicados, uno de los pocos vestigios tétricos que se han respetado en una remodelación que concluyó en 2007.

Quien mejor la conoció fue Jan Jalutsi, un atracador conocido como el rey de la fuga, que pasó más de 30 años en ese cubículo y logró escapar en 1992. “Era una cárcel fría y se comía fatal. Justo lo contrario que ahora”, reconoce. Jalutsi comenzó su carrera criminal con 14 años. “Al principio eran pequeños hurtos, porque era pobre”, recuerda en el hoy acogedor lobby del hotel. Señala hacia la calle y prosigue. “En mi última fuga salté el muro mientras los guardias me disparaban”. Luego se levanta la pernera del pantalón y muestra orgulloso un indescifrable mapa de cicatrices. “Me rompí la tibia y el peroné”. Jalutsi ya cumplió con todos sus compromisos penales y ahora trabaja de guía del nuevo hotel. Esto solo ocurre en Finlandia.

Comedor del hotel Katajanokka.
Comedor del hotel Katajanokka.

Todo aquello forma parte del pasado. Aquellas celdas que habitaron delincuentes de todo tipo (incluso dio allí con sus huesos Risto Ryti, el que fuera presidente del país durante la II Guerra Mundial, que fue condenado por traición tras pactar con Alemania). El hotel solo ha respetado la galería que daba acceso a unas estrechas celdas donde antes se hacinaban siete prisiones. Tenían prohibido, por cierto, asomarse al ventanuco que hoy convenientemente aislado sobrevive en algunas de las habitaciones. Si un guardia descubría a un preso mirando al exterior, lo enviaba automáticamente a la celda de aislamiento.

Hoy ya no hay sucias literas contra las paredes. De cada dos de aquellas celdas insalubres se ha sacado una habitación doble, acogedora y calentita. Ya no hay patio, pero sí gimnasio, spa y sauna. Aunque, para no perder del todo de vista la historia del establecimiento, los huéspedes pueden apuntarse a actividades carcelarias con nombres como Rebelión en la prisión, Prison Break o Fiesta en la penitenciaría. Si uno no está por la labor de sentirse prisionero, puede limitarse a hacer un tour por el hotel para descubrir su negra historia con la tranquilidad de que la fecha de su check out no depende de la decisión de un juez.

Así eran las instalaciones de la penitenciaría antes de convertirse en un hotel de lujo.
Así eran las instalaciones de la penitenciaría antes de convertirse en un hotel de lujo.

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Sobre la firma

Aitor Marín
Es redactor de EL PAÍS. Antes ejerció cargos de diversa responsabilidad en Man, Interviú, Maxim y Quo, entre otras publicaciones. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Navarra. Escribe a veces de cómics porque le hubiera gustado dibujar. Además, es autor de la novela Conspiración Vermú (Suma de Letras).

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