Una caravana con temporizador
No son once millones de sirios, kurdos y yazidíes huyendo de la barbarie, sino una muestra de los millones de braceros latinoamericanos atentos al desarrollo de la caravana con la mochila lista
Más allá de las improbables sanciones a Guatemala, Honduras y El Salvador, declarados culpables por Donald Trump de no haber impedido la caravana migratoria, la marcha acentúa la inestabilidad en Centroamérica y puede ser la espoleta de un rifirrafe entre México y Estados Unidos si cobra fuerza con inercias descontroladas.
Sin haber quedado claro quiénes la organizaron, su primer manipulador es el presidente bocazas, que se jactó en campaña de esperarla con un ejército. Esgrime el garrote reclamado por sus votantes contra los damnificados de la desesperación y la pobreza, que siempre encontrarán coladeros en los 3.200 kilómetros de frontera. El éxodo pudo haber sido espontáneo, planeado por Facebook y WhatsApp o promovido con temporizador político. El último supuesto parece el más probable si nos atenemos al calendario: las legislativas norteamericanas de hoy y la investidura presidencial de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), en México, el 1 de diciembre.
El presidente saliente, Peña Nieto, difícilmente puede reprimir a los emigrantes, no sólo porque muchos se acompañan de bebés y menores, sino porque la emigración es un fenómeno nacional antiguo, y será imparable mientras las economías regionales no creen empleo. El uso de la violencia para disolver la marcha castigaría a su partido, el PRI, especialmente en Guanajuato, Michoacán, Jalisco, Estado de México y Puebla. Por parecidas razones, ninguno de los países de tránsito quiso frenarla a palos. Mucho menos querrá hacerlo López Obrador. Las iglesias y grupos de derechos humanos que la asisten por compromiso humanitario o para complicar la vida a Trump fueron electores de AMLO. No entenderían que un gobernante que consideran de los suyos les traicionara.
Pero México podría obtener beneficios si la caravana muta en avalancha. No faltarán quienes aconsejen entonces exigir contrapartidas económicas y migratorias a Washington a cambio de contener los desbordes. Con las salvedades propias de cada caso, el origen de los acuerdos de 1984 entre Cuba y EE UU fue el estallido del Mariel y las entradas ilegales en suelo norteamericano. El acuerdo aprobó un mínimo de 20.000 visados anuales.
No todos los integrantes de la marcha centroamericana son primerizos; muchos fueron deportados previamente y lo reintentan con familiares. Avanzan todos en la confianza de que la unión haga la fuerza y arranque concesiones oficiales y la intervención de la comunidad internacional.
Las masivas peticiones de asilo y el hipotético establecimiento de campamentos para alojar a los fugitivos del hambre probablemente obligarían a la participación de la ONU. No son 11 millones de sirios, kurdos y yazidíes huyendo de la barbarie, sino una muestra de braceros latinoamericanos presos de la desesperanza y atentos a la caravana con la mochila lista.
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