El porvenir del populismo neofascista
La onda de la ultraderecha que se está propagando por la casi totalidad de los países europeos no es casual ni provisional
La onda populista de la ultraderecha que se está propagando por la casi totalidad de los países europeos no es casual ni provisional. Es un ciclo histórico que se arraiga en los efectos no saldados de la crisis de 2008 y en la política de estabilidadde la Comisión Europea. El discurso populista es siempre despreciable porque busca y encuentra chivos expiatorios a los que instrumentaliza para justificar su principal objetivo: la conquista del poder sin una verdadera concepción del bien común, pues este poder se basa en el odio.
Sin embargo, sería un error creer que no existe una base real que germina este modelo de discurso: cuando el vicepresidente italiano Di Maio afirma que la política de austeridad de las instituciones europeas ha generado una “carnicería social” con millones de parados, una generación entera de jóvenes condenados al desempleo y a la extensión ilimitada de la precariedad salarial pone de relieve algo desgraciadamente innegable hoy. Es lo que denunciamos nosotros, los proeuropeos, que soñamos desde hace décadas con una política social europea, con una moneda común al servicio del empleo, con proyectos intereuropeos de desarrollo, de financiación de la innovación y de la investigación para evitar también la huida de científicos y técnicos a EE UU o China, y con muchas otras medidas que, sin duda, nos embarcarían a todos en la senda de una Europa más civilizada. Pero la amarga realidad es la siguiente: ¿el Gobierno español, por ejemplo, aumenta el sueldo mínimo?, ¡la Comisión lo acusa de poner en riesgo la estabilidad fiscal!
Cuando hacemos balance de la política europea a partir de la puesta en marcha del euro, solo aparece una constante: la defensa de la política monetaria, de la rigidez de los déficits presupuestarios, del temor patológico a los mercados financieros (potencia abstracta que recuerda a los dioses griegos de la guerra), como si el propio mercado único europeo no constituyera una fuerza y el euro no tuviera medios para oponerse a los especuladores mundiales. ¡Qué limitación mental de los dirigentes europeos! ¿Cómo explicar ahora que la creación del euro se justificó entonces para competir y vencer al dólar, y, dos décadas después, el dólar siga estableciendo su dominio con enormes deudas privadas y públicas en EE UU, y, en cambio, el euro permanezca como moneda sin verdadero papel internacional?
En realidad, el populismo reaccionario tiene, frente a la actual política asocial europea, un largo porvenir. Los ciudadanos que lo apoyan no son, en general, racistas ni xenófobos, experimentan, sobre todo, una situación de impotencia y de abandono social, resultantes del paro y de la indiferencia de la UE. Los partidos populistas les hablan de otros “culpables”, y nos atenazan a todos porque hacen derivar las frustraciones hacia el odio, el racismo y la xenofobia. No hay nada nuevo en esta estrategia: Europa la ha sufrido, y sobremanera, en los años treinta del siglo pasado. Y la sufriremos aún más mientras no haya una verdadera política social europea.
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