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CARTA DESDE EUROPA / Die Welt
Tribuna
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Traslado a Bruselas

La suerte de la Unión Europea no la deciden los mejores, sino también las casualidades y los enredos políticos nacionales

Martin Schulz, la semana pasada en el Bundestag.
Martin Schulz, la semana pasada en el Bundestag.Michele Tantussi (Getty Images)

Cuando, hace dos años y medio, el canciller austriaco Werner Faymann se vio obligado a dimitir a causa del notorio fracaso electoral, un periodista le preguntó a qué pensaba dedicarse en adelante. "Haré algo en Europa", respondió el socialdemócrata casi con fastidio. Tal cual, como si en Bruselas y Estrasburgo hubiese copiosos bufés libres a disposición de los políticos en paro con derecho a elegir a su antojo.

El sucesor de Faymann, Christian Kern, que al cabo de tan solo 18 meses fue derrotado en las urnas, siguió el mal ejemplo de su predecesor incluso con mayor desfachatez. Hace poco, Kern se proclamó a sí mismo principal candidato del Partido Socialdemócrata de Austria a las próximas elecciones europeas sin ninguna consulta previa a las bases.

Al final, el traslado a Bruselas y Estrasburgo les ha salido mal a los dos. Kern ha tenido que abandonar la política tras las protestas de su partido, y Faymann se dedica ahora a "algo relacionado con el sector inmobiliario". No obstante, ambos son un claro ejemplo de que la idea de Europa como última salida, como red que amortigua la caída de los fracasados, todavía está muy viva. Un despacho en Bruselas, otro en Estrasburgo, dietas a cargo del Estado y una sustanciosa asignación. Hay cosas peores.

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Se acercan las elecciones europeas de 2019, y en los próximos meses aparecerán historias parecidas de personas que se impacientan y se abren paso a codazos para hacerse con un buen puesto en las listas o, tal vez, con un empleo en la Comisión Europea. Tanto esta como el Parlamento siguen siendo sitios en los que colocar a los compañeros de partido que se han vuelto engorrosos o superfluos. Según los rumores que circulan dentro de su formación política, Nicola Beer, exministra de Cultura de Hesse y secretaria general de los liberales, es uno de estos casos. Beer liderará el Partido Democrático Libre (FDP) en la campaña electoral y, por lo tanto, a partir de mayo estará también en Bruselas. Christian Lindner, jefe de la formación, la ha elogiado profusamente calificándola de "peso pesado" para las "elecciones clave2 que se avecinan, así como de "europea convencida y convincente". Sin embargo, la verdad es que, al menos en su puesto de secretaria general, esta mujer de 48 años nunca ha acumulado puntos. Cabe preguntarse si, en caso de haber tenido éxito en el frente interno, la embarcarían igualmente en dirección a Bruselas.

Y luego están, casi como antítesis, los que necesitan un empujón, como la ministra de Justicia Katarina Barley, del Partido Socialdemócrata. Barley preferiría quedarse en Berlín, y hasta lo declara con frecuencia. Al frente del grupo socialista del Europarlamento, sin embargo, hay un alemán. Pero Udo Bullman tiene muy pocos amigos en el lejano Berlín, actúa con demasiada independencia y se atiene poco a la línea de la cúpula del partido. En consecuencia, el diputado de Hesse tiene que conformarse con el segundo puesto de la lista.

En resumen, quienes quieren ir a Bruselas o no tienen más remedio que hacerlo siguen representando un problema para la Unión Europea. La crisis ha llevado a más de un alemán a puestos destacados en Europa, como por ejemplo a Klaus Regling, que desde mayo de 2010 dirige el paracaídas de la UE, actualmente conocido como Mecanismo Europeo de Estabilidad. Situar a un alemán en la cumbre fue ante todo una jugada dirigida a suavizar algo la oposición del país a la política de rescates. A Werner Hoyer, expolítico del FDP y presidente del Banco Europeo de Inversiones desde 2012, también le habría resultado más difícil convertirse en jefe de la institución sin la crisis.

Sin embargo, a menudo los mejores, bien porque lo prefieren, bien porque es preferible, siguen prestando sus servicios en casa y no en Europa. Para ello sería muy importante contar con personal competente con el fin de aumentar el atractivo de la UE. Una de las causas reside en la relación ambivalente de los Estados miembros con la Unión que ellos mismos forman. Los 28 (¿pronto, 27?) integrantes de la UE quieren tener más peso conjunto del que cada uno de ellos aportaría a la balanza individualmente. Saben que para ello necesitan estructuras sólidas y representantes que no sean meros mandados.

Sobre todo desde el punto de vista alemán, Europa ha sido durante mucho tiempo el plano en el que las carreras políticas acababan sin demasiado lucimiento, pero rara vez empezaban o cobraban impulso. Últimamente, la situación ha cambiado. A las pasadas elecciones al Parlamento federal, además de Martin Schulz, candidato a primer ministro por el SPD, se presentaron otros cuatros diputados europeos.

No obstante, este cambio también es una señal de que más importantes que Bruselas y Estrasburgo son las capitales. Bruselas, por tanto, ya no es solamente un centro de destierro, sino también una rampa de despegue. Sin embargo, dejando aparte excepciones como la de Manfred Weber, de la Unión Social Cristiana de Baviera y jefe del Partido Popular Europeo, que pasó toda su vida política en Bruselas, Europa solo constituye el verdadero objetivo de los anhelos políticos para una minoría. Günther Oettinger tampoco había acariciado nunca la idea de trasladarse a Bruselas cuando Angela Merkel lo envió a la Comisión Europea en 2009.

Es decir, la suerte de Europa no la deciden exclusivamente los mejores, los más cualificados e interesados, sino también las casualidades, los enredos políticos y, a menudo, causas totalmente ajenas a la UE. Por ejemplo, a pesar de ser un buen presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk aseguró durante meses que no se había planteando seriamente trasladarse de Varsovia a Bruselas. ¿Qué decir de un presidente del Consejo como él? Su gran rival Jaroslaw Kaczynski afirma que Tusk fue un primer ministro "malo, muy malo". A pesar de ello, se alegra de que un polaco haya sido designado para un cargo tan alto. Imposible expresar mejor la problemática imagen de Bruselas.

Hannelore Crolly es miembro de la redacción de 'Die Welt' desde 1996. El año pasado volvió a Bruselas como corresponsal. Su primera misión en la "sala de máquinas de la Unión Europea" se desarrolló entre 2005 y 2009.

Traducción de Newsclips

© Lena (Leading European Newspaper Alliance)

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