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Día Universal del Niño: La igualdad de género también se juega en la calle

Los expertos aseguran que los niños y niñas carecen de espacios en la ciudad para divertirse juntos

Un niño y una niña juegan con cajas de sandía en Campos, Mallorca, en agosto de 2014. / Arquitectives
Un niño y una niña juegan con cajas de sandía en Campos, Mallorca, en agosto de 2014. / Arquitectives

Los niños y niñas que juegan en la calle acotan la brecha de género. Unicef, la agencia de Naciones Unidas que trabaja para defender los derechos de la infancia, sostiene que “en el momento en el que juegan en la calle no hay diferencias entre sexos, sino un proceso de inclusión”. Así lo advierte Lucía Losoviz, responsable de Políticas Locales y Participación de Unicef. Sin embargo, los expertos aseguran que para favorecer la inclusión tiene que haber más pequeños jugando en las calles. Y, por ello, animan a las ciudades a crear más espacios, ya que solo el 18% de los menores entre 3 y 12 años reconoce que sale de casa a jugar, según una encuesta que ha preguntado a 1.200 niños y niñas por sus hábitos de juego, y que ha realizado la Universidad Complutense de Madrid (UCM) en colaboración con Unicef, organización responsable de que el 20 de noviembre sea el Día Universal del Niño.

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La igualdad de género también se juega en la calle, porque en ella los menores se relacionan sin diferencias. “La calle garantiza los juegos en equipo como el pilla-pilla, donde los menores interactúan de igual a igual y crean normas juntos”, explica Losoviz, quien añade que “cuantos más puntos de encuentro se fomenten en las ciudades, más se hará por lograr la igualdad”. Para conseguirlo, Unicef ha desarrollado el programa Ciudades Amigas de la Infancia, que promueve la recuperación de plazas y espacios amigables para el juego.

“Más de la mitad de los niños y niñas practican los mismos juegos, por lo que las diferencias entre ellos cada vez son menores”. Así lo asegura otra investigación que firma el profesor de la Universidad de Castilla La-Mancha Pedro Gil-Madrona, y que aborda la participación conjunta de niños y niñas en actividades físicas. Y eso que, según se alerta en el artículo, firmado por cuatro profesores más, “la discriminación por sexo todavía está presente en el ámbito del juego”.

El reto lo comparten las ciudades, que deben repensar el espacio público para devolverlo a los niños. “Los carteles de prohibido jugar son habituales en las plazas: normativa y sociedad rechazan que los niños jueguen, porque molestan”, comenta por correo electrónico Jon Aguirre Such, socio de la firma de arquitectura Paisaje Transversal. Este, además, cuestiona la forma en la que se construyen los lugares de recreo. “La solución más socorrida suele estar vinculada al fútbol o el baloncesto. Pero, ¿todo el mundo lo practica?”, reflexiona. Por ello, Aguirre defiende que se incorpore la perspectiva de género interseccional proveniente del feminismo. “El diseño de la ciudad debe incorporar a las mujeres y a la infancia, a quienes el urbanismo ha dado la espalda”, sostiene.

Algo en lo que coincide Losoviz: “La definición de los lugares públicos es básica para determinar la igualdad”. Y pone de ejemplo la pista de monopatín que “tiene un sesgo masculino” y que utilizan mayoritariamente niños en los parques. La responsable de Unicef alerta de que las niñas tienen que ser escuchadas y decidir qué espacios quieren. Para Losoviz, el urbanismo tiene que cambiar de paradigma y pensar en el bienestar de las personas. “Las ciudades se han desarrollado con la visión del trabajador”, lamenta.

En el estudio Arquitectives son conscientes de las barreras a la diversión que imponen las ciudades. Por eso las transforman pensando en los más pequeños. “Nuestras intervenciones fomentan el uso de la calle y la orientan hacia el juego”, cuenta por teléfono Cristina Llorente, socia de Arquitectives, para quien la actuación que desarrollaron hace cuatro años en Campos (Mallorca) es el ejemplo perfecto. En la plaza de este municipio montaron una estructura con 500 cajas de sandías. El resultado: los niños y las niñas la construyeron juntos, y los adolescentes se contaban confidencias en uno de los bancos del recinto. Se crearon “nuevos usos del entorno”, comenta Llorente.

Esta firma se decanta por “no definir el uso previo de un lugar”; dejan que sean los menores quienes decidan qué hacen en él. La misma visión tiene el arquitecto y vicerrector de la Universidad Autónoma de Madrid Santiago Atrio: “Una cancha de baloncesto ya es un espacio disgregador”, argumenta. Por eso es partidario de la neutralidad para que sean niños y jóvenes quienes definan el uso y la relación que quieran tener en él, que será igualitaria”. Como ocurrió en Campos. Y como ha conseguido Pontevedra. Allí, siguieron la visión que el pedagogo italiano Francesco Tonucci plasmó en La ciudad de los niños. Ahora, Pontevedra ha recuperado el centro para los niños, a quienes “hay que dar el espacio para que puedan crear y ser autónomos”, comenta por Anabel Gulías, concejala de urbanismo del municipio gallego, quien añade que los cambios se deben afrontar en clave feminista. “Calles y parques iluminados que sean seguros para que padres, madres y niñas lo ocupen sin miedo”, argumenta.

Cosme tiene 40 años y es un asiduo del parque junto a sus hijos Claudia y Álvaro, de 11 y 6 años, aunque “solo los fines de semana”, cuando puede ocuparse de estar con ellos. Reconoce que no se quedaría tranquilo si les deja solos en la calle. Pero, los deberes de los niños tampoco le dejarían otra opción, asegura.

La falta de lugares no es el único motivo por el que los niños no salen de casa a jugar. “Tienen poco tiempo”, según Gonzalo Jover, catedrático de Teoría de la Educación en la Facultad de Educación de la UCM. Este añade que "se ha concentrado demasiado el tiempo de los niños en muchas actividades extraescolares, que son interesantes, pero que les impiden jugar más”. La encuesta de hábitos de juego advierte de que los niños “no se divierten a diario, sino cuando las actividades de la semana se lo permiten”.

Jugar no es perder el tiempo

El propio Jover apunta que “da la sensación de que jugar es una pérdida de tiempo, y no lo es”. Y esto vale para todos los niños, “porque en todas las sociedades las personas se desarrollan jugando”. Hacerlo, según los expertos, potencia la actividad física y activa el desarrollo social, emocional y psicológico.

“La interacción con otros, a través de los juegos simbólicos, desarrolla competencias fundamentales para su vida presente y futura como la empatía, la capacidad para resolver conflictos y la cooperación”, comenta Losoviz. La adquisición de estas competencias, sostienen estos expertos, permite a los menores tener potencial para transformar la sociedad y sensibilizar a sus iguales, colegio y familias.

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