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Tribuna
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¿Dónde estamos con la educación infantil?

El potencial de la escolarización de cero a tres años para reducir las desigualdades educativas es, por desgracia, limitado. La universalización de este tramo de edad no garantiza la equidad

Enrique Flores

Invertir un euro en educación en las primeras fases de la vida tiene un mayor retorno en términos de equidad educativa que hacerlo en fases posteriores. Es de celebrar que, tras décadas de investigación al respecto, la necesidad de destinar una parte mayor de la inversión pública a la fase de cero a tres años se haya instalado con fuerza en el debate público.

En 2008, se aprobó el Plan Educa3, que preveía la inversión de más de 1.000 millones de euros en educación infantil y programas de atención a la primera infancia en un periodo de cuatro años. El plan no fue renovado en 2012, cuando la entonces secretaria de Estado de Educación calificó la enseñanza en esta fase como “asistencial” más que “educativa”. Hace unos días supimos de la propuesta de incluir en los Presupuestos Generales del Estado una partida de más de 300 millones de euros destinada a universalizar y garantizar la gratuidad en el acceso a la educación en esa primera fase.

Los objetivos declarados de esta iniciativa son tres: facilitar la conciliación entre la vida familiar y la laboral, reducir el fracaso escolar y poner límite a la desigualdad educativa. Sin que queramos entrar en el debate sobre si este esfuerzo inversor es suficiente para el reto al que se dirige, y tras dejar claro que celebramos este tipo de iniciativas, es importante contextualizarlas teniendo en cuenta lo que la investigación más rigurosa dice al respecto.

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Sí, la educación infantil iguala las oportunidades educativas. Es cierto que los niños con menos recursos se benefician más de estar escolarizados en esta fase. Los resultados escolares, y tal vez en alguna medida ciertas competencias socioemocionales de los niños que se escolarizan en educación infantil, dependen menos de los recursos de sus hogares que para los niños que no se escolarizan en esta fase.

Concentrar los esfuerzos de inversión en esta dirección no es la mejor opción de intervención pública

Sin embargo, el potencial de la educación infantil para reducir las desigualdades educativas es, por desgracia, limitado. La brecha cognitiva entre los hijos de hogares más y menos acomodados persiste: aunque todos estén escolarizados en esta fase, los niños de hogares con más recursos siguen obteniendo mejores resultados. La educación infantil, además, es más eficaz para suplir carencias que tienen que ver con la implicación directa de las familias en actividades con contenido formativo en el hogar, pero tiene menos éxito a la hora de compensar otros tipos de inequidades más relacionadas con la socialización y la formación de gustos y preferencias que también pueden ser relevantes para el éxito escolar. Finalmente, no existe consenso entre los expertos sobre cuánto duran estos beneficios o si se diluyen a lo largo del ciclo vital.

La universalización no garantiza la equidad. Un excesivo énfasis en la expansión —universalización— de la escolarización infantil puede hacernos perder de vista cuestiones más importantes y con más consecuencias para la igualdad de oportunidades. La oferta formativa existente en estos momentos para la fase de cero a tres años es extremadamente heterogénea en cuanto a sus formatos, sus promotores y sus gestores (entidades locales, comunidades autónomas, sector privado). Piénsese que, si existe diferencia entre centros en las fases en las que la educación es obligatoria y está mucho más regulada organizativamente y desde el punto de vista de los contenidos, con mayor razón encontraremos diferencias en una fase no obligatoria de la educación y en la que la heterogeneidad es máxima.

Las familias tienen distintos recursos para tomar decisiones que garanticen el ajuste de sus preferencias a la oferta existente. Mientras que algunas familias pueden desplegar múltiples estrategias a la hora de elegir centro, otras no lo hacen, ya sea por limitaciones relacionadas con falta de tiempo, falta de información o por razones económicas, por lo que corren el riesgo de elegir centros de menor calidad para sus hijos. Y, que no se dude, sin calidad no hay equidad.

Los niños de hogares con más recursos ecnonómicos siguen obteniendo mejores resultados

Universalizar sin garantizar al mismo tiempo que los contenidos, infraestructuras, profesionales de los centros y sus aproximaciones al aprendizaje cumplan ciertos requisitos de calidad no garantiza que la escuela infantil tenga el prometido efecto igualador de las oportunidades. Es más, en este contexto podría, incluso, paradójicamente, desigualar.

Hay que aspirar a más. El margen de maniobra para promover la igualdad de oportunidades durante los primeros años de vida es extraordinario y la estrategia ganadora es necesariamente comprensiva. La inversión en educación infantil es un buen punto de partida, aunque con las limitaciones que hemos mencionado. Pero concentrar todos los esfuerzos en esta dirección no es la mejor opción de intervención pública.

Podemos y debemos aspirar a una estrategia de medio plazo mucho más ambiciosa que no se base exclusivamente en la externalización de los cuidados y de la formación de los hijos y que trascienda de la estrecha obsesión por mejorar los resultados cognitivos para aproximarse al éxito integral en el bienestar infantil. Aparte de ofrecer de manera generalizada instituciones educativas de calidad en la fase de cero a tres, se debería también capacitar a las familias, de manera prioritaria a las menos favorecidas, para desarrollar eficazmente la crianza en las mejores condiciones posibles, sin que el recurso a la deslocalización sea el único disponible.

La prolongación de los permisos de maternidad y paternidad, las transferencias monetarias directas a las familias con menos recursos, o iniciativas como las visitas de profesionales de la salud o de la educación a los hogares para ofrecer atención y consejos parecen vías sensatas por las que transitar. Y en esto precisamente está centrada la agenda de investigación internacional sobre cómo generar igualdad en las fases más tempranas de la vida.

Héctor Cebolla y Leire Salazar son profesores de Sociología en la UNED y coautores, junto a Jonas Radl, de Aprendizaje y ciclo vital. La desigualdad de oportunidades desde la educación preescolar hasta la edad adulta.

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