La sonrisa de los famosetes
Sobreponiéndome a la melancolía y la abulia, empecé a pavonearme por la sala intentando que detectara mi presencia

Los famosetes de la tele cuando nos encontramos cara a cara, nos sonreímos familiarmente. Y nos solemos felicitar por los proyectos que tenemos entre manos o por los futuros, deseándonos suerte de una manera más o menos sincera, sincera.
Hago esta matización porque nuestra corriente de pensamiento muta en cuanto empieza a salir por la boca. O sea, que pensamos “negro” pero luego decimos “blanco”. La condescendencia se apodera de nosotros, así es la cosa.
Un ejemplo: coincidí en una charla de la premio Nobel de Literatura Svetlana Aleksándrovna Aleksiévich con Arcadi Espada. Una vez terminada, y sobreponiéndome a la melancolía y la abulia, empecé a pavonearme por la sala intentando que el conspicuo periodista detectara mi presencia.
Él continuaba con la mirada perdida en el horizonte, absorto en pensamientos profundos, y tuve que provocar un encontronazo. “¡Hombre Arcadi!”, comencé. “¡Qué alegría conocerte! Que sepas que a mí, a mí —decía mientras me señalaba con el dedo el pecho— me encantan todas tus opiniones. ¡Ya está bien! Alguien tiene que decir lo que tú dices, porque son movidas muy tochas que pensamos mucha gente. Eres una persona muy válida, Arcadi. Además, que sepas que mejoras en persona, eres muy guapo, jodío; tienes un color de piel muy, muy bonito, así... ¡broncíneo! Y qué pelazo, sedoso y constitucional. ¿Me dejas que te lo mese?”.
Todo esto le dije mientras le abrazaba efusivamente a pesar de que, no pocas veces, he deseado untarle en alquitrán y emplumarle. Él, con los ojirris entornados, me escudriñó de arriba abajo como solo los liberales saben hacerlo, y me espetó: “Usted también me gusta mucho señor Risto Mejide, a ver si algún día me invita a su programa”.
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