Instrucciones para hacer reír
Si en España se deja de llamar ‘cuatro ojos’ a gente con gafas que enseña la navaja, no es porque haya cómicos cobardes, sino porque hay ‘cuatro ojos’ dispuestos a todo
El 30 de septiembre de 2005, el periódico danés Jyllands-Posten publicó 12 caricaturas de Mahoma, en una de la cuales este guardaba una bomba en un turbante. Dos meses después, el 30 de noviembre, un diario paraguayo, que ese día llevaba a portada la noticia de “Murió un bebé con cara de rana”, publicó un artículo en el que denunciaba que el personaje de una novela del escritor Hernán Casciari era una mucama paraguaya a la que se parodiaba con saña: “Con razón los paraguayos son tan secos”, escribió Casciari. “Se ve que cuando lloran se convierten en bolivianos, por eso se aguantan”.
A la publicación de las caricaturas de Mahoma siguieron manifestaciones violentas en los países musulmanes, retirada de voluntarios de la franja de Gaza, asalto a la casa de uno de los dibujantes y el incendio de las Embajadas de Dinamarca y Noruega (los diarios de este país publicaron las caricaturas en solidaridad, y alemanes y canadienses, y revistas francesas como Charlie Hebdo, en donde nueve años después los terroristas mataron a 12 personas). Fue, sin duda, la edad dorada de los límites del humor. Suele olvidarse que la razón de tanta ira no fueron los dibujos, sino la ausencia de disculpas; en Occidente, concluyeron los Gobiernos europeos, no se pide perdón por hacer uso de la libertad de expresión.
Las cosas, si bien algo distintas, tampoco iban bien en casa de Hernán Casciari. Muchos paraguayos (ni siquiera bolivianos: paraguayos) se enfurecieron con él de tal modo que tuvo que quitar de la web el teléfono y la dirección postal de la revista Orsai, donde había publicado la novela. Su turbación, con lo que pasaba dentro y fuera de su casa, estaba justificada: “¿De qué lado debe ponerse el hombre progre para no dejar de ser progre? ¿A favor del derecho universal de expresarse o a favor del derecho universal de no burlarse de otras culturas?”. Y hablaba de algo de lo que continúa sin hablarse tantos años después: el miedo y su formidable presencia en un debate sobre los límites de lo que sea, que lo son precisamente por eso: por el miedo al otro lado. Algo, el miedo, “mucho más poderoso que la libertad de expresión, y que la libertad a secas”. “El niño que bautiza cuatro ojos a su compañero miope acaso sea, de mayor, un humorista”, acaba Casciari un artículo suyo publicado en 2006. “Pero el niño que bautiza cuatro ojos a un compañero miope con navaja será, desde entonces y para siempre, un imbécil”. Esto es importante recalcarlo: si en España se deja de llamar cuatro ojos a la gente que enseña la navaja, no es porque haya cómicos cobardes, sino porque hay cuatro ojos dispuestos a todo.
Así, no es más cobarde la actitud del cómico que pidió disculpas por sonarse los mocos en la bandera española que la retirada de publicidad de sus patrocinadores, a pesar de haber contratado a un cómico que, ante una bandera, tuviese la obligación de comportarse como un militar. Es comprensible la cobardía de los dos y no hay que reprochárselo: la culpa del miedo no es de quien lo tiene, sino de quien lo provoca. Por eso es ridículo decir que el cómico, en tanto que cómico, ha de asumir las consecuencias de su trabajo sin pedir perdón, como si no hubiese reglas del juego y como si esas reglas se dictasen solas. Las dicta, básicamente, quien tiene el poder de obligarte a agachar la cabeza bajo amenaza mayor, y cuando una reacción ciudadana obliga al programa más irreverente de España a pedir disculpas por un chiste, lo que está diciendo esa gente de la bandera española que defiende no es que sea un símbolo democrático, sino el precio que hay que pagar para que lo sea: convertirla en Mahoma.
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