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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las llamas de la antipolítica

¿Qué ocurre en Francia para que una protesta como la de los chalecos amarillos derive en un movimiento violento capaz de poner en jaque al Gobierno?

Milagros Pérez Oliva
Un chaleco amarillo protesta en Antibes (Francia).
Un chaleco amarillo protesta en Antibes (Francia).SEBASTIEN NOGIER (EFE)

¿Qué ocurre en Francia para que una protesta como la de los chalecos amarillos derive en un movimiento violento capaz de poner en jaque al Gobierno? Siguiendo las reflexiones del historiador italiano Enzo Traverso en Las nuevas caras de la derecha, no es difícil concluir que lo que vemos en París tiene mucho que ver con la eclosión y explotación de un malestar que no encuentra cauces de expresión en las viejas estructuras de la política institucional y que fácilmente puede acabar presa de la antipolítica. Ese malestar se traduce unas veces en violencia callejera, como la que ha tomado ahora París y hace unos años tomó el centro de Londres, donde lo de menos es la reivindicación concreta que la motiva, o votando por partidos cuya estrategia consiste precisamente en darle una patada al tablero, como en Italia.

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Hace unos años, cuando surgieron las protestas de los indignados en diferentes países, los partidos del establishment se apresuraron a calificar de antipolítica a la nueva izquierda que criticaba el deterioro institucional y cuestionaba el funcionamiento de la democracia representativa. Pero no era antipolítica. Lo que esa izquierda hacía era canalizar el malestar social con propuestas radicales de renovación democrática. No quería menos política, sino más y mejor democracia, que es distinto.

Ahora, la antipolítica se alimenta desde el poder. En Francia hemos visto hundirse partidos con tanta trayectoria como el socialista, y ser sustituidos por un movimiento informe como el de Emmanuel Macron, basado en un hiperliderazgo personal que coquetea con la tesis del fin de las ideologías y reduce la política a una mera administración del poder. Si Macron ha basado su éxito en un discurso que denigra las intermediaciones, no debe extrañarse ahora de que se le opongan movimientos incrustados de antipolítica que utilizan la violencia como forma de expresión.

Si la política no es capaz de ofrecer expectativas a quienes se sienten desamparados por la globalización y la pérdida de capacidad del Estado para resolver los problemas, habrá más malestar y más antipolítica. Traverso no es optimista: “Intentamos conjurar lo peor, defender las conquistas del pasado, preservar una democracia que día tras día se vacía un poco más de sustancia. Y sin embargo, sabemos que la olla hierve y que la tapa va a saltar. Habrá grandes cambios: hay que prepararse para ellos”.

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